Desde que estrenó Sonríe 2 me han estado preguntando si, para entenderla a cabalidad, es necesario haber visto Sonríe. La respuesta es casi la de siempre: Sonríe 2 tiene vida propia, lo cual permite comprender su narrativa por sí misma, pero es claro que haber visto Sonríe facilita la inmersión del espectador a universo, tono y clima del nuevo argumento. Sonríe 2 es del mismo director, Parker Finn. Comienza una semana después del suicidio de Rose Cotter, el personaje que más padeció en su momento. El turno ahora de enfrentar a la malignidad de origen es de Skye Riley (Naomi Scott), superestrella de la música pop que intenta un regreso triunfal a la fama y el éxito, después de serios problemas de adicción y de un grave accidente automovilístico. No voy a comentar en este momento el horror recargado de Sonríe 2. En cambio, ofrezco una sinopsis breve de la trama de Sonríe, en beneficio de quienes no pudieron verla. Por supuesto, cuido el no revelar más de la cuenta, para no estropear la experiencia de quienes se lancen a buscarla. Aquí va…
La Dra. Rose Cotter (Sosie Bacon) es una terapeuta psiquiátrica que, todos los días, se ve de frente con casos mentales extremos en el hospital en que trabaja. De hecho, ella misma arrastra, desde la infancia, un trágico trauma familiar. Cierta tarde le piden atender a Laura (Caitlin Stasey), una joven recién llegada, histérica por un pánico mayúsculo: afirma ver a un ente maligno que –en la forma de personas diversas– amenaza su vida. En medio del interrogatorio, la muchacha se descontrola, asustando a Rose, quien solicita ayuda inmediata. Instantes después, antes de que esa ayuda llegue, la joven –con una sonrisa indescifrable y ya en completa calma– se degüella lentamente frente a la aterrorizada psiquiatra. A partir de esto, la vida de Rose cambia drásticamente. Tiene episodios de severa inquietud (los atribuye al impacto del suicidio atestiguado), además de inexplicables alucinaciones que van creciendo en intensidad. Buscando respuestas, Rose regresa al caso de Laura, quien días antes de su suicidio fue a su vez testigo del suicidio de uno de sus profesores. Rose se adentra más y más en sus pesquisas, al tiempo que, al mismo ritmo, aumenta el deterioro de su estado mental. Cuando se da cuenta de que hay varios casos previos similares al de Laura –suicidios de personas sonriendo que antes atestiguaron otros suicidios “sonrientes”– Rose descubre una suerte de patrón en esa seguidilla de muertes, que entiende como una suerte de maldición. Inevitablemente, todo esto la regresa a su propia historia de familia. (Ojalá esta ubicación sea útil, en el camino hacia Sonríe 2).
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Y ahora, para finalizar columna, ¿les parece ponernos “musicales”? En concreto, a través de la siguiente pregunta: ¿cuáles son sus canciones favoritas, compuestas para alguna película? No son pocas las candidatas, además de que cualquier lista puede parecer débil o incompleta, a partir de los diferentes gustos de la gente; pero hagamos un primer intento. En lo que a mí respecta, las siguientes cuatro cuentan entre las canciones que sí o sí deben considerarse, no sólo por sus méritos como trabajos artísticos, sino también por su aporte a las vivencias de la película y/o a su peso para que esa misma cinta sea recordada. De principio –receptora del Oscar– I’m easy, de Nashville (1975), dirigida por Robert Altman; escrita e interpretada por Keith Carradine. Por igual, receptora del Oscar, Raindrops keep falling on my head, de Butch Cassidy and the Sundance Kid (1969), de George Roy Hill; escrita por Hal David y Burt Bacharach, interpretada por B.J. Thomas. Por igual, receptora del Oscar, Moon River, de Desayuno con diamantes (Breakfast at Tiffany’s; 1971), de Blake Edwards; escrita por Henry Mancini y Johnny Mercer, interpretada por Audrey Hepburn. Finalmente, receptora del Oscar, Over the rainbow, de El mago de Oz (1939), de Víctor Fleming; escrita por Harold Arden y E.Y. Harburg, interpretada por Judy Garland. (Creceremos esta lista en una próxima columna).
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