Jueves, abril 25, 2024

Xiutetelco

El Universal en su versión poblana publicó hace unos días una nota interesante. El alcalde electo de San Juan Xiutetelco, Baltazar Narciso Baltazar, anunció en entrevista para ese diario que hará las gestiones para rescatar dos de las estructuras prehispánicas que tiene el poblado de la Sierra Norte poblana en su interior. Narciso Baltzar, “quien fue abanderado por los partidos “Morena, Partido del Trabajo y Partido Compromiso Por Puebla, – según reporta la nota- señaló que la reactivación económica, la sensibilidad y el servicio a los pobladores será lo que distinga a su administración. En el caso de la reactivación económica, además de impulsar el sector turismo con el rescate de las pirámides, planea apoyar a los productores de pirotecnia del municipio, ya que cerca del 40 por ciento de los”43 mil habitantes”se dedican a esta actividad y comercializan en Veracruz, Tabasco, Puebla, Campeche y Quintana Roo, entre otros estados”. El proyecto es rescatar dos de las principales estructuras que todavía quedan en pie: la pirámide del Viento, que se encuentra a un lado de la carretera federal que colinda con Teziutlán, y la del Agua que se encuentra a un lado de la Presidencia Municipal.
El lugar, que ha tenido apenas un par de exploraciones arqueológicas hace ya muchos años, tiene presencia olmeca, totonaca (aparentemente relacionado con la cultura de Tajín) y mexica en el periodo Postclásico. Al leer la nota y buscar imágenes de tales edificios, me percaté de que se encuentran en medio del poblado que fue construido alrededor de las estructuras. Y como es costumbre ya en diferentes espacios – Cholula es ejemplar en este sentido- algunas de las estructuras tienen en lo que otrora hubiera sido el templo prehispánico, un templo católico. No es la única zona arqueológica con estas características en nuestro país. Casos que puedo citar son el Templo Mayor, en la Ciudad de México; como he dicho ya, Cholula en Puebla; San José el Mogote en Oaxaca; Mitla en el mismo estado; Xico en Veracruz; Teotihuacan en el Estado de México, Akankeh e Izamal en Yuacatán, por citar unas cuantas. Lo interesante del asunto no sólo es que poblaciones enteras, por siglos, han medrado en torno a estas ciudades prehispánicas con la destrucción y posible despojo que uno pueda imaginar, sino la compleja relación de identidad y memoria que construyen con estos espacios.
El asunto es complejo, pero mucho más de lo que nos imaginamos. De acuerdo con datos que comparte el arqueólogo Manuel Gándara en el artículo “El estudio del pasado: explicación, interpretación y divulgación del patrimonio”, publicado en 2009 en la revista argentina Cuadernos de Antropología, “en México se tienen detectados y registrados cuando menos 250, 000 yacimientos y sitios arqueológicos. Y estos 250, 000 sitios arqueológicos tienen cuando menos una pirámide, una estructura de 3 metros de alto visible en fotografía aérea. Eso significa que esos sitios son apenas los  visibles en fotografías aéreas, lo cual deja afuera a los abrigos rocosos, a los asentamientos aldeanos, los lugares en donde vivían los cazadores-recolectores y otros que no se aprecian en una fotografía aérea. Si los consideramos (…) es factible que el número total de sitios arqueológicos en México supere el medio millón, si no es que más. (…) Para cuidarlos habemos alrededor de 1200 arqueólogos. Yo calculo que sin nos dedicáramos nada más a visitarlos para ver si no están en peligro, nos tocarían de varios miles por cabeza”. Parece exagerado, pero, desafortunadamente no lo es. El estudio de nuestro pasado prehispánico (o pre europeo, como se quiera ver) no sólo es pertinente, sino que es costoso y complicado, especialmente en lugares como Xiutetelco donde hay ya pobladores con propiedades e historias establecidas por años, con o sin los edificios arqueológicos. Como lo mencioné hace unas entregas de esta columna, cuando el INAH decide poner atención a una zona arqueológica, explorarla y dejarla en condiciones para la visita del público en general, debe expropiar terrenos y negociar con los dueños de las tierras, sean ejidales o de cualquier otro tipo; en el inter, los funcionarios del Instituto, si hay interés, repito, habrán de ir haciendo malabares, juegos de equilibrio, entre políticos de la zona, líderes, comerciantes y un largo etcétera (en el que ahora incluimos a los líderes del crimen organizado) para poder realizar su trabajo. Lo dicho, el asunto es complejo.
En un texto escrito también por Gándara para el libro Interpretación del patrimonio cultural, pasos hacia una divulgación significativa en México publicado por el INAH en 2018, el arqueólogo ejemplifica el problema de la difícil relación de las comunidades con su patrimonio con el caso del Walmart en Teotihuacan y la lucha de algunos pobladores de San Juan Teotihuacan a favor de que su construcción con el argumento de que “pirámides ya tenemos muchas y allá adentro de la cerca”. Lo que los pobladores defendían era la idea de contar con un mayor surtido en el abasto de sus productos. En realidad, se cumple lo que Walter Mignolo denuncia en la introducción para el libro Arqueología y Decolonialidad (2015): “El relato de la modernidad con su carga semántica y retórica de progreso impulsa el consumo, se esfuerza por mantener la idea de que la historia es única y desemboca en la ontología de que la idea de modernidad construye, desplaza y complementa la felicidad cristiana con la felicidad terrenal del consumo. Por eso el propósito es la perpetuación de subjetividades modernas devotas del consumo cuya única libertad consiste en elegir obligatoriamente a los gobernantes que seguirán sujetándolos a la idea de que la economía es la ciencia de lo existente, de lo que hay y que el signo del cumplimiento de una vida moral y exitosa es la acumulación de riqueza, mercancías y propiedades”. Claro, tener un Walmart a la vuelta de la esquina es lo importante, con independencia de si para ello hay que destruir vestigios de nuestro pasado remoto. La cosa no ha parado ahí, y recientemente tuvimos la noticia de que una compañía construía un parque de diversiones en el predio protegido de Oztoyahualco de la emblemática zona arqueológica, cosa que no logró por la intervención de las autoridades.
Estas historias se repiten en diferentes partes del país, no sólo con grandes empresas como el caso de Walmart en Teotihuacan, sino de particulares en zonas mucho menos ostentosas. Xiutetelco no es la excepción. Como denuncia en un video de su visita a Xiutetelco en Youtube Mario Alfredo Mercado, el “Jaguarcillo Viajero”, había en los años sesenta del siglo pasado vestigios de un juego de pelota del que no queda nada ahora y muestra la construcción sobre uno de los edificios de una capilla con una precaria plataforma que no se ve muy segura. Sin embargo, pareciera que hay una vinculación interesante de los pobladores con estos vestigios. Según el artículo “Huellas y memoria en espacios patrimoniales. Constelaciones etnográficas del museo comunitario de Xiutetelco, Puebla” publicado por Manuel Alfonso Melgarejo en la revista Bajo el Volcán del posgrado en Sociología de la BUAP, “La mayoría de los lugares arqueológicos del pueblo son usados como referencia por los actuales pobladores de Xiutetelco. Es frecuente oír allá reminiscencias del pasado en el presente. Mediante palabras y vivencias cotidianas de los habitantes pudimos mirar cómo se entrecruzan los imaginarios históricos: por la iglesia del cerrito (pirámide); llegas a las pilas (lugar de reactualización de rituales mesoamericanos) y te vas derecho; ¿nunca has subido al campanario de la pirámide?, entre otras expresiones. Así, podemos observar una conjunción en el espacio de temporalidades materiales del pasado con lo que la comunidad va construyendo subjetivamente en el presente”. En el estudio realizado por Melgarejo, se hace evidente que en el Museo Comunitario, que no pertenece al INAH sino que depende de una Asociación vecinal, la dinámica de conservación y apreciación del patrimonio no siempre está de acuerdo con los discursos nacionalistas oficiales. “Si esa reapropiación y construcción de conocimientos choca con la memoria oficial que se pretende imponer de forma sistemática -afirma Melgarejo-, podemos observar que la organización del museo comunitario puede salir o escapar simbólicamente de la lógica capitalista en algunos instantes dialécticos. Son una forma diferente de contar la historia o nuestro pasado. Intentan, desde sus motivaciones interiores, y en relación al saqueo o mercantilización de piezas de museo, ir más allá, muchas veces inconscientemente de la conciencia contradictoria de las mismas relaciones burocráticas de vigilancia y el control del saber”. El museo y sus promotores, como actores fundamentales de Xiutetelco en relación con el patrimonio arqueológico que hay ahí, han de ser contemplados en los planes del edil electo, porque de lo contrario podría romper los equilibrios que se han generado entre comunidad y patrimonio. Lo más importante, por tanto, es quizá un trabajo que se sustente en la construcción de una práctica de conservación en la cultura de Xiutetelco, como lo sugiere Gándara en el texto de Interpretación del patrimonio cultural, pero ello, sin duda, es una actividad que lleva años y que para que sea efectiva, debe ser permanente. ¿Tenemos en México, en Puebla y en Xiutetelco los recursos materiales, humanos y las ganas siquiera de hacerlo? La pregunta queda en el aire, pero se antoja sumamente difícil de contestar. Y, mientras eso sucede, Baltazar Narciso nos ha emocionado bastante con su iniciativa. Sólo queda esperar que tanto él, como los demás órdenes de gobierno y la población de tan emblemático lugar no nos decepcionen. El tiempo dirá

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