Gerardo Fernández Noroña, se acaba de estrenar como presidente del Senado, para todo el primer año de la Legislatura entrante, cuya fracción de Morena y aliados necesitarán un legislador para poder alcanzar la mayoría calificada, después que los dos Senadores del PRD (de Tabasco y Michoacán) se pasaron al partido guinda.
Noroña ha empezado su función con un discurso donde afirma que “es el tiempo de los plebeyos,” donde él pertenece conforme a sus dichos y que a ellos representa, lo cual no excluye ser “institucional e incluyente,” afirma. Pero lo real es que, más allá de esta consideración anecdótica por un individuo caracterizado por su rijosidad y actitud iconoclasta, deberá operar en las Cámaras y en los Congresos locales, para lograr la mayoría calificada que garantizaría el avance de las propuestas de reformas planteadas por AMLO desde el cinco de febrero, fundamentalmente la reforma al Poder Judicial, con lo que se preludiaría una caliente gestión naciente con Claudia Sheinbaum en la Presidencia del país.
Este mes faltante para que concluya el mandato de López Obrador, será intenso por el grado de confrontación entre Morena y aliados, contra una oposición cada vez más desesperada, por sus míseros resultados y tácticas inefectivas y en mucho, falta de sustento legal, como es el caso del paro de secretarios y jueces o la aceptación de amparos contra el debate en las Cámaras, en una franca intromisión de un Poder en otro, y, aun así, todavía se atreven a levantar la demanda de independencia.
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El otro elemento es el resquebrajamiento de la derecha y de sus alianzas, el propio Marko Cortés, ha declarado que más vale ir solos que mal acompañados, en mensaje directo al PRI, que sigue en picada bajo la dirección de Alito, ya ni hablemos del PRD, que ha perdido su registro, aunque lo mantenga en trece estados de la República.
Será un mes de movilizaciones, pero también de imposición parlamentaria, más allá del debate, en lo que implica la concreción práctica del llamado Plan C, amparados por casi 36 millones de votos y un grado de aceptación popular de aproximadamente el 73 por ciento para el gobierno de López Obrador, en su culminación sexenal.
Ya lo hemos señalado antes, la nueva administración llegará con una polarización en el país, aunque haya unidad y cohesión interna en el equipo de Claudia Sheinbaum, y tenga el apoyo de su partido y aliados, así como cobertura parlamentaria, pero una derecha activa, terca, con recursos económicos y mediáticos, aunque no tenga propuesta programática con la cual convencer. Como con López Obrador, seguramente le apostarán al fracaso o a los recursos al estilo de Gene Sharp.
En contra parte, la nueva administración no solo requiere asegurar la continuidad del proyecto de la Cuarta Transformación, sino avanzar más allá, con cambios, en lo que la presidenta electa ha llamado segundo piso, que garantice aun con lo antes mencionado, la singularización con respecto a su antecesor y así hablar de una nueva etapa, con sus propias características, con lo que sería su sello propio.
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