Miércoles, octubre 9, 2024

Universidad

Mi pertenencia a la universidad pública me ha proporcionado un sentido de lo social y de la importancia de la misma como eje articulador de los esfuerzos de los diversos sectores para obtener un desarrollo equitativo y sólido, garante del bienestar de las personas que habitan ciudades, regiones, países. De mis más de 15 años como docente, sin duda los más ricos han sido aquellos dedicados a la enseñanza pública en la Universidad Autónoma de Puebla; de igual manera, de mis años como estudiante, los más consistentes y provechosos fueron en universidades públicas, primero en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, en la maestría en Historia de México, y luego en la Universidad Nacional Autónoma de México en el doctorado en Estudios Mesoamericanos. Lo cardinal: el aprecio a la investigación como invaluable fuente de producción de conocimiento que pueda explicar el mundo que nos rodea, por un lado, y el hondo sentido de responsabilidad social que encontré en compañeros y profesores, por el otro. Entiendo pues a la universidad como un foco fundamental de conocimiento y cambio social, nada más y nada menos. Lo anterior no debe confundirse con las frases hueras plasmadas en cualquier folleto promocional de institución educativa de medio pelo que pretende engatusar a su “mercado meta” con promesas de liderazgo, internacionalización y emprendimiento que son lugares comunes en una educación tendiente a la mercantilización. Para mí, la educación que no asiste a la sociedad es vana.

Como bien comenta Estela Morales Campos de la UNAM en un artículo denominado “La Universidad Pública y su Compromiso Social en la Producción del Conocimiento”, “considerar el conocimiento un bien social, parte del patrimonio del hombre, es una premisa de la que deben partir las ciudades y los gobiernos, los profesores, los investigadores y las universidades. Ser un bien social, y no un bien sujeto a las leyes del mercado, no implica desconocer la autoría del creador, sólo facilita y propicia su uso, sobre todo en países y pueblos que no han desarrollado una actitud y una educación que busquen resolver los problemas de la vida a partir de la aplicación de conocimientos y saberes útiles”. En efecto, un conocimiento que no impacta a nivel social tanto en su aplicación práctica, como para el entendimiento de pensares e identidades sociales, bien puede nacer como letra muerta o nutrir intereses mezquinos individuales. Numerosos autores han criticado el modelo imperante y su innegable injerencia en la educación, especialmente a nivel universitario. Destacan Amparo Ruiz del Castillo desde la UNAM, Jaime Ornelas Delgado desde la UAP y Pablo Latapí Sarre, también desde la UNAM. Este último, preocupado por la perniciosa falacia detrás de conceptos como “excelencia” y “calidad” derivados de un pensamiento mercantilista que ha afectado los destinos de la educación y especialmente a la universidad en general: “ante esta era de la mercancía total, ante este intento mundial de convertirnos a todos en mercaderes, la universidad, creo, tiene una misión: no dejarse llevar acríticamente por el juego de las complicidades del mercado –en las carreras que abre, en las investigaciones que emprende o en los servicios que presta– sino alertar contra los abusos de este proceso: las rapacidades que están acabando con la naturaleza y con el planeta y amenazan la maravilla de la vida, las perversiones psicológicas de la publicidad, el poder incontrolado de la TV, y –lo que está en el fondo de todo esto– el afán de lucro por arriba de todo. La universidad debe promover el rescate de nuestra humanidad disminuida”.

Hoy, en nuestra universidad pública vivimos un momento crucial pues tenemos la maravillosa oportunidad de contribuir al desarrollo del estado y la región a través de la formación de egresados con conocimientos específicos y elementos humanos; pero igual, podemos caer en una dañina superficialidad producto de fórmulas fácilmente digeribles que en apariencia dan solución a prácticamente todo con “ideas de vanguardia”. Afortunadamente vemos señales positivas en nuestra UAP, no sólo en lo concerniente a transparencia y democratización de la máxima casa de estudios, sino en cuanto al incentivo de su auténtica vinculación con la sociedad y no sólo al servicio de la empresa. Académicos haciendo academia. Si las cosas continúan como están hasta ahora, la investigación, la docencia y la divulgación serán los ejes fundamentales de la universidad lo que llevará a una mayor madurez de todos los sectores universitarios. La apuesta es clara y las vías también lo son: educación, educación, educación… especialmente en un país tan dañado por la estulticia de unos, el latrocinio y la corrupción de otros tantos, el delinquir de cada vez más y la indolencia de muchos. Para mí, preocupan mucho la pobreza de ideas y la escasez de conocimiento, lo mismo que angustia pensar en un futuro sin universidades públicas, no sólo porque habría cientos de miles de jóvenes sin oportunidad de acceder a conocimientos profesionales, sino porque todavía hoy son los focos principales para la investigación. Nuestra UAP, indudablemente, sigue siendo un referente serio en este sentido. Es tiempo pues, de que reflexionemos todos qué tipo de universidad queremos y actuemos en consecuencia; yo, por principio, me declaro universitario, académico y comprometido con mi sociedad y su futuro.

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