Nuestro país, como todos los demás de América Latina, se encuentra atrapado en una espiral de crisis y caída de la que difícilmente podrá escapar en algún momento, debido a que, junto con las conquistas y colonizaciones de estos territorios, se insertaron modelos económicos y políticos centrados en la explotación de sus poblaciones y la extracción descarada de sus recursos. Una clara muestra de su colonialidad, es decir, de que México sigue siendo una colonia, es el haber ingresado al mundo global con la idea de que no había otra alternativa. Bueno, al menos es lo que nos dijeron los gobiernos de ese perverso mazacote priístapanuchoempresarial que nos metieron en un Tratado de Libre Comercio (hoy en su versión T-MEC) que a todas luces terminaría siendo perjudicial para nuestra realidad. La nota más reciente de tal desigualdad, la dan dos aspectos: la amenaza de imposiciones de aranceles por parte del oligofrénico de la Casa Blanca que claramente violentan el espíritu de dicho acuerdo (libre comercio); la otra, es la derrota del Gobierno Mexicano frente a su contraparte gringa con respecto a la importación de maíz transgénico. En efecto, como se ve en una nota publicada reciamente en el portal de Pie de Página, el “panel de resolución de disputas establecido bajo el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) falló a favor de los Estados Unidos, por lo que nuestro país no podrá dejar de importar maíz genéticamente modificado de estos países. (…) La resolución, emitida este 20 de diciembre, deriva de una disputa abierta en 2023, cuando el gobierno estadounidense invocó un panel de resolución de disputas para echar abajo el decreto presidencial del 13 de febrero de 2023 que prohibió el uso de maíz genéticamente modificado para elaborar tortillas y masa, y abogó por su sustitución en la producción industrial destinada al consumo humano y de alimentación animal”. Hay numerosos argumentos en contra del uso de tal maíz que se centran tanto en el daño que pueden ocasionar a quien lo consuma, como del peligro que representan esas semillas para el maíz que no se encuentra tratado. Pero ninguno de los argumentos científicos presentados por el gobierno mexicano fueron suficientes para contener el poder de los intereses económicos norteamericanos.
Como bien se señala en el reportaje “¿Por qué el maíz de EE. UU. es una amenaza para México?”, publicado en el portal de la revista National Geographic, a “México le preocupa que el maíz modificado genéticamente suponga un riesgo de contaminación genética, ya que los genes del maíz estadounidense tienen un historial de cruzar la frontera y de introducirse en las variedades mexicanas. El polen de los cultivos transgénicos puede viajar distancias considerables y cruzarse con las variedades nativas, alterando potencialmente su composición genética y, en algunos casos, haciéndolas menos adecuadas para las condiciones específicas para las que fueron cultivadas”. Desde algo así como diez mil años, el maíz se fue domesticando por procedimientos genéticos naturales (cría selectiva) hasta lograr las variedades comestibles que tenemos en México. Ello no ha traído perjuicios a la salud como sí lo ha hecho el maíz transgénico, sobre todo por los químicos que se usan para protegerlo. “En Estados Unidos -continúa el reportaje-, la mayor parte del maíz se cultiva con semillas producidas por grandes empresas, que crean sólo un puñado de variedades de maíz genéticamente idénticas cultivadas a gran escala. En México, sin embargo, las semillas proceden de milpas que comparten semillas, lo que facilita una mayor diversidad y permite a los agricultores cultivar maíz de colores y tamaños muy variados”. He ahí el tema, el daño a la diversidad alimentaria en nuestro país, representada en la introducción de cultivos genéticamente modificados y de una sola variedad, repetible, resistente a los elementos. Esta trampa a la naturaleza, bien vista, no deja de ser una trampa a largo plazo para la propia humanidad. Pero en realidad, lo que importa en el mundo de hoy, es lo que pueda producirse y venderse rápido y a un bajo costo. De hecho, si nos fijamos cuando vamos al super, veremos en el área de verduras zanahorias derechitas, manzanas bellas y que pueden durar semanas sin inmutarse, calabacines estupendos y, en general, frutas y verduras casi perfectas; en muchas verdulerías empezamos a ver los mismos productos. Sin embargo, el mundo dista de ser perfecto y tanto frutas y verduras tienden a tener formas diversas; las manzanas producidas en huertos locales son multicolores y guardan tamaños diferentes; lo mismo pasa con las hortalizas. La diversidad es lo natural; la estandarización es sospechosa. ¿Qué hacen para que todas las manzanas estén iguales, para que las zanahorias tengan esas formas rectas y para que los calabacines brillen de forma genial? ¡Qué miedo! Por otro lado, ¿por qué debemos tener por fuerza fruta de “temporada” todo el año? ¿Qué se hace para que eso suceda y qué consecuencias tiene eso en la vida agrícola de nuestro país? Debemos preguntarnos qué nos importa más, si tener más maíz -mediante un arreglo terriblemente desigual- o un mejor más, diverso y producido localmente.
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La controversia en torno al maíz transgénico no es más que la representación de nuestro mundo global centrado en el capital como el único y más importante factor a tomar en consideración además de que muestra que siempre estarán los intereses de un puñado de particulares por sobre el futuro de millones. Si de lo que se trata es de avanzar a futuros mejores, debiéramos caminar hacia realidades como la soberanía alimentaria que, según el blog de Seguridad Alimentaria de México se centra en devolver a las comunidades el control sobre su producción de alimentos, pues tiene como objetivo respetar y valorar tanto los derechos como las aportaciones de las y los productores. Con ello, pretende que las decisiones sobre qué y cómo se produce, se tomen localmente, beneficiando directamente a las comunidades”. Ello brinda condiciones para una participación integral de la comunidad en garantizar su propia alimentación, partiendo de usos y costumbres y prácticas locales, sin modificar el medio ambiente o la integridad de las culturas al hacerlo. Como adivinará quien lea esto, tal concepto es totalmente contrario al espíritu global pues de lo que se trata es de permitir que los productos y las mercancías vaguen libremente por el mundo sin restricciones, pero beneficiando al final a los grandes capitales. Y, como estos buscan vender más, al menor costo y en el menor tiempo, buscan formas tanto científicas (como lo transgénico) como políticas y comerciales para lograrlo, así ello implique daños irreversibles a la biodiversidad, al suelo y a las personas y animales en general. México, al perder frente al panel de resolución tendrá que comprar toneladas de ese maíz y ya se verá qué se hace con todo eso y cómo se evita a final de cuentas que dañe nuestro entorno y a nuestras familias. Lo dicho, nuestros resabios coloniales han hecho que nos encontremos en esta encrucijada y hay quien, desde nuestro país, defiende semejantes trapacerías argumentando prácticas comerciales perfectamente respetables. Son los que justifican la concesión de agua a entidades privadas en Puebla o el virtual regalo del agua a refresqueras, como sucede en Chiapas donde el líquido negro se ha ido colando perversamente en la vida ritual de las comunidades generando los más altos índices de diabetes en nuestro país en los últimos años. Además, las amenazas de Estados Unidos a nuestros productos evidencian la terrible desigualdad que existe entre nuestros países con todo y el T- MEC. ¿Será momento de abandonarlo y buscar otras alternativas? ¿Tendremos el valor y las posibilidades de hacerlo? Como bien dice el eslogan del gobierno creado en torno al decreto presidencial motivo de esta controversia: “Sin maíz no hay país”. Cierto, pero sin el respeto a las soberanías, a las culturas y a la vida misma, ni maíz, ni país, ni planeta, ni nada.
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