Tras las respectivas ausencias de Estados Unidos y de la Unión Soviética a principios de los 80, para los XXIV Juegos Olímpicos, en Seúl 1988, se verificó el regreso de ambas potencias, que no competían en una misma justa desde 1976. Sin embargo, los boicots no habían terminado: Cuba decidió no asistir a Corea del Sur, pese a contar con la delegación más poderosa de Latinoamérica, y Corea del Norte no pudo quedarse sin despreciar a su vecino por motivos políticos. El mundo aún estaba dividido en dos bloques, aunque al oriental ya lo hacían tambalear Gorbachov y sus amigos occidentales.
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Con una espectacular ceremonia de inauguración, Corea del Sur encaró la organización de unos juegos que mostraron, por última vez, la superioridad deportiva soviética y germana oriental en todo su esplendor. Estos dos países encabezaron el medallero, mandando hasta la tercera posición a Estados Unidos, que ni con la ayuda de comisiones antidoping que le otorgaron los oros que no ganó en la pista pudo con la potencia de sus rivales. La URSS, en los últimos juegos a los que asistió unificada y bajo esa denominación, obtuvo 55 medallas de oro, 31 de plata y 46 de bronce; Alemania Democrática se quedó con 37 de oro, 35 de plata y 30 de bronce, mientras que los estadounidenses conquistaron 36 de oro, 31 de plata y 27 de bronce. Es de resaltar el hecho de que la suma de las dos Alemanias, que tampoco habían vuelto a competir en un mismo certamen desde 1976, les hubiera dado más preseas totales que nadie (142, por 132 de los soviéticos), pero en doradas ni de ese modo hubieran podido superar a la superpotencia roja (48 entre las dos, insuficientes ante las 55 del primer puesto).
En Seúl brilló el nadador estadounidense Matt Biondi, con cinco medallas, aunque la máxima figura de este deporte fue la alemana oriental Kristin Otto, Ganadora de seis medallas de oro, luego de triunfar en 50 y 100 metros libres, 100 y 200 metros dorso, 100 mariposa y relevos 4 por 100 libres.
En el atletismo apareció el ucraniano Serguei Bubka, quien, compitiendo para la URSS, estableció record olímpico en el salto con garrocha de 5.90 metros, insignificante si se considera que en su carrera sería el primer hombre en superar la marca de los seis metros. Su estrepitoso fracaso en Barcelona, cuatro años después y cuando llegaba con una marca de 6.11, sorprendió a propios y extraños.
Una de las anécdotas más famosas de estos juegos fue la descalificación del canadiense Ben Johnson, quien derrotó en los 100 metros planos a un estupefacto Carl Lewis, estableciendo una marca de 9.83 segundos (Lewis jamás pudo, en toda su carrera, bajar del 9.90). Pero para fortuna de Estados Unidos, a partir de estos juegos a la presión política y a los jueces vendidos algunos países pudieron sumar la gran ayuda que el COI les daba con el antidoping, el cual rara vez ha perjudicado a los deportistas estadounidenses. Johnson, en 1988, no solo perdió la medalla de oro, que le fue entregada a Lewis, sino que también se decidió anular su récord mundial de 9.79 conseguido en Roma en 1987. En general, al canadiense le costó toda su carrera la osadía de no cederle el paso a los estadounidenses en los 100 metros planos.
Pero si Lewis no pudo ganar sin ayuda de federativos e inquisidores olímpicos, su compatriota Florence Griffith no tuvo que recibir ayuda de nadie para reinar en los 100 y 200 metros planos, además del relevo 4 por 100. Florence brilló no solo por su competitividad, sino también por su belleza. Luciendo siempre atractiva e impecable, corrió como nadie ha podido hacerlo: sus marcas en los 100 metros siguen vigentes, a 36 años de los juegos de Seúl y a seis de su sorpresiva muerte por un infarto.
En Corea del Sur también se asistió al último torneo espectacular en el futbol. La FIFA había levantado la absurda prohibición a los profesionales para participar, y todavía no inventaba la categoría sub 23 para restarle calidad al torneo olímpico. A Seúl asistieron escuadras de primer nivel, y el torneo fue espectacular como no lo había sido desde 1928. La final se la ganó la URSS a Brasil 2–1 en tiempo extra.
Si la llegada del profesionalismo le fue benéfica al futbol, en Seúl la ausencia del mismo dio por resultado un torneo de basquetbol en el que, por última vez hasta Atenas 2004, se colgó el oro un equipo que no fuera el de Estados Unidos. La URSS, como en 1972, obtuvo la victoria, y esta vez la final la disputó con Yugoslavia. Estados Unidos se tuvo que contentar con el bronce.
Los mexicanos Jesús Mena –en el trampolín de tres metros, en clavados– y Mario González –en boxeo, peso mosca– conquistaron los dos bronces con los que nuestra delegación volvió de Asia. El resto solo fueron decepciones, incluyendo la descalificación de Ernesto Canto a manos de los protagonistas de la caminata: los jueces.
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