Francisco de la Maza, erudito apasionado del arte colonial, advirtió hace tiempo acerca de la inoperancia de los estatutos que han regido, desde su formación, a nuestra universidad nacional: “como a principios del siglo XVII…”, escribió en La Ciudad de México en el siglo XVII, estudio aparecido en el turbulento año de 1968.
Con apenas cincuenta años de vida, la universidad de entonces, la real y pontificia del siglo diecisiete, era “un colegio de teólogos; después, de canonistas; muy en tercer lugar, de filósofos y menos aún de médicos”.
Cuatro siglos después, la identificada como máxima casa de estudios, sumario del modelo de educación media y media superior de nuestro país, no ha cambiado mucho, al menos en su estructura de gobierno, apuntalada básicamente en una junta de gobierno y un rectorado.
Una historia de la Universidad Nacional incluiría, de manera obligada, una historia también de sus rectorados. Algo que desde su perspectiva muy personal intentó hace unos años Guillermo Soberón Acevedo, rector por dos periodos consecutivos, en la década de los 70, y recientemente fallecido a los 95 años.
En un extenso volumen publicado por el Fondo de Cultura Económica bajo el título El médico, el rector, Soberón Acevedo expone sus orígenes personales y proyección profesional, su paso en la administración pública y en la misma UNAM. Etapas que despliega el ex rector con la ayuda introductoria de Jaime Martuscelli, Diego Valadés y Julio Frenk.
El libro ofrece la biografía de “un hombre netamente institucional”, así se identifica el autorretratado, no por ello exento de pasiones que lo llevarán a la revelación de datos no registrados en su momento.
Subrayado en el libro, Soberón Acevedo llegó a la rectoría de la UNAM en “difíciles circunstancias”. Tras meses de una huelga de trabajadores que su antecesor (Pablo González Casanova) no logró conciliar y con la “secuela de inestabilidad alentada por grupos organizados ex profeso para ocasionar disturbios en el campus universitario”.
El nuevo rector asumió el cargo (que repetiría de 1976 a 1980) en un estacionamiento de Ciudad Universitaria, recuerda el libro.
Es el apartado dedicado a sus rectorados el que resulta más polémico del ejercicio memorioso de Soberón Acevedo.
Ocho años en los que destaca momentos de violencia, la ampliación de la infraestructura, específicamente la cultural, el control del crecimiento matricular y los avances en enseñanza e investigación.
(Espacio donde el ex rector abunda en adjetivos como: “los planteamientos inadmisibles de los sindicalistas…”, “los atropellos verbales y la falta de comedimiento hacia la investidura rectoral de Pablo González…”, “ese otro de los líderes anarquistas de la Facultad de Economía que se soltó a despotricar contra el gobierno…”, “logramos propiciar la organización de los profesores que respetaban el fundamento académico de la Universidad ante el peligro del Sindicato del Personal Académico de la UNAM…”).
Principios de autoridad que resumió en su alocución final ante el Consejo Universitario: una universidad “eminentemente académica, comprometida, plural, crítica, autónoma”.
Éstas algunas de las consideraciones insertas en El médico, el rector, sin el desperdicio de su evidente cercanía con la figura presidencial, al grado de haber sido posteriormente secretario de Salud, y por ello de lectura obligada en la coyuntura de su fallecimiento y en los dilemas del sector, generados por la actual pandemia.
Guillermo Soberón Acevedo, El médico, el rector, FCE, México, 2015, 500 pp.