Viernes, junio 20, 2025

El Museo Amparo acoge la visión serpenteante y metafórica de la artista Sarah Crowner

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La artista Sarah Crowner serpentea en el Museo Amparo. A partir de su estancia y su acercamiento a las diversas colecciones del recinto seleccionó una serie de piezas que van reptando y haciendo metáforas, como unidad y como piezas individuales, a lo largo de la exposición Serpentear: lectura entre lo antiguo y lo moderno.

Resultado de una conversación de alrededor tres años, y con varias visitas de Brooklyn a Puebla, la muestra que abrirá a partir de este fin de semana contiene obras de Juan Soriano, Graciela Iturbide, Fernando García Ponce, Ana Pellicer, de artesanos y autores anónimos como el óleo de La virgen de Aranzazú, además de un gobelino y otras de manufactura precolombina y colonial que son un diálogo, una conversación y una extensión de la pintura y la obra de la creadora estadounidense.

Desde el Patio Prehispánico del museo, Sarah Crowner se planta sobre la plataforma de terracota en azul cobalto hecha con mosaico en forma de piel de serpiente que reinterpreta el espacio y recuerda que es una obra efímera. Acompañada por Ana Elena Mallet, quien más que curadora fue una interlocutora en el proceso de selección y curaduría de la muestra, Crowner explica que su trabajo podría pensarse como una metáfora, pues al trabajar con esculturas, pinturas y piezas en general ve patrones, y está pendiente de los cambios que surgen y la forma en que van tomando significado.

“La forma en que hago una pintura da pie a la siguiente y se crea un diálogo. La serpiente por tanto es una hermosa metáfora para hacer una investigación comenzando con esta plataforma que proviene de la pintura, el color, las formas y lo manual, que es también arquitectura pues la pintura lo es. Es una especie de estructura que subyace y crece en extensión, y donde el que observa es a la vez participante activo. Se siente una diferencia sicológica entre pintura, performance y arquitectura. Es también algo efímero: tiene que ver con la luz, con el clima, con la forma en que refleja en el muro que es algo concreto y al mismo tiempo algo temporal”.

Ya adentro de las salas,  Crowner hace notar otro asunto: el degradado puesto en las paredes, del azul más tenue al más profundo, con el que avanza la exhibición y propone una integración: para ir de adentro hacia afuera con las tonalidades cambiantes. Aparecen entonces dibujos de Juan Soriano hiciera a mediados del siglo XX como propuestas del proyecto de Lectura en voz alta, la pintura moderna y geométrica en gran formato de Fernando García Ponce fechada en 1968, y tres objetos pertenecientes a Ana Pellicer que dejan ver la pátina “hermosa, suave y metálica”.

El recorrido, ya en una sala más azul, se detiene en una pieza virreinal, La virgen de Aranzazú, cuyo autor es anónimo, de estilo “primitivo” que sitúa al personaje principal en un ambiente particular y la hacen una “pintura extraña, pues no es un retrato tradicional de la virgen”.

Luego, en sala de azul más profundo, aparecen cinco hojas de contacto de la fotógrafa Graciela Iturbide que por su pequeño formato llaman a acercarse y ver la intervención que la artista de la lente hizo con crayón, además de seleccionar los marcos. Dicha pieza convive con un gobelino de gran formato del siglo XIX traído de Europa a México en el que no hay una figura central sino aspectos de arquitectura. “Lo que me hace pensar esta sala es como un marco crea un contraste con el tapiz y crea esta relación entre lo macro y lo micro con una relación y otro”. La parte más oscura de la sala es otra obra de la propia Graciela Iturbide que lleva a pensar en su trabajo y en manera en que trabaja analógicamente tratando de crear sus propias metáforas.

De regreso a la Luz, la artista crea un contraste binario en torno a dos relieves de piedra prehispánicos en el que aparecen jaguares y dos piezas de talavera disímiles entre sí pero que conservan ciertas características, mismas que conviven con obra propia: la pintura Ascending Greens que mantiene su conversación entre azules, verdes, lo manual y lo artesanal.

En todo, como dejó ver Sarah Crowner a pregunta expresa, hay un guiño hacia la cultura mexicana y la importancia de la serpiente, la forma en que la abordó y la estudió con su visita a las colecciones y espacios como Cholula, que le dejaron ver a este elemento como algo mexicano que hace que la exposición tenga una percepción propia para el Museo Amparo, que no sería la misma si se presentará en “Eslovaquia o en Sonora”.

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