Viernes, noviembre 7, 2025

Salieri

En el sitio donde se encontraba la iglesia de Santa María alla Scalla, en Italia (que daría nombre a uno de los lugares más famosos para la ópera) fue construido el teatro “Alla Scala”, inaugurado el 3 de agosto de 1778, con la ópera L’Europa riconosciuta, de un músico excepcional: Antonio Salieri, que nació en un pequeño pueblo italiano llamado Legnago, el 18 de agosto de 1750.

Consulta: Día de la alegría

Su padre fue un comerciante de granos; sin embargo, probablemente por la efervescencia cultural de la época, en la familia se fomentó el arte, ya que tuvo otro hijo llamado Francesco, que fue un afamado violinista y quien probablemente indujo al hermano menor, Antonio, al estudio de la música.

Para ese entonces en toda Europa se gestaba un cambio cultural y político, apoyado en un punto de antagonismo debido la conciencia generalizada de que las monarquías absolutistas no podían ser heredadas bajo la guía incontrovertible de un “mandato divino”.

En esa época, una considerable parte de Italia pertenecía al imperio de Austria, cuya capital musical era (como aún lo es ahora) Viena, centro mundial de las más altas manifestaciones del arte. Con apenas 16 años de edad, Salieri se dirigió a la casa de un amigo de su padre llamado Giovanni Mocenigo, que además de noble era muy afecto a la cultura y en cuyo ambiente se respiraba el estímulo a las nuevas corrientes del pensamiento intelectual, lleno de oportunidades para las mentes inquietas y abiertas a ese rico manantial educacional. Este vínculo entre Austria e Italia iba a generar la promoción de la ópera italiana, dando lugar al cimiento del arte literario y musical alemán, que ya había sido diseñado por Johann Sebastian Bach (1685-1750).

Para entonces Italia era reconocida porque en su seno se había inventado la “escala musical”, que no es otra cosa que la transcripción de sonidos en papel para ser interpretados, convirtiendo la prehistoria sonora en la verdadera historia de la música. Ahí también se inventó el piano (rey de los instrumentos musicales) y más aún, en la actualidad se reconoce que en la ciudad cuyo patrón es el Santo Homobono, Cremona, se gestaban, como en un embarazo gemelar, los dos grandes artesanos constructores de instrumentos de cuerda: Stradivari, mejor conocido por “Stradivarius”, que era el nombre que estampaba en sus obras, y Guarneri del Ges.

Las cortes literalmente se peleaban por los mejores poetas, arquitectos y músicos, de modo que Antonio Salieri rápidamente halló acomodo con el influyente compositor Florin Gassmann, quien lo formó bajo una tutela particularmente disciplinada y rígida. Durante los ensayos de Gassmann como principal músico de la corte, conoció al emperador José II, quien, sin dudarlo, en 1774, al morir Gassmann, nombró a Salieri su sustituto, lanzándolo a la fama. Ahí se codeó con otro de los grandes maestros, llamado Christoph Willibald von Gluck (1714–1787), de quien recuerdo su majestuosa ópera Orfeo ed Euridice, estrenada en París el 2 de agosto de 1774, y de quien seguramente recibió una gran influencia.

Pero lo increíble de Antonio Salieri fue su dedicación a la docencia, secuestrando tiempo a la composición e interpretación. Nada más fue maestro de Mozart, Beethoven, Liszt y Schubert. Ya para 1804, casado con su mujer Therese von Helferstorfer, con cuatro de ocho hijos, era uno de los músicos más reconocidos de Europa. Pero en 1825, en plena jubilación y al parecer con una parálisis que le impedía hasta hablar, vivió sus últimos días recluido en un hospital, falleciendo a la edad de 74 años.

En estos momentos me encuentro escuchando su Concierto para Flauta, Oboe y Orquesta en Do Mayor. La forma en la que expresa un diálogo entre la dulzura de la flauta y la sensualidad del oboe contrasta con un tema extraordinariamente alegre y vivo.

Al morir fue homenajeado con funerales llenos de grandeza; pero un verdadero tributo a su extraordinaria genialidad se revivió el 7 de diciembre de 2004, cuando después de una restauración tras más de dos años, el teatro de La Scalla de Milán reabrió sus puertas ofreciendo la misma ópera de Antonio Salieri con la que fue inaugurado.

Así como la sal acentúa el sabor de los alimentos, Salieri enfatiza la música del periodo clásico, bajo un panorama extraordinario de musicalidad reflexiva, trabajada, sentimental y extremadamente sensitiva. Pero faltándome calificativos suficientes para poder describirla, creo que el mejor homenaje que se le puede brindar es escucharlo y descubrir, en su más profunda armonía, la generosa herencia de su sabiduría.

Puedes leer: Nänie de Johannes Brahms

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