Hay quienes viven entre la piedra. Una piedra gris, volcánica, antigua, de la que salen materiales que también atañen al pasado: un molcajete o un metate que necesitan de la misma fuerza con la que fueron hechas. Aquel pasado sigue siendo un presente y un porvenir para sus hacedores: “estamos en el futuro del tallado de piedra”, afirma Armando Fernández, rodeado de sus montoneras de piedra gris.
Desde su taller, la Cantera Fernández, el artesano de productos de piedra volcánica cuenta sobre la que ha sido su labor de vida: una heredada de su padre, que a su vez éste recibió de su propio padre, un oficio en el que fuerza e ingenio se conjuntan.
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Es el futuro del tallado de piedra, dice sin nostalgia, porque actualmente los productos fabricados, los ya citados metates y molcajetes, además de morteros, platos, lavabos, tinas para jacuzzis elegantes, objetos utilitarios y otros de adorno, tienen mucha demanda. “Hay restaurantes mexicanos con productos de piedra y otros se están exportando a España”, cuenta don Armando.
Ubicado sobre la calle 5 Oriente en Nealtican, carretera a Tecuanipan, los objetos grises hacen voltear la mirada. Después lo hace el sonido, el golpeteo hecho con el cincel que cae sobre la piedra, fuerte y profundo, que se apoya en otras maquinarias como los tornos.
En el fondo, cubierto por nubosidad, pero siempre presente, está el Popocatépetl, el volcán, “el cerro que humea”, del que se aprovecha “lo que hace muchos años mandó para acá: su piedra, que es una fuente de trabajo, de sustento”, como señala don Armando, mientras con su mirada adivina la altura de la montaña.
Del Popocatépetl, agrega, los artesanos aprovechan sus piedras para sacar las innumerables piezas. “Nosotros en la artesanía pero otros en el corte para cimentar casas y construcciones. Están los que aprovechan su flora, como sus encinos para hacer leña, con árboles que retoñan cada seis años”, acota el artesano, conocedor de su entorno.
Pensativo, recuerda que el oficio lo heredó de su papá: un hombre originario de San Salvador El Seco que apostó por esta labor, que la fue transmitiendo a los suyos, no obstante es él el único hijo de la familia que conserva lo aprendido, pero ahora lo transmite a sus seis hijos, incluida su hija Clara, una joven artesana.
La piedra se cala para saber si se va a dejar trabajar
En su caso, cuenta don Armando, comenzó con esta labor cuando tenía apenas nueve años e hizo sus primeros trabajos: comenzó con metates y molcajetes, que eran comprados por un acaparador que luego vendía los productos en mercados y espacios cercanos.
“La piedra se aprende a identificar desde que se aprende el trabajo. Como tal, se ocupa un cincel y un martillo para calar una piedra, para saber si está apta o no, para ver si se va a dejar”, dice el entrevistado mientras imagina cómo trabajaría sobre una de las piedras que lo rodean.
En cuanto a la herramienta, apunta, ha habido un gran salto: antes se trabaja solamente con cincel y martillo, mientras que ahora ya hay pulidoras, con discos de diamante, que hacen el proceso más rápido y permiten más detalles.
“Lo que se necesita es, además de inspiración, tener ganas de hacerlo, porque requiere mucha paciencia. No es un trabajo que cualquiera puede hacer, no es como una fábrica en donde te capacitan una semana y ya está. Aquí no, quizá pasa un año o más para poder aprender el oficio”, asevera el dueño de la Cantera Fernández.
Para él es claro, la piedra es un trabajo especial, único. Compara que si bien los textiles como artesanía son características en varios estados, como Chiapas, Oaxaca y la propia Puebla, la piedra es menos y por tanto representativa de esta región.
“La pondría en un primer lugar. Se dice que en la casa donde no hay un molcajete no es casa de un mexicano. Siento que la artesanía de la piedra, del molcajete y el metate, si no es la número uno, sí está en los primeros lugares, porque además son útiles, como era antes que era imprescindible tenerlos”, afirma orgulloso.
Luis Fernández, crecer la piedra en ideas
Luis Fernández es otro de los hijos de don Armando. En su propio taller Artesanías en piedra Fernández cuenta que su abuelo le enseñó este trabajo, el mismo que le ayuda a sostener a su familia: a su esposa y a sus hijos que ya andan entre los objetos de piedra.
Expone que en su labor hay “mucho empeño y mucho trabajo”, pues no es fácil aprender y desarrollar el oficio. No obstante, afirma acompañado de su compañera de vida, “es posible” desarrollarlo con empeño.
La piedra, que viene de una cantera que esta “a unos 20 minutos de camino”, en las faldas del volcán Popocatépetl, el cual dotó de esta materia prima a la población que vive en San Nicolás de los Ranchos y la propia Nealtican, los primeros en desarrollar el oficio.
También entre molcajetes y metates, entre esculturas de mediano tamaño y hasta fuentes de piedra, pasando por maceteros, servilleteros, cruces y lavaderos, Luis Fernández cuenta que sus piezas han llegado a varias ciudades de México y han cruzado la frontera de Estados Unidos, para llegar a otras urbes de dicho país.
Si bien los dos primeros objetos utilitarios arriba nombrados son los más tradicionales y vendidos, refiere que la oferta de productos crece y se extiende, siendo que muchas veces son los compradores quienes abren el horizonte de ideas.
“Gracias a la gente que nos da idea es como con nuestro trabajo hacemos las piezas, los clientes nos dan la oportunidad de aprender y mejorar en nuestro trabajo”, menciona orgulloso desde su local ubicado en la carretera Paso de Cortés esquina 5 Norte, en San Buenaventura Nealtican.
Un sabor actual, una tradición lejana
Además de su belleza, a los objetos de piedra los caracteriza su utilidad, su papel en la cocina como elementos clave de la gastronomía mexicana. Por tanto, considera don Armando, es la misma tradición gastronómica regional la que ha influido en el aumento de la venta de las propias piezas.
Ello, cuenta, porque platillos actuales que atañen a guisos tradicionales que han sido retomados por los chefs, van servidos en el tradicional molcajete o en lajas cuadradas y delgadas que son una suerte de platos en donde se sirven y decoran los platillos.
“Si le hablo de hace unos 25 años el molcajete era una pieza que estaba devaluada, que no tenía valor como ahora gracias a la cocina actual”, nota el artesano.
Las piezas, además de belleza y personalidad, dotan a los guisos de sabor. “Si se usan los mismos ingredientes para hacer una salsa y una mitad se muele en licuadora y la otra en un molcajete, en este último le dará un sabor que será único, habrá una diferencia al momento. El molcajete es una herramienta milenaria, se han descubierto morteros en cuevas. Es una tradición lejana”, asevera.
El futuro es hoy
Para don Armando el tallado de piedra es un oficio que se ha pasado de padre a hijos y de estos a sus propios hijos, algo que lo hace vigente. “Estamos en el futuro del tallado de piedra. Esto está en su momento porque hay mucha demanda. Se está exportando para España, hay restaurantes mexicanos con productos de aquí”, dice seguro.
Añade que la producción de cada artesano depende de su capacidad que le permite tres o cuatro molcajetes al día. Así, si existe un pedido de 100 piezas sabe que tiene que unirse con otros artesanos.
“Cuando se piden otras cosas como imágenes, calendarios aztecas, son encargos que se elaboran de manera especial. Los otros –los molcajetes y metates- se venden solos. Se le dedican de dos a tres horas: desde tomar la piedra hasta darle los últimos detalles”, indica.
Cuenta que el molcajete de ocho pulgadas, el más comercial, tiene un precio al mayoreo que ronda los 180 pesos para que el revendedor lo ofrezca a 250 o 300 pesos, pero si va a geografías como la frontera, en ciudades como Tijuana, la misma pieza llega a costar hasta mil pesos.
“Somos nuestros propios patrones, ganamos lo que queremos ganar. A mi hija le pago lo que es, lo que ella haga es lo que cobra. No hay un salario pero trabajamos por destajo. Es un trabajo familiar y se paga lo que debe de ser”.
Don Armando Fernández cuenta que en su taller trabajan cinco personas pero no basta con eso, pues se necesitarían más ayudantes. Confiado, don Armando dice que desde hace tiempo le ronda una idea: el poner una escuela para que se formen nuevos talladores, mismo que a diferencia de otros espacios donde por enseñar cobren inscripción y cuotas mensuales, aquí la apuesta sea enseñar y pagar por sus primeros productos de piedra.
“Es un proyecto, lo estamos pensando a futuro, no muy lejano. Estamos pensando hacer una extensión de luz, comprar más maquinaria, por si algunos muchachos quisieran venir a aprender son bienvenidos, de cualquier parte del país”.
Incluso, reitera que el trabajo no es exclusivo de hombres: la cantera sí, pero la artesanía no, como lo son todas las artesanías. “La mujer es una mano especial: elabora los productos mejor que otros muchachos que han ido a trabajar”, nota el especialista.
Destaca que el taller de la Cantera Fernández tiene una extensión en una plaza donde se ofrecen los mejores productos al turismo que va hacia San Nicolás de los Ranchos, a precios accesibles, pero esa dinámica de venta no queda ahí pues recientemente han sido invitados por un exportador para que se pueda mandar hasta un contenedor hacia Estados Unidos, en un intento de exportar sus piezas de manera más numerosa.
“Estamos intentando exportar, quizá nos lleve un poco de tiempo pero estamos en eso”, dice Armando Fernández de manera segura.