Martes, abril 22, 2025

Tamales

En estos días, las familias mexicanas comieron tamales en honor a la Candelaria. Sea porque te sacaste el muñeco en la rosca de reyes o simplemente por departir con los demás, comimos tamales en estos días, más allá de dietas o promesas. Es un día que no puede dejarse de lado. Sin embargo, como leemos en un reportaje publicado en el portal de Ciencia UNAM en febrero de 2022,  de “acuerdo con Erika María Méndez Martínez, maestra en antropología por el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, la tradición para consumir tamales durante los primeros días de febrero no sólo está asociada a la religión católica sino también a otras fiestas como la bendición de las semillas. (…) Este ritual forma parte de las celebraciones de apertura del ciclo agrícola, en donde los campesinos ofrecen sus cosechas y una serie de oraciones pidiendo una buena temporada de siembra. (…) Asimismo, en esta fecha se conmemoraba la fiesta de Atamalcualiztli, un festejo en donde el platillo principal eran los tamales de agua y tenían como fin honrar a Tláloc, el dios mexica de la lluvia”. En su capítulo “El ayuno de tamales de agua. Iconografía de la lámina de Atamalcualiztli, Primeros Memoriales”, escrito y publicado por Manuel Alberto Morales Damián en el libro “Tepeapulco, región en Perspectiva” (2010), coordinado por él mismo, Morales afirma que “la fiesta quizá se celebraba cuando coincidía el ciclo de Venus con algún momento específico del ciclo agrícola, aunque se trata de un asunto que no es posible dilucidar con absoluta certeza. Lo cierto es que se expresa un tiempo de oposición y complementariedad entre lo húmedo y lo seco, lo inframundano y lo celeste, ya que se equipara el nacimiento de Centéotl en la región de la lluvia y la niebla con el nacimiento del sol que se levanta al señor de la aurora mientras lo colibríes liban las flores” (129- 139). Morales nos comenta que la fiesta se desarrollaba cada ocho años y, tanto ella, como la lámina correspondiente a la festividad que se encuentra en el Códice Matritense que corresponde a los denominados Primeros Memoriales recopilados por Sahagún precisamente en Tepeapulco, Hidalgo (luego, estos se convertirán en la primera parte de su importante obra sobre la vida de las comunidades nahuas del centro de lo que hoy es México), corresponden a un complejo ritual vinculado a la fertilidad agrícola, mediada por los vientos, las nubes y el agua. No me detendré en las múltiples interpretaciones dadas a la lámina, los tiempos en que se celebraba y las deidades a las que estaba relacionada por falta de espacio. Vale decir en este instante que la fiesta llevaba el consumo de tamales de “agua”, es decir, sin ningún tipo de condimento, carne o fruta, sino la masa preparada en tamales y hervida.

Las culturas mesoamericanas primero, las de la Colonia después y las de la actualidad, han y siguen teniendo una relación importante con la elaboración de tamales con fines rituales y gastronómicos. Por ser hechos principalmente de maíz, tienen una cualidad inframundana, fría y oscura y, por tanto, una cercanía con procesos de fertilidad, siembra y cosecha; lo mismo por su cocción, que puede ser al vapor o bajo tierra, en hornos elaborados para tal efecto. Por ello, no es de extrañar que su consumo en la actualidad se encuentre vinculado a rituales de nacimiento o muerte. Efectivamente, es común que en bautizos se convide a los invitados al ritual con tamales; de igual manera, en diferentes latitudes se preparen y consuman tamales en las festividades de muertos. En ambos casos, se hace una comunión con recién nacidos y fallecidos a través del consumo de tamales. Según Raquel Ofelia Barceló Quintal en su capítulo “Los testimonios alimentarios recopilados por fray Bernardino de Sahagún: alimento de dioses y alimento de hombres”, también en el mismo libro que comenté líneas arriba, un “gran número de los rituales estaba relacionado con la agricultura, quizás porque el maíz, además de su importancia alimenticia, transmitía una amplia gama de mensajes simbólicos relacionados con el origen, la vida y la muerte de los seres humanos. El ciclo de vida del maíz era comparado con el ciclo de vida del hombre, y con los ciclos diarios y anuales del cosmos. Por tanto, ésta era una planta que vinculaba a los hombres con el cosmos y estaba presente en el calendario solar de 365 días que se componía de 18 ‘meses’ de 20 días y de un ‘mes’ de cinco días. (…) Los rituales que se coordinaban con los ciclos agrícolas del maíz eran complejos, no sólo tenían el propósito de pedir lluvia y fertilidad o dar gracias por las cosechas, sino que también pretendían mantener el universo ‘alimentando’ al sol” (153). Como informa el reportaje de Ciencia UNAM, algunas comunidades campesinas continúan con esta relación entre el maíz, la tierra, lo sagrado y el cosmos. Nosotros que habitamos en zonas urbanas y que no necesariamente guardamos una relación directa con esas tradiciones, las continuamos de otras formas, como la Candelaria, los bautizos y las fiestas de muertos, como he comentado.

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Hoy existen numerosas variedades de tamales dependiendo la región. En el sureste es común su elaboración en hojas de plátano, tanto en botes al vapor, como en hornos bajo tierra, como los pibipollos en Campeche y Yucatán; también hay tamales en Guatemala y otros países de Centroamérica. De hecho, probé unos deliciosos elaborados con masa de un color verdoso y con frijoles negros en la zona arqueológica de Tikal, de los mejores que he comido. En el centro de México, son comunes los tamales elaborados con hojas de maíz y con masa “cernida”. Los hay de frijoles que suelen acompañarse con mole o dulces de maíz. Uno célebre es el llamado zacahuil, enorme tamal de la Huasteca potosina. Carmen Valverde, genial investigadora del mundo maya hoy fallecida, me comentó en alguna ocasión que los tamales dados en un bautismo eran para entrar en comunión con el recién nacido, es decir que, de alguna manera, nos “comíamos” metafóricamente al niño en comunidad para celebrar su vida. En la época del contacto con los europeos, los mexicas consumían diversidad de tamales de acuerdo con sus festividades. Barceló nos dice en el mismo texto que “a los tlaloque, dioses de la lluvia, les presentaban cuatro tamales y cuatro vasijas de pulque. A Xipe Totec se le ofrecían tamales especiales llamados uilocpalli; a Cinteotl le ofrecían mazorcas, frijoles, chía y otras semillas; a Xilonen los primeros elotes que brotaban en las milpas. A Macuilxochitl se le ofrecían cinco tamales de chilmolli. En la ‘fiesta de los señores’ o Huey tecuilhitl se ofrecía bebida de chienpinolli, maíz molido con chía; y una variedad de tamales: tenextamalli, tamal de cal; xocotamalli, tamal de frutas; miahuatamalli, tamal de espiga; yacacoltamalli, tamal fino y necutamalli, tamal de miel (165)”.  En el periodo Clásico en la zona maya, los tamales tenían lo mismo uso ritual que uso funerario y han sido encontrados tanto evidencia de glifos que se refieren a los distintos tipos de tamal que se podían elaborar, como a recipientes donde se servían estos alimentos y que fueron depositados en contextos funerarios, es decir, en tumbas de personajes importantes. Según el artículo “Platillos suculentos en vajillas elegantes: un acercamiento a la ‘alta cocina’ del Clásico Maya” escrito por Roberto López Bravo para la revista Lakamha’ del INAH (2006) “Los tamales eran de forma circular, y probablemente alcanzaban un diámetro de 15 cm o más, a juzgar por las representaciones pictóricas en donde se observan tres o cuatro tamales sobre un plato. Tomando en cuenta su tamaño y la ausencia de vasijas cerámicas especiales para su cocimiento al vapor, algunos investigadores sugieren que se preparaban en forma similar a los nabah wah de las ceremonias actuales para pedir lluvia en las comunidades rurales mayas de Yucatán. Estos tamales se forman con capas sucesivas de masa, trozos de carne y salsa, se envuelven en hojas de aguacate y se depositan en hornos de hoyo, mejor conocidos como pibil” (6). Ahí se informa que se elaboraban tamales de venado, iguana, pescado o de pavo, todos ellos con su correspondiente glifo (ver p. 5). En la actualidad, según vemos en una infografía del INAH Oaxaca publicada en su caralibro, “existen alrededor de 500 recetas a base de tamales en todo el país, que derivan en unas 3 mil o 4 mil preparaciones”. Como sucedió con muchas tradiciones precoloniales, la preparación y consumo de tamales se fue adhiriendo a las tradiciones religiosas importadas por los europeos. Resulta curioso, eso sí, que el tamal no haya pasado al viejo continente como sí lo hicieron algunos cultivos, plantas, semillas y especias, como el maíz, el jitomate, la vainilla o el cacao. Seguramente las relaciones rituales que vieron los europeos en el consumo de los tamales les pareció algo poco deseable en relación con sus tradiciones allende el mar. Como sea, por fortuna, los tamales fueron apropiados en buena parte del territorio americano -he probado tamales en Colombia y sé que se elaboran también en Venezuela, Ecuador y Perú, entre otros- por las comunidades originarias, las denominadas criollas y mestizas de manera que ha permanecido en nuestras culturas de forma indeleble.

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