A Bety Cariño, a los y las triquis asesinadas
y a doña Enedina, la ejidataria de Atlixco presa
política poblana, retenidas todas tantas veces
por los incapaces de contener la libertad de los pueblos.
Si fluye su ejemplo
como el río,
con su memoria
podríamos irnos en él
y no ser su deriva ni su lastre,
ser una lanchita con timón
con troncos que no florean
o en hojas de plátano nos iríamos embalsados.
Si el aire del cerro pelado sopla,
nuestra realidad también alienta
la lumbre del brasero
y mueve pinos y palmeras,
las faldas de nuestras madres descalzas
y las blusas blancas
donde respingan las frutas amadas.
Que sople el aire que trae el río,
que tire los castillos de arena
y desmorone la silla y que el poder no tenga asiento.
Por ese río de serpentina,
por ese viento de la aridez
con su aluvión de tierra
con su enjambre de magueyes azules
viene –y con él vamos
a su lado como brisa–
el fantasma de colores.
Ven niña triqui entumecida,
calienta tus pies mixtequita
pasen adentro, cúbranse de la lluvia,
tomen este sorbo caliente
de nuestra olla común,
déjennos sobarles las pantorrillas,
untarles aceite en los talones.
Luego nos vamos con ustedes almitas
a romper la noche, muéstrennos el sendero.
Ya esperaban la sierpe de este río los sin agua.
Ansiaban este aire los sofocados.
Las lucecillas voladoras
ponen rebrillo en las miradas de las viudas,
la junta de sencillos nos volvimos
agua, pulmones y energía andantes.
Nos avisaron que nos tocó quedarnos
a vigilar desde este monte,
no deben preocuparse hermanitas
ese territorio de luceros
alcanzarán a verlo sus hijos y los hijos de los hijos.
Salúdennos al mar cuando lo encuentren,
abracen de nuestra parte a la ciudad del refugio
y díganle a doña Enedina que la sacaremos de esa jaula.
Algún día, que no ha de ser lejano,
vénganse tranquilas con sus familias
que aquí los guardianes del maíz,
del frijol, la calabaza y las flores de la sierra
sabremos llenar su mesa de tamales.