Jueves, diciembre 12, 2024

¡Soy machito y no un pimpollo!

“Me gusta oler el repollo

y las flores del pitayo;

soy machito y no un pimpollo,

soy de a pie y monto a caballo,

y aunque me miren tan pollo,

tengo más plumas que un gallo.

“Amores con falsete”

(Benjamín Sánchez Mota, 1956)

 

Existe un enorme caudal de textos que se han escrito últimamente acerca del feminismo y su oposición a las reiteradas conductas machistas que dominan sectores muy amplios de la sociedad. Sé que es un atrevimiento de mi parte abordar un fenómeno tan complejo sin las herramientas teóricas y metodológicas de las diversas disciplinas del conocimiento que concurren en el análisis de este fenómeno, pero como justificación de tal temeridad les ofrezco un texto en el que priva mi mirada, mi testimonio. Empezaré por exponer lo que se considera acerca del feminismo y el machismo comenzando por la lexicología. El feminismo no es lo contrario de machismo. La Fundación del Español Urgente o FundéuRAE es un organismo de la Real Academia Española de la Lengua dedicado a promover el buen uso del español en los medios de comunicación nos dice:

“Según el diccionario académico, feminismo es el ‘principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre’ y el ‘movimiento que lucha por la realización’ de esa igualdad. Por su parte, la misma obra define machismo como ‘actitud de prepotencia de los varones respecto a las mujeres’ y ‘forma de sexismo caracterizada por la prevalencia del varón’.

Como puede apreciarse en las definiciones, no se trata de dos términos equiparables, ya que, mientras que el feminismo es la búsqueda de la igualdad entre sexos, el machismo supone una preponderancia del varón.”[1]

No hay macho que no resbale, ni mula que no pateé

Este refrán se refiere a una supuesta “condición natural” de hombres y mujeres que también se pueden expresar como “no hay hombre que no lo pida, ni mujer que no lo dé”, argumento áspero para justificar una supuesta determinación biológica macho-hembra que se extiende a discriminaciones sociales que conforman los referentes de las identidades masculina, femenina y un fuerte agregado homofóbico. “Rosita para las niñas y azul para los niños” es uno de los prejuicios iniciales de la diferenciación de los géneros al que se agregan muchos más como el que “los niños no lloran”, “aguántese como buen machito”, “esos juegos son de niñas, no me vaya usted a salir mariconcito, porque lo enderezo a punta de madrazos”, “esas cosas son de viejas no de hombres”, el hombre tiene que tener las tres virtudes que son las tres “efes”: feo, fuerte y formal. En suma, el machismo se puede entender como aquello que los hombres dicen y hacen para ser hombres; un estereotipo del que los hombres no se pueden desprender fácilmente.[2]

“Tanto peca el que mata la vaca como el que le agarra la pata”

(refrán popular)

Pero no solo los varones fomentan conductas machistas en sus hijos, sino que algunas madres contribuyen a esos estereotipos de manera contundente, aunque algunas feministas aludan al supuesto “mito de la madre formadora de machos”, al poner las cosas en “blanco y negro” con argumentos absolutos y generalizadores. En algunos casos, que no son pocos, la madre juega un papel importante en el reforzamiento del machismo cuando la madre vivió éste en su propia casa como es uno que conozco y en el cual se dieron diálogos como este.

—A ver… esas niñas que están “mano sobre mano”, apúrense a recojer la ropa de sus hermanos. Ta´n viendo y no se acomiden. Que van a hacer cuando se casen y el marido les exija que lo atiendan… ¡chamacas de porra!

—Mamá, pero el Gonzalo y el Ramiro tiraron sus calzones, sus camisetas y sus calcetines en el suelo y todavía se burlan de nosotras.

—No rezongues y haz lo que te digo, no ves que ellos son hombres y tendrán que cuidar de sus familias. Aprende a tu hermana que ya está haciendo lo que le ordené y no anda de alebrestada como tú.

En descargo de esta aseveración tan fuerte hay que decir que el ambiente de la sociedad dominada por los hombres o “sociedad patriarcal” condiciona en gran medida las conductas de aquellas mujeres sometidas las cuales se encuentran asociadas a todo tipo de tareas domésticas como la limpieza de la casa, el cuidado y traslado de los hijos, la preparación de alimentos, las compras y todo bajo la obediencia ciega al marido o “jefe de la casa”. Resignación, silencio y condescendencia es lo que se espera de esas “sufridas” señoras que trasmiten a sus “descendientas” estos mismos comportamientos sumisos. Los hombres y las mujeres en esta sociedad, de predominio machista, tienen que “aprender a ser” unos y otras; es decir, a cumplir su propio rol social de género para mostrarse como verdaderos hombres y verdaderas mujeres ante todos.

También puedes leer: Día del niño y de la niña

Mach… o… menos

Me ha llamado mucho la atención el libro de la doctora Marina Castañeda, “El machismo invisible”, en el que expone las formas sutiles, pero subterráneas y expandidas acerca de las conductas machistas. ¿En qué consiste la “hombría”? ¿cuáles son los rasgos de la personalidad que se aceptan socialmente y que distinguen a hombres y mujeres? Bueno, en el tema que nos ocupa, el machismo, se esgrimen frecuentemente determinantes biológicos, “naturales” y hasta genéticos que explican la condición machista: “porque así somos los hombres por naturaleza”[3] y no hay nada que hacer para cambiar esto. Conviene entonces aclarar que el sexo corresponde a las características biológicas y fisiológicas que definen a la mujer y al hombre y el género corresponde a los atributos socio culturales asociados a lo femenino y a lo masculino: la identidad de género y sus roles correspondientes.

El macho no nace… se hace

El machismo corresponde a un aprendizaje social en el que, desde la más tierna infancia, las criaturas aprenden y aprehenden las formas de relacionarse, entre ellas el machismo que proclama la superioridad masculina, las diferencias entre sexos y particularmente la diferencia psicológica extrema entre hombres y mujeres. “El machismo plantea una diferencia psicológica radical entre hombres y mujeres, a partir de la cual establece roles exclusivos en todos los ámbitos.[4] (…) cómo de él emanan los roles de género y la división del trabajo. Para hacer una analogía: en el ajedrez, las piezas no se mueven de forma arbitraria, sino según las reglas del juego establecidas con anterioridad.”[5]

“Marcos Vargas, un hombre macho entre los hombres machos” (película “Canaima. El dios del mal”, 1945)

El macho requiere de una audiencia para “clamar de su ronco pecho” y ante todos que él es macho entre los machos; recordemos la celebrada película mexicana Canaima. El dios del mal[6], con las actuaciones de Jorge Negrete, Gloria Marín, Carlos López Moctezuma y la güera Rosario Granados. La última frase de esta película es: “Marcos Vargas, un hombre macho entre los hombres machos”, el cual es el reconocimiento del machismo por todo lo alto. La necesidad de mostrarse socialmente como machos es la forma de relación con la que se identifica, desgraciadamente, la masculinidad sin mediar ninguna consideración. Así el macho cumple sus roles siendo autoritario, gritón, abrumadoramente efusivo, un individuo paternalista en ciertas circunstancias, prepotente, mujeriego y jugador, pero no del juego de las apuestas en los garitos, sino del juego del poder cotidiano.

Del “viejerío” a las “lavadoras de dos patas”.

(Diego Fernández de Cevallos y Vicente Fox Quesada)

Está tan arraigado el machismo en las mentes de muchos mexicanos, en gradación diferente, que aún los políticos que buscan ser “políticamente correctos” incurren en estas expresiones que les salen de su profundo machismo y misoginia. Aparte de Fox y de Calderón no podía faltar Peña Nieto con su conocida contestación a una pregunta sobre el precio de las tortillas: “… yo no soy la señora de la casa”. Y si le rasca usted un poquito a la vida pública de casi cualquier político aparecerán estas “perlas” de su revelador lenguaje desconsiderado y ofensivo hacia las mujeres. Esta gente con poder generalmente “se monta en su macho” y no entiende de razones. Algunos hombres decimos con frecuencia que no somos machos y estamos en contra del machismo; sin embargo, conviene revisar nuestras conductas hacia los demás para no caer en expresiones machistas que no podamos advertir, no sea que “estemos escupiendo al cielo”.

No hace falta poner ejemplos del cine mexicano, tanto de temas campiranos como urbanos, porque sabemos perfectamente que está lleno de machos bragados que escupen por un colmillo, se alisan el bigote, arquean una ceja, hacen ademanes amenazadores y dirigen fulminantes “miradas que matan” a hombre y mujeres por igual, ni se diga de la música vernácula, boleros, reguetón, los corridos tumbados y otros géneros populares en los que predomina la visión machista y las mujeres son accesorios indispensables como “productos para caballero”, pero sin la menor consideración a su capacidad intelectual y por lo tanto a sus opiniones en otros asuntos que no sean las cuestiones domésticas o las propias “de viejas”; es decir, el puro “comadreo” de temas intrascendentes.

Tal parece que estas actitudes y conductas se presentan como algo natural que quedan reducidas al sexo biológico y al género definido socialmente. El machismo ha fijado un blanco particular en los homosexuales, en las lesbianas y en otras manifestaciones de la diversidad sexual a cuyos integrantes los consideran criminales, degenerados, “locos”, “inmorales”, “enfermos”, “pecadores” o “desviados”. Solo son medianamente toleradas aquellas personas pertenecientes a los ambientes actorales, cosméticos, de la moda, del diseño y otras actividades que se encuentran cercanas a lo tradicionalmente femenino. Violencia verbal, exclusión social y agresiones físicas son las partes extremas del machismo, pero aún no presentándose estas conductas radicales subsiste una discriminación tal que muchos varones y mujeres en una familia repudian a aquellos familiares que han puesto en evidencia su homosexualidad. “El macho calado” es alguien que presume de macho, pero que “ha cedido a su propia naturaleza” teniendo relaciones homosexuales.

No seremos machos, pero somos muchos

El habla de los mexicanos, sobre todo de una o dos generaciones atrás de la actual, tiene un extenso repertorio machista, pongo como ejemplo la canción de Miguel Aceves Mejía, “Soy padre de más de cuatro”, en la que orgullosamente la letra afirma la masculinidad del personaje en función de su capacidad engendradora; muchos boleros “alaban” o reclaman “… a la mujer como vehículo del placer y objeto de compra venta, engaño y traición”[7] (…) “La canción ranchera impresiona particularmente porque se canta contra “ella”, una mujer a quien se le concede ser hermosa y que se puede describir como tal; sus ojos, sus formas físicas, su mirar, la boca y la sonrisa.”[8] que es la parte bonita, pero se le compara con una mula, se le endilga la traición, se busca “domarla” y amaestrarla por el macho para finalmente conseguir que le guste “el trote del macho”, porque así “una vez montado en la mula, pocos son los reparos”.

Machero es un lugar para machos o mulos, “machitos” son las vísceras del cabrito, machimbrar es el ensamble entre dos piezas de madera, una que corresponde al macho (con una espiga) y la otra a la hembra (con un corte), el macho cabrío es una de las representaciones del diablo, “a lo macho” es sincerarse, ofrecer la verdad; “portarse como macho” es mostrarse como hombre, “machín” —aceptado recientemente por la rae— es igual al hombre que muestra su hombría, su rudeza; “a macho viejo, aparejo nuevo” refrán que significa que lo nuevo puede revitalizar a lo arcaico, “es mejor arrear el macho que llevar la carga a cuestas” que es servirse de una persona para ayuda, “la carga hace andar al macho” refrán que corresponde a asumir la responsabilidad y la lista es larga.

El machismo es pues una forma de relación de poder con sus desigualdades inherentes que, a los ojos de muchas personas, se ven como algo natural; algo que no se puede cambiar, que es inevitable. Por estas razones es importante la perspectiva de género que no es más que el acto racional de situar cada cosa en el lugar que le corresponde: la determinación biológica del sexo y la construcción social del género que arrastra muchos atavismos y prejuicios. El léxico sexista está cambiando hasta un punto aceptable, pero tratar ahora de que la gramática lo haga de inmediato es proponer la construcción de una “Torre de Babel” que traerá confusión y un sinnúmero de desatinos. Todo a su tiempo. He de decirles que ni soy machito y mucho menos un pimpollo; solamente soy de a pie, porque ya dejé al caballo por la paz.

Algo habrá cambiado en México que hasta tenemos una presidenta de la República, cosa inimaginable hasta hace pocos años.

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[1] “Feminismo no es lo contario de machismo”. [Consultado: febrero de 2021]. https://www.fundeu.es/recomendacion/feminismo-no-es-lo-contrario-de-machismo/

[2] “Sabes qué es el Machismo”. [Consultado: junio 2020]. https://www.gob.mx/conavim/articulos/sabes-que-es-el-machismo?idiom=es

[3] Castañeda, Marina. El machismo invisible. México: Ed. Penguin Random House/ debolsillo, 2019, 368 p. [Consultado: octubre 2022] https://www.academia.edu/73694927/El_machismo_invisible_Marina_Castaneda

[4] Ibidem p. 17

[5] Ibidem s/p. 2B

[6] Cine Club Eva. Roberto Villarreal Sepúlveda. “Canaima. El dios del mal”.  Dir. Juan Bustillo Oro, 1945 [Consultado: febrero 2023] http://cineclubeva.blogspot.com/2020/12/el-dios-del-mal.html

[7] Aramoni, Aniceto. Psicoanálisis de la dinámica de un pueblo. México, unam, 1961. [Consultado: junio 2023] https://dokumen.pub/qdownload/psicoanalisis-de-la-dinamica-de-un-pueblo.html

[8] Ibidem.

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