La crisis socio–ambiental que vivimos a escala planetaria, resultante de la intervención humana sobre la Madre Tierra, ha llegado a un punto de quiebre que reclama acciones concretas en todos los ámbitos de la vida. De lo contrario ponemos en riesgo la producción y reproducción de la vida.
El calentamiento global, el deterioro de la biodiversidad, los saqueos y desplazamientos violentos, y la creciente injusticia social, son evidencia del sistema de opresión impuesto en el marco de la acumulación de capital y la cultura de violencia del patriarcado sobre nuestros cuerpos y territorios.
La sociedad intenta rebasar los límites de la Madre Tierra. Los daños y efectos que se han producido sobre los sistemas naturales y humanos son irreparables e irreversibles. La modernidad, racista, clasista, sexista y patriarcal que sustenta la acumulación de capital, se impuso de forma violenta como el principal modo de organizar la vida a escala global. Esto ha dejado en silencio y discriminación a grandes capas de la población. La violencia desde la colonialidad del ser, del saber y del poder, ha creado una serie de mecanismos para la dominación, que ha llevado a la humanidad a la crisis civilizatoria que enfrentamos.
Ante la complejidad de la problemática, muchas iniciativas comunitarias y colectivas van surgiendo y respondiendo en diversas regiones del mundo. Miradas eco-feministas, feminismos rurales, indígenas, descoloniales, recuperación y revitalización de aprendizajes y saberes colectivos y ancestrales, etc. Los sistemas locales de conocimiento se convierten en una alternativa posible, pero insuficiente, si estos no cuentan con recursos y fondos suficientes para implementar acciones concretas en los ámbitos locales de forma mundial.
Las disparidades que se viven en el mundo, deben resolverse en los espacios más cotidianos. Se requieren procesos interrelacionados entre comunidades, personas, instituciones, empresas y gobiernos, que permitan garantizar el acceso a espacios formativos y de educación para el bienestar de las comunidades y grupos sociales. Se requieren procesos para la prevención de todas las formas de violencia, doméstica, de género, social, política, etc. Se requieren procesos de justicia restaurativa para los cuerpos y territorios dañados por el sistema capitalista heteropatriarcal.
La posibilidad de acceder a formas de vida saludable en los diversos ámbitos del bienestar que pasan por el bienestar emocional y psicológico de la salud mental, el bienestar físico, laboral, profesional, educativo, ambiental, económico, espiritual, social e interrelacional. Entre otras dimensiones de la vida y el bienestar.
Resulta fundamental reconocer desde la diversidad, los mecanismos necesarios para cerrar las brechas que han puesto al mundo en crisis global. Fortalecer nuestras comunidades desde el reconocimiento de las fortalezas propias de las comunidades mismas y los espacios posibles del aprendizaje y generación colectiva de conocimiento. Reivindicar las filosofías de vida que
surgen desde la relación de armonía, cuidado y respeto de la Madre Tierra. Incluir en nuestros procesos de organización social y productiva una mirada de reciprocidad y bien común.
¡Por la urgencia de sanar de forma colectiva y por la justicia climática!