Miércoles, enero 15, 2025

Valeriana

En recientes fechas se dio a conocer el hallazgo “accidental” de una “ciudad perdida” en el estado de Campeche. De lo de “accidental” y “ciudad perdida” hablaré más adelante, pues parece más un despropósito que una noticia. Su descubrimiento fue, como se ha venido dando en los últimos años, gracias a la tecnología LIDAR que ha revolucionado la forma en que se realizan las exploraciones arqueológicas. Según un boletín elaborado por el INAH, Valeriana, cuyo nombre deriva de “su cercanía con una laguna de agua dulce que tiene dicho nombre, (…) se extiende a lo largo de 16.6 kilómetros cuadrados, los cuales están ocupados por vestigios de infraestructura agrícola y estructuras propias de un sitio maya del periodo Clásico (250-900 d.C.). (…) Según se expone en un artículo científico publicado en la revista Antiquity, en Valeriana se han reconocido dos núcleos principales con arquitectura monumental. El mayor de ellos posee plazas cerradas, conectadas por una amplia calzada, edificios piramidales, un juego de pelota, un embalse formado por la represa de un arroyo y un conjunto arquitectónico del tipo conocido como Grupo E, el cual está asociado con la época preclásica e indicaría, por lo mismo, la existencia de una etapa fundacional anterior al año 150 de nuestra era”. Se trata, pues, de un hallazgo sumamente importante que nos hace ver que no todo está dicho en cuanto a nuestro pasado prehispánico. De hecho, descubrimientos como este, sumados a los que se han dado en el Petén guatemalteco, o en Tabasco con  Aguada Fénix, del que hablé en una columna anterior, demuestran que buena parte de lo conocemos como la zona maya, se encontraba densamente poblada. Esto nos lleva a realizar varias reflexiones.

Hay dos aspectos a contemplar. Primero que nada, estamos acostumbrados a pensar en las ciudades mesoamericanas, particularmente las mayas, como urbes aisladas, integradas solamente por lo que vemos en los vestigios arqueológicos que encontramos en la actualidad. Sin embargo, gracias a estos mapeos LIDAR, vemos que las ciudades se encontraban conectadas por una intrincada red de caminos, además de que, entre esas grandes capitales, mediaban numerosas otras poblaciones, de diverso tamaño y actividad. Por tanto, se antoja fundamental ahora explorar las posibles relaciones establecidas entre los grandes centros urbanos, estos otros menores, las aldeas y posibles centros de producción de materias primas. El segundo aspecto a considerar es que, gracias a esta densidad, podrían ser mucho más lógicas las relaciones entre ciudades tan distantes como Teotihuacan, Tikal, Chichén Itzá, Tajín o Seibal, es decir, la comunicación se habría dado de forma sumamente eficiente, lo que conllevaría redes de intercambio constantes y fluidas y, con ellas, el tráfico de pensamiento, tendencias constructivas, de expresión y de culto. Ello podría contribuir a la mejor explicación de fenómenos que podríamos denominar “panmesoamericanos”, por falta de un mejor concepto: de lo olmeca y su extensa difusión en el Preclásico; de lo teotihuacano y sus alcances en el Clásico y de lo que Alfredo López Austin y Leonardo López Luján han denominado lo Zuyuano, en su ya clásico libro “Mito y realidad de Zuyuá: serpiente emplumada y las transformaciones mesoamericanas del clásico al posclásico”., sobre la expansión del culto a la serpiente emplumada y la difusión de ideas políticas, sociales y artísticas visibles desde el Epiclásico en Cacaxtla, Xochicalco, Tajín, Tula Chico, Cantona, entre otras, y que se transmiten al Postclásico en lugares como Tula, Chichén Itzá o Q’umarkaj en la zona k’iche’. Imaginemos por un momento, que un grupo de personas llevando productos e ideas para intercambiar, sale de Calakmul en Campeche, para dirigirse a la región de Bakalar, y hacen una parada en Valeriana, ciudad aliada probablemente y caminan siguiendo caminos trazados previamente, intercambiando con otros centros urbanos; dejan y llevan productos e integran en su conocimiento, pensamientos e ideas diferentes.

También puedes leer: ¿Quiénes somos?

Por lo que respecta a la idea de que el descubrimiento fue accidental y de que se trataba de una ciudad perdida, bueno, ambas afirmaciones, producidas y reproducidas a nivel mediático, son artilugios que utilizan ciertos medios para obtener entradas a las páginas de sus diarios. Es una práctica sensacionalista muy a la gringa, que privilegia más el aspecto mercadológico que el conocimiento mismo. Según esta versión, Valeriana existe gracias a que un científico norteamericano la descubrió; sin embargo, si le preguntamos a los pobladores que habitan cerca de la ciudad, nos daremos cuenta de que ellos ya sabían de su existencia. Obviamente lo de “ciudad perdida” nos lleva al exotismo de la aventura, en un lugar inhóspito, olvidado por la civilización. Es como si este investigador fuera un Indiana Jones que se topa con un hallazgo maravilloso, gigantesco y que se suma a los anales de la historia antigua universal. Ambas ideas son profundamente coloniales. Hay que decir que los autores del estudio que aparece en la revista Antiquity (2024), denominado “Running out of empty space: environmental lidar and the crowded ancient landscape of Campeche, Mexico”, Luke Auld-Thomas, Marcello A. Canuto, Adriana Velázquez Morlet, Francisco Estrada-Belli, David Chatelain, Diego Matadamas, Michelle Pigott & Juan Carlos Fernández Díaz, provenientes de las universidades de Tulane, Houston, Northern Arizona, en Estados Unidos y del INAH, afirman que  se trata de una “importante zona urbana que hasta entonces era desconocida para la comunidad científica”. Exacto, desconocida para la comunidad científica, no para el resto de la humanidad. Es con demasiada frecuencia que se usa a la ciencia como una especie de deidad que crea el mundo y a los científicos como los apóstoles de semejante religión.

Dejando de lado el carácter mediático y sensacionalista de la nota periodística, considero importante resaltar algunos de los resultados de esta investigación publicada en la revista antes citada. Las y los autores sugieren “que los asentamientos densos a escala regional y la variabilidad de alta amplitud en la densidad de asentamientos a escala local (que refleja la urbanización) son características de las Tierras Bajas Mayas centrales y no el producto de un sesgo de muestreo (contra Webster 2018). En el futuro se publicarán análisis cuantitativos más detallados de las características arqueológicas dentro de este y otros conjuntos de datos pseudoaleatorios”. Esto quiere decir que, justo como comentaba párrafos arriba, se demuestra que la zona maya tenía una densidad poblacional considerable y que eso es la constante más que una particularidad regional. “De hecho -afirman-, los investigadores del siglo XX tenían razón al decir que el interior de Campeche es un paisaje sustancialmente antropogénico (sensu Chase & Chase 2016). Este y otros análisis recientes (Hernández Gómez 2021; Šprajc et al. 2021) dejan en claro que esta área también era, en algunos lugares, un paisaje urbanizado donde las poblaciones rurales se articulaban e interactuaban con ciudades superpobladas”. Imaginemos la enorme cantidad de habitantes que poblaron semejantes espacios. Algo así podríamos imaginar que sucedió en otras regiones del espacio de lo que hoy conocemos como México o Guatemala. Poco a poco, gracias a estudios como estos, pero también a la apertura de los investigadores para ver más allá de los conocimientos producidos con antelación, empezamos a percatarnos de las dimensiones humanas y sociales de ese pasado tan remoto. Nos lleva a pensar que cada que se publican resultados de investigación, debieran dejarse hojas en blanco para ir añadiendo nuevos hallazgos y nuevas interpretaciones. Las civilizaciones que habitaron nuestro territorio que hoy continúa terriblemente colonizado de pensamiento y ambición, son y han sido lamentablemente subestimadas; es tiempo de voltear a ver más hacia adentro que ilusionarnos con aprender de otros lugares. Aquí hay bastante por aprender todavía.

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