La inevitable consecuencia de una democrática contienda por el poder de esta República, determinada por los resultados electorales, ha sido difícil reconocer y aceptar por la oposición. El triunfo del modelo justiciero de Morena y de sus abanderados a los múltiples puestos está renovando oposiciones similares a las conocidas. En el anverso de este momento aparecen también los triunfadores. En el reverso, en cambio, los derrotados.
La campaña que precedió a las urnas llenó el gran espacio público de voces e imágenes sucesivas, en sus contenidos y promesas. Ahora es importante desentrañar lo que a cada conjunto de ellos les traerán los dictados populares. Para los morenos queda el difícil encargo de aceptar la apabullante voluntad ciudadana, que les confiere el manejo sustantivo de los asuntos públicos. Para la oposición, la tarea consiste en situarse como tal, sin duda, penoso pero necesario, igualmente difícil de desentrañar. En algunos organismos y personajes de la oposición, se distinguen reacciones adoloridas pero serenas, en búsqueda de explicaciones por el atropello padecido, pero a otros muchos les provoca pulsiones airadas, un tanto inesperadas que sacan a relucir sus incapacidades de acercarse a la nueva realidad por su persistente y obcecada actitud. No aceptan lo sucedido y lanzan al aire, de nueva cuenta, fobias, corajes y tonterías. Aunque, en esta suma de posturas encontradas, destaca, la corriente que intenta acomodarse a la nueva realidad creada por los arrolladores resultados.
La caída de la bolsa de valores y las fluctuaciones del peso fueron tomadas como tajantes dictados de inversores en rechazo al poder cedido por la mayoría del pueblo. Empezó entonces la algarabía de aquellos que vieron un modo de respaldar sus reclamos, ser oídos, tomados en cuenta y, ¿por qué no?, condicionar al rival. Se lanzaron, con renovados bríos. El capital, dijeron de inmediato, votaba por restringir y suavizar la conducta de los futuros gobernantes de la nación. Desean, aseguraron, que haya poderes con contrapesos.
Estos recalcitrantes opositores vociferan que es el momento de restar fuerza a la nueva gobernante. Siendo mujer, la sienten influenciable si se tiene el respaldo de ese puño etéreo, de los mercados, pero aceptadamente poderoso, que los encandila. En unísono tropel, se han lanzado, medios y opinadores, a forzar una toma de postura por parte de Claudia Sheinbaum, distinta a la que rechazan y temen de AMLO, que ya no lo quieren ver, de nueva cuenta, a cargo de las decisiones nacionales. Lo vuelven acusar de tirano y destructor de la democracia. Una ruptura entre la presidenta electa y el actual Ejecutivo federal, es una ensoñación opositora, por completo engañosa y finalmente falsa, causa de su fracaso como estrategia de un contrincante electoral, un espejismo creado por los mismos medios, que embaucó a buen número de mexicanos. Esta visión suponía mostrar un caos reinante en el país, supuesto sinónimo de mal gobierno. Apuntaron, con la usual saña clasista, al líder que, según su narrativa, destrozó al país y destruyó cuanta institución valiosa existía. Un verdadero peligro nacional continúa siendo su conclusión.
La oposición ha vuelto a su irremediable ruta de fracaso. No hay discordancia entre Claudia y Andrés Manuel. Las reformas irán porque se han diseñado para el bien de las mayorías que, los opositores insisten, todavía convulsos por su trágico fracaso, en ningunear tercamente.