Hace un año, nadie imaginaba lo que vendría a sucedernos con la aparición del nuevo virus SARS CoV-2, que produce la enfermedad COVID-19 y que nos tiene a nivel mundial en una crisis verdaderamente sin precedentes. Todavía incluso en el mes de diciembre del año pasado, se ignoraba la velocidad a la que se distribuiría este virus, generando una pandemia y poniendo bajo una verdadera crisis a los sistemas de salud de todos los países, incluyendo a los más poderosos desde el punto de vista económico. Representa ahora una necesidad imperiosa el lavado constante de las manos, no tocarse la cara, utilizar gel antibacterial, toser en el pliegue que se forma entre el brazo y antebrazo, usar cubrebocas y evitar el contacto físico estrecho.
Todo lo anterior, sin embargo, no es suficiente para condicionar que, en este momento (4 de junio, 2020, siendo las 18:47 horas), hayan a nivel mundial, 6,545,752 casos confirmados, con 386,581 muertes y 2,781,400 pacientes recuperados. Muchas cosas se ignoran de este microbio, pero indudablemente puedo percibir que se trata de un virus democrático, en el sentido de que nos puede afectar a todos por igual. Nos obliga a cuidar de nosotros mismos para cuidar a los demás.
Resulta verdaderamente conmovedor observar cómo gradualmente la tierra planetariamente hablando, responde a nuestra cuarentena en formas extraordinarias.
Venados en las ciudades, Jaguares captados por cámaras de seguridad en hoteles de lujo de Quintana Roo, delfines en los canales de Venecia, una mayor cantidad de aves que podemos escuchar por las mañanas y un largo etcétera que se enmarca por el aire más limpio de las ciudades.
La necesidad de dejar de trabajar en oficinas repletas de gente, ha demostrado que uno puede ser capaz de desarrollar las labores cotidianas en los hogares y por qué no, hasta en lugares verdaderamente paradisiacos. No es necesario tener que desplazarnos a cualquier lugar del mundo y presenciar un seminario web (no me gusta el término Weminar), al mismo tiempo en el que le permitimos la entrada virtual a cualquier persona en el seno mismo de nuestros hogares utilizando la cámara de nuestro teléfono celular. Lo mismo sucede con la mínima necesidad de utilizar el automóvil, condición que se refleja en un menor índice de contaminación ambiental.
Hemos tenido que aprender a “navegar” entre muy distintos contextos culturales y sociales, mientras asimilamos formas de interactuar a través de internet, bajo formas de convivencia inimaginables. Esto ha disminuido drásticamente nuestros índices de lectura y sentimos contracturas musculares en los antebrazos, paralelamente a la inflamación de los tendones en las manos generando dolor.
Me han llegado encuestas que gustoso respondo, he tenido acceso a innumerables documentos que son extraordinariamente interesantes y he interactuado con gente de incontables sitios que potencialmente pueden hallarse en cualquier parte del mundo.
Por supuesto, esto no me produce emociones particulares que me hagan sentir bien. De hecho, percibo que la mayor parte de las personas comenzamos a experimentar un agotamiento emocional que se refleja en ansiedad, depresión, angustia, exceso o falta de sueño, malestar e irritabilidad, mientras que, en una especie de anhelo inverosímil, esperamos ansiosos que científicos en cualquier parte del mundo, encuentren una cura eficaz o generen una vacuna que al protegernos, nos permita regresar a nuestras actividades de la misma forma en la que estábamos acostumbrados.
Sin embargo, definitivamente esto no será ya igual. Se trata de definir como “nueva normalidad” a la serie de conductas que se deberán de adoptar para poder vivir libres de COVID-19, sin considerar que en toda la historia de la humanidad, el único virus que hemos erradicado es el de la viruela, cuyo último caso de detectó el 26 de octubre de 1977 en Somalia, África, para que después, el 8 de mayo de 1980, en una reunión, la Asamblea Mundial de la Salud declarara solemnemente en una sesión histórica que la viruela había sido erradicada de la humanidad.
No sabemos cómo serán nuestras nuevas relaciones, el tipo de disciplina que debemos adquirir para protegernos mutuamente de este y otros virus. Cómo se establecerán las nuevas relaciones de trabajo ni cómo se modificarán los estilos de vida; sin embargo, es indudable que debemos forzosamente cambiar nuestra forma de vivir teniendo como prioridades, el alimentarnos muy bien, hacer ejercicio cotidiano para prevenir las enfermedades crónicas y degenerativas como diabetes e hipertensión, no fumar, buscar la atención médica en una forma inmediata ante síntomas respiratorios que vayan mínimamente más allá de un catarro común y corriente y sobre todo comprender que en la medida en la que yo esté sano, podré formar parte de la anhelada inmunidad colectiva (no me gusta el término “rebaño”) y poder contribuir simplemente a vivir mejor. He ahí la democratización del nuevo virus SARS-CoV-2.