A poco más de una semana de realizadas las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, la dimensión de la victoria electoral de Donald Trump empieza a quedar de manifiesto. Contrario a lo que apuntaban la mayoría de las encuestas, Trump no solo ganó todos los denominados estados “bisagra”, incluidos 3 de la “muralla azul” (Wisconsin, Michigan y Pensilvania), sino que ganó también el voto popular con más de 75 millones de sufragios, una diferencia de 3 millones sobre Harris; Trump, además, mejoró en las preferencias electorales de diversos grupos demográficos, tradicionalmente afines al partido demócrata.
Finalmente, y no menos relevante: los Republicanos conservaron la Cámara de Representantes y ganaron el Senado. En los hechos, esto se traduce en que no tendrá impedimento para avanzar con su agenda.
Basta con ver el mapa electoral de los Estados Unidos post-elecciones para constatar que la narrativa de un país “dividido” es, en realidad, falsa: un mapa predominantemente rojo, en donde incluso bastiones demócratas como Nueva Jersey, Nueva York y California, por ejemplo, muestran cómo Trump ganó terreno en condados históricamente ‘azules’. Así, en 2020, los demócratas ganaron dichos estados por 16, 23 y 30 puntos, respectivamente; en 2024, el margen se redujo a 6, 12 y 20 puntos.
Para comprender la magnitud de esta apabullante victoria, deben considerarse múltiples factores; sin embargo, existe un hilo conductor: el desencanto del pueblo estadounidense con su clase política. Un voto por Trump era un rechazo manifiesto a las instituciones, mecanismos y prácticas que sus rivales, advertían, destruirá.
Cuando a un votante preocupado por la inflación o su economía doméstica se le prevenía que Trump atentaría contra la ortodoxia de Washington, lejos de asustarlo se le animaba para expulsar a esas élites que durante tantas décadas lo han olvidado. La victoria de Trump demuestra explícitamente la marginación que sienten una buena parte de los estadounidenses. https://shorturl.at/K5W9m
Trump ganó la presidencia postulado por el partido republicano, pero de ninguna manera forma parte de las bases ni la dirigencia de ese partido. El New York Times (https://shorturl.at/fvVGx) sintetiza este fenómeno de manera adecuada: Era Trump contra todos los demás; contra Harris y los demócratas, contra los republicanos históricos, contra premios nobel y medios de comunicación.
Precisamente en este sentido, una dimensión adicional para el análisis es el papel que jugaron estos medios en su cobertura electoral, y cómo estos fueron recibidos por los votantes.
Los grandes y convencionales medios de comunicación, como el citado New York Times y el Washington Post, populares en Washington D.C. y entre la clase dominante, se abocaron abiertamente en contra de Donald Trump. Harris, que realizó una campaña política tradicional, no solo se benefició de la prensa escrita, sino que contó con cobertura favorable de cadenas de televisión como ABC, NBC, CBS, CNN, entre otros.
Harris, además, se apoyó en el respaldo de Hollywood, otra facción de las élites estadounidenses, para intentar persuadir a los votantes. Esto no solo no le ayudó, sino que le perjudicó. El postureo moral de una clase privilegiada, diciéndole cómo pensar y votar a un ciudadano cuyo ingreso no le alcanza para llegar a fin de mes, resulta, cuando menos, cínico.
Trump, en cambio, desplegó una estrategia distinta, al priorizar medios nuevos y alternativos, Podcasts –principalmente, para alcanzar a segmentos de la población que no leen el Times o el Post; muchos de estos Podcasts superan holgadamente la audiencia de los medios convencionales. Por ejemplo, una simple entrevista de Trump en un popular podcast (Joe Rogan) obtuvo más de 45 millones de vistas en YouTube y más de 25 millones de reproducciones en Spotify y otras plataformas. Un elemento llamativo de estos medios es el cambio de enfoque en su comunicación: no buscan “evangelizar” desde la superioridad moral; se centran en conversaciones, casuales, informales y en donde, furtivamente, cuelan su línea política.
En México, la situación no es muy distinta. Hemos visto durante los últimos años un ataque permanente y sistematizado de parte de los medios de comunicación tradicionales a cada una de las acciones de la presidencia de AMLO y, hoy también, de la presidenta Sheinbaum. Para responder a estas calumnias la única herramienta con la que se ha contado son las conferencias mañaneras, y deberá admitirse que han sido de una alta eficacia.
Los ataques y campañas de descalificación proferidos por los medios convencionales han sido contraproducentes, ya que hoy enfrentan a una evidente falta de credibilidad. Un estudio de junio de 2024 difundido por Reuters (https://shorturl.at/lVBw5) así lo demuestra: en 2017 había un 49% de confianza en las noticias, para 2024 sólo hay un 35%; 15 puntos porcentuales de reducción en sólo 6 años.
Vivimos tiempos de cambio en todos los ámbitos. Comprender adecuadamente los fenómenos políticos impedirá que se reproduzca en otros lugares el que un personaje con un discurso agresivo, intolerante y xenófobo aproveche el descontento social en su propio beneficio. Los medios de comunicación convencionales son responsables también de la victoria de Trump, al privilegiar sus intereses y privilegios por encima del sentimiento nacional. Tomemos nota.