“Tiemperos” en Puebla, “graniceros” en el estado de México y “misioneros del temporal” en Morelos, además de otra media docena de apelativos, son los nombres que reciben aquellos hombres que, según las creencias, siguen garantizando las bondades de la tierra a través del ritual granicero.
Dicho rito forma parte de una tradición prehispánica que, con una mezcla de elementos principalmente católicos, persiste hasta el presente.
El tiempero, como mediador del ciclo agrícola, ejerce un control de los fenómenos atmosféricos: lluvias, rayos, tempestades, granizos, plagas, vientos y periodos de sequía, porque de esto depende la producción de alimentos.
A mediados de la década de los años 60 del siglo anterior, el antropólogo Guillermo Bonfil Batalla penetró en el mundo de los teciuhtlazquie, “el que tira o lanza granizo”.
A su lado trabajó el documentalista Alfonso Muñoz, quien quizá desde un árbol para no irrumpir en las ceremonias llevadas a cabo en la Cueva de las Cruces en Tepetlixpa, Morelos, reveló el rito con escenas que guardan la sacralidad y solemnidad del acto.
La etnohistoriadora Aidaly Castañeda explicó que en las fotografías se puede observar cómo la ofrenda que se depositaba en cuevas y abrigos estaba compuesta por grandes cantidades de pan y fruta, agua, sal; con el tiempo se han añadido guisos y otras piezas, aunque la cruz se mantiene como un elemento primordial, porque personifica el poder de mando de un granicero viejo.
“Los miembros de la corporación (de graniceros) son sujetos fundamentales que establecen el clima ritual; el fotógrafo (Muñoz) los mira en su rol de oficiantes del acto, aunque también asienta la percepción de su humanidad. La serie crea un ritmo y una narración que constituyen una constancia de ese rito en un tiempo y espacio determinados”, señaló Casanova.
El documentalista Alfonso Muñoz logró una serie de 51 negativos en torno al “Enfloramiento de cruces en Tepetlixpa”; seis de ellos han sido publicados por la investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) Margarita Loera en su libro Memoria india en templos cristianos.
Además del trabajo de Muñoz, destaca la serie “Imágenes de lo sagrado”, del fotógrafo poblano Everardo Rivera. En ellas, en las alturas del volcán Popocatépetl, aparece en primer plano la expresión absorta de los devotos. Con cirios y ofrenda en mano, su fe parece inquebrantable mientras permanecen hincados sobre la nieve del paraje Las Cruces, a cuatro mil 500 metros sobre el nivel del mar y a 700 metros bajo la cumbre de don Goyo.
Actualmente, el INAH a través del Proyecto Eje de Investigación, Conservación y Restauración del Patrimonio Cultural y Ecológico de los Volcanes, da cuenta de las transformaciones en el ritual de los texispec, “bendecidor y espantador de granizo”, o teciuhpeuhqui, “aquel que vence al granizo”, evidentes principalmente en los elementos de la ofrenda.
Al respecto, el arqueólogo Arturo Montero explicó que hoy en día a los que trabajan con las nubes (clima) se les denomina de acuerdo con su región.
Indicó que algunos de los graniceros que mantienen y salvaguardan la tradición son don Pedro –quien sigue los pasos de su padre, Aniceto Córdoba Páez, “don Cheto”– y también don Moisés Vega Mendoza; a ellos se les ve ofrendando o haciendo “limpias” en Amacuilecatl o la Cueva de Tlalpanzingo, lugares sagrados.
Indicó que por medio del rayo ellos reciben el poder de curar, pedir la lluvia, evitar plagas, desviar el granizo e impedir las sequías. Asimismo, quienes mueren por esta causa estarán destinados a trabajar desde el cielo.
También Montero precisó que se puede ser granicero por herencia familiar o por revelación onírica. Esta congregación actúa en laderas, cañadas, cuevas, cimas y santuarios.
Incluso, ya en la Breve relación de los dioses y ritos de la gentilidad, escrita en 1569 por Pedro Ponce, y en el Manual de ministros de indios para el conocimiento de sus idolatrías, de Jacinto de la Serna (contemporáneo del primero), se daba cuenta de la celebración de esta ritualidad en las inmediaciones de la Sierra de Tlaxcala y en Tenango, al pie del Nevado de Toluca.