David Toscana (Nuevo León, 1961) acaba de publicar una gran novela de fantasía y memoria.
Nada para asombrarse, corregirán algunos, sabedores de que las buenas ficciones son siempre atado de recuerdos y conocimiento, imaginación y sello personal.
Tampoco nada que lleve a la sorpresa, advertirán otros, conocedores de la inventiva literaria del autor, siempre original y reconocida entre lectores de a pie, críticos y estudiosos.
Pero de lo reciente (y de la buena novela que circula ya en librerías) es de lo que hablarán estas líneas.
De una ficción, El peso de vivir en la tierra, que entre los encomios a declararse están la historia que nos cuenta, la del joven regio y su media docena de amigos decididos a convertirse en cosmonautas, al menos desde su imaginación, y esa especie de antología de la literatura rusa en la que se convierte en cada una de sus páginas.
Bien harían los cautivos de este magnífico canon universal, desde ahora, tener presente esta novela, sí, novela, para recorrer sus múltiples títulos sin las características del recuento docto.
Viaja en el tiempo El peso de vivir en la tierra.
Trama ubicada en 1971, fresca la guerra fría y la carrera espacial en lo internacional, la guerrilla y la represión en casa propia, para descubrirnos a un Nicolás que rápido transmutará en Nikolái, incitador de otros para descubrir las estrellas, dixit Gagarin.
Conocedor de la literatura rusa, Chéjov, Pushkin, Turguéniev, Garshin, Yesenin, Lermontov, Kuprin, Bely, Bulgákov, Ajmátova, Mandelstam, Pilniak, Bábel, Tsvietáieva, Solzhenitsyn, Pásternak, Andreyev, Tolstói, Dostoyevski y tantos otros, Nikolái emprenderá un recorrido por las calles de su metrópoli norteña para mirar al cielo, “otra manera de mirar al pasado, una infinidad de pasados, de tiempos distintos, remotos”.
“Quiso (Nikolái) acarrear esa idea a la novela”.
Puesto que “las letras en un libro abierto eran añicos de cielo en los que también se miraba el pasado. No le convenció la comparación. Tendría que pensarlo mejor si quería explicar ese embrujo por el que las palabras escritas hace cien o más años se vuelven presente cada vez que se las mira. La cuestión podría ser tan obvias que sólo ponderarla era una simpleza; o tan compleja que no tuviera explicación”.
Novela con mucho vodka, “el hombre con tendencia a la locura, alcohol y libros dan el mismo resultado”, El peso de vivir en la tierra nos lleva no sólo a las entrañas quijotescas, locas, de Nikolái y sus acompañantes sino también a las de los grandes escritores rusos. Cada uno de ellos atravesado por los grandes dilemas de su tiempo: destierro, enfermedad, guerra, hambre…
Aunque abanderados de “la belleza de la escritura, el respeto al lector, la humanidad del hombre” y tan presentes en sus esferas de palabras. (Hace unos días, Irene Vallejo llamó a Dostoievski “un jovencísimo escritor de apenas 201 años”).
¿Conseguirán llegar a las estrellas Nikolái y sus acompañantes?
Desquiciada empresa.
Belleza, libertad, vida
Casi como esa otra, la más desquiciada de la humanidad, de parte de los escritores rusos: “que las palabras cotidianas pueden conjurarse para crear belleza, libertad y vida”.
Escritores “de alma grande y novelas equiparables”. Conmovedores. Como lo muestra la fotografía de Pyor Petrovich Pavlov, portada de El peso de vivir en la tierra, con un Chéjov leyendo La gaviota y cautivando a integrantes de la Compañía de Teatro del Arte de Moscú, en 1899.
(David Toscana es también autor de Estación Tula, Santa María del circo, Lontananza, Duelo por Miguel Pruneda, Los puentes de Könisberg, El último lector, La ciudad que el diablo se llevó, El ejército iluminado y Evangelina. En 2018 recibió el Premio Xavier Villaurrutia y el XI Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska por Olegaroy. También recibió los premios José María Arguedas, Antonin Artaud, Colima y Fuentes Mares).
David Toscana, El peso de vivir en la tierra, Alfaguara, México, 2022, 326 pp.
@mauflos