“Trabajar por la diversidad
es hacerlo por la humanidad”.
Así como en todo el planeta se presenta un ecocidio de proporciones incalculables, también en la misma proporción hoy está sucediendo una serie de agresiones a las formas de ser y convivir que han acompañado a los seres humanos desde tiempos lejanos.
La uniformidad es la vía por la cual los gustos, preferencias y formas de pensamiento de las personas se alienan, y con ello se faciliten las estrategias de mercado y control.
En nuestras formas de vida se está extinguiendo la diversidad que caracterizó al ser humano para conocer el mundo y resolver las problemáticas que fueron surgiendo con el paso del tiempo, para conformar lengua, cultura y arte.
Desgraciadamente, la dicotomía entre uniformidad y diversidad es algo que se está resolviendo a favor de la primera, gracias a que tiene como aliados el poder y el dinero.
Por ejemplo, en el 2005, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), publicó un informe titulado “Hacia las sociedades del conocimiento”, en el cual alertó sobre la posibilidad de que las nuevas tecnologías aceleraran la extinción de algunas lenguas “endémicas”, toda vez que las herramientas de interconexión propician la homogeneidad en lugar de la diversidad.
Hace casi diez años dicho documento incluyó la opinión de varios lingüistas en el sentido de que muy probablemente – ojalá se equivoquen – entre el 90 y el 95% de las lenguas actuales podría haber desaparecido.
El vínculo de la desaparición de las lenguas y la uniformidad se puede ver con claridad cuando se revisan estudios relacionados con el idioma en que se encuentran la mayoría de los contenidos en Internet: el inglés es el idioma hegemónico.
Vale la pena retomar el artículo titulado “El lenguaje de la nieve”, publicado por la UNESCO con motivo del Día Internacional de la Lengua Materna 2014, para poner un ejemplo específico de lo que se pierde tan sólo por asumir la uniformidad lingüística.
En el Círculo Polar Ártico, en territorio de Noruega, Suecia, Finlandia y Rusia, la etnia sami ha construido un sistema de comunicación verbal basado principalmente en la nieve, pero como el cambio climático está transformando su entorno, su lenguaje ha cobrado mayor valor por tener la flexibilidad para cambiar a la misma velocidad.
Tan profuso es el conocimiento que tienen los samis de su ambiente, que los científicos de campo han tenido que reconocer la necesidad de aprender dicha lengua para poder avanzar en sus investigaciones, porque “se ha demostrado que la terminología en lengua sami es más holística y se integra mejor en la ecología local que los términos usados internacionalmente en relación con la nieve”.
Es tal la envergadura de los aportes samis que la UNESCO desarrolla actualmente el proyecto: Conectar los conocimientos de los indígenas y los científicos acerca del cambio climático en el Ártico.
La uniformidad, en particular la uniformidad lingüística, está provocando que dejemos en el camino la riqueza que hemos abrevado durante milenios, en consecuencia, sería una pérdida irreparable.
El afamado investigador y fotógrafo Wade Davis, hablando de uniformidad y diversidad, nos arrincona sin salida con esta reflexión:
“Y al final… se trata de una simple elección. ¿Deseamos vivir en un mundo monocromático y monótono o queremos un mundo policromo y diversificado? La gran antropóloga Margaret Mead dijo antes de morir que su gran temor era que si nos dejamos llevar hacia esta cultura única mundial, genérica y amorfa no sólo se reducirá el rango de la imaginación humana a un modo de pensar estrecho sino que un día nos despertaríamos, como de un sueño habiendo olvidado incluso que existieron otras posibilidades.”
La diversidad es un asunto de sobrevivencia.
Abel Pérez Rojas ([email protected] / @abelpr5 / facebook.com/PerezRojasAbel) es poeta, comunicador y doctor en Educación Permanente. Dirige: Sabersinfin.com.