Esta es la historia de un país donde pequeños de nueve años preguntan a sus mamás “y si desaparezco, ¿adónde voy?” Donde el 10 de mayo salen a la calle madres que buscan a sus hijos desparecidos. Donde ser mujer es motivo para la violencia de algún tipo, a cualquier edad. Donde padres lloran por sus hij@s e hij@s lloran por sus padres agredidos, ejecutados, violentados, asesinados. Un país de muertos, ejecutados, desmembrados, capos capturados que se fugan, y se fugan, y… De autoridades coludidas, de víctimas y victimarios.
¿Cuánto de lo que realmente para en México relacionado con la violencia sabemos? ¿Cuántos Tetelcingos más quedan por descubrir? Sabes es importante, no como ejercicio masoquista. No para llevar la cuenta. No para alimentar el morbo. Tener memoria nos permite reconocernos, contarnos–narrarnos, mantenernos siempre presentes y conscientes de la realidad y del entorno. Pero, ¿a qué precio se paga el saber?, ¿con una suscripción, con megabytes por mes, con horas ante la pantalla, con la integridad física o con la vida?
El ejercicio periodístico en México, lo sabemos, es hoy en día una labor peligros pero necesaria, valiente y necesaria, desprotegida y necesaria, vulnerable y necesaria. La violencia contra periodistas queda impune y las víctimas son re–victimizadas al desestimar sus asesinatos/asedios/agresiones, al deslindarlos de su ejercicio profesional y volverlos crímenes pasionales o tomar la salida fácil del “algo habrá hecho” o “tenía vínculos con el crimen organizado”.
La violencia contra periodistas es física y virtual, con bots y amenazas digitales, pero también es violencia las precarias condiciones laborales que la mayoría de reporteros tienen, bajos salarios, sin prestaciones, sin capacitación o protocolos adecuados, sin equipamiento, sin acompañamiento. Estar en la línea de fuego, en las trincheras de las fosas, las ejecuciones, los levantones y la extorsión es exponer la salud mental y física, es poner el cuerpo, la mente y la vida. El efecto de la violencia vivida por periodistas no es algo que se manifieste solamente como agresiones contra ellos/as. La falta de sueño, los recuerdos de imágenes y olores, la vulnerabilidad, el miedo, se meten bajo la piel y se quedan pegados.
Para ejercer el periodismo crítico, que informa y contextualiza, hay que cuidarse y cuidar a la familia, mirar sobre el hombro y hacer lo que sea por sobrevivir. La sobrevivencia es material, estratégica. Ya no cuenta tanto la exclusiva como el compartir información con otros periodistas. Hay que recurrir a las redes sociales y también a los boletines oficiales. También se usan las solicitudes de información pública y la visibilización nacional e internacional de los acosos, incluso la autocensura.
Ser periodista incisivo es estar solo en un medio que se interesa por el negocio y no por la gente que trabaja en él. Los medios son empresas que, con contadas excepciones, no se interesan por develar historias contextualizadas y analizadas a fondo, sino por la publicidad que venden o que ganan a través de convenios con autoridades locales o estatales. En las alianzas entre medios y gobiernos los reporteros de a pie generalmente no figuran. Algunos llamados periodistas ganan a través de prebendas monetarias o de puestos políticos, intercambian la pluma o la voz por las versiones oficiales, por los discursos que ensalzan gobernantes en turno o que ocultan relaciones mafiosas del crimen organizado con empresarios o políticos.
Lo que se ganó en libertad de expresión con la salida del PRI del poder en 2000 se fue perdiendo nuevamente con los gobiernos del PAN. 2006 y la guerra contra el narcotráfico y el crimen organizado que lanzó Calderón marcó un retroceso importante. Las coberturas a fondo que cuestionaban y develaban realidades complejas llevaron (y siguen llevando) a amenazas, ataques, asesinatos. Y llegó el miedo, tangible, con rostro y nombre: Regina, Moisés, Gregorio, Alfredo, Rubén, Manuel, Gerardo, Rodolfo, Amado, Noé, Gabriel, Flor… y muchos más. El gobierno ha sido, en la mayoría de los casos, el principal agresor. Las empresas donde trabajaban estas mujeres y hombres también, al deslindarse.
No podemos sumarnos con el olvido, la indiferencia o la comodidad a las agresiones, a la desprotección y la vulnerabilidad de periodistas en México. Nos toca saber, contar–narrar, criticar, cuestionar, entender, escribir y hablar. Por eso, les invito a que lean el libro Violencia y periodismo regional en México.