Rosa Herminia Guadalupe Govela Gutiérrez, o Rosa Govela, como mejor la conocíamos todos, nació en Tehuacán, Puebla, hace unos 49 años. Vino al mundo en una familia grande, y muy creyente, muy participativa en la vida de la Iglesia, según lo comentaba ella misma. Seguramente en la búsqueda de oportunidades para todos los hijos, vino la familia a Puebla. En la Ibero estudiaron varios de ellos, y ahí conocí yo a Rosa, cuando ella estaba en tercer semestre de Ingeniería Industrial y yo entré, rezagada, a estudiar Comunicación.
Como la Ibero era tan chiquita, estábamos en los famosos “Gallineros”, en la prolongación de la Calzada Zaragoza, y todos nos conocíamos. Nos encontramos en el grupo de la Pastoral Universitaria, que en ese entonces era ventilada por los aires del Concilio Vaticano II que aún soplaban; esto es importante, porque así se explica que nos hayan llevado a conocer el trabajo de Gabriel Salom, párroco de Tepexoxuca, Ixtacamaxtitlán, Puebla, ahí donde arranca la Sierra Nororiental. En esa misma salida fuimos al Cesder, en Zautla, y nos asombramos, conmovimos y provocamos por el esfuerzo y el compromiso que ahí se vivía, en el campo, entre aquellos que eran los llamados a ser los protagonistas de una nueva Iglesia, con opción preferencial por los pobres, los excluidos. Fuimos a ese viaje de la Pastoral Ibero, entre otros, Luisa Samaniego, Rosa Govela y yo. A Luisa y a mí, sin duda, el viaje nos marcó, nos ayudó a revisar, discutir y definir, años adelante, lo que queríamos de nuestra fe, si es que la queríamos, y de nuestra vida hacia eso que llamábamos entonces “el mundo”. Pero tengo la idea, que ya nunca podré desahogar con ella, de que para Rosa fue un viaje definitivo, durante el que se asomó al territorio que sería su hogar de muchas maneras, durante los años que vivió hasta su temprana muerte.
Como dice el lugar común, la vida nos llevó a cada una por su lado; yo me hice mayor de edad, y me di cuenta de que no necesitaba ya la fe de mi adolescencia y primera juventud; sin embargo, me quedé, de esos tiempos, con el afán del compromiso ético, social, del rechazo a la indiferencia. No sé si para Rosa fue algo parecido, respecto a sus creencias religiosas, pero sí que lo fue, respecto a su vida. A la vuelta de los años, Rosa y yo nos fuimos entrecruzando en algunas veredas: cada una por su lado, pero en el mismo posgrado poderoso en Desarrollo Rural (UAM-X); hasta tuvimos, sin buscarlo así, al mismo asesor, el riguroso y entrañable Roberto Diego Quintana, que nos ayudó, a las dos, a desatorar nuestros trabajos, y últimamente estuvo al lado de Rosa como un amigo fiel. Y luego, nos topamos en la Sierra Nororiental, el territorio de los pueblos indígenas y campesinos con los que Rosa trabajó sin parar desde que se fue a hacer su servicio social a Zautla y ya no volvió, y con quienes también he tenido el honor de colaborar en algunas de las mejores causas, siempre aprendiendo, siempre soñando. Rosa fue directora de la licenciatura en Planeación del Desarrollo Rural del Cesder en Zautla; se volvió alma, junto con compañeros y compañeras de las organizaciones serranas, de la resistencia informada y pacífica contra proyectos que los propios pueblos han bautizado de muerte: la minería y el fracking. Maestra e investigadora con propósito, además se dio tiempo de emparejarse con el querido Rafael Sevilla y de tener dos chamacos, a los que estaban creciendo allá en su casita de Capolihtic, Emilio y Javier.
Una vez que la vida nos volvió a hacer coincidir, nos dimos cuenta de lo mucho en común y lo muy diferentes que éramos, a un tiempo. Pero tuvimos suerte, porque supimos reconocernos en todos los vericuetos, desbrozar los desacuerdos, alegrarnos por los logros.
Hoy murió Rosa Govela (yo siempre le dije Rosa, nombre amplio, Ro-sa). La arrebató una de esas enfermedades inclementes que parecen aquejar al mundo con el propósito de hacernos dudar del sentido de la vida. Hará mucha falta, a sus hijos, primero que nada, a su compañero Rafael, y a sus comaletzin, sus comadritas de la Sierra poblana, con quienes estaba tejiendo tramas mejores para la existencia. Hasta más ver, Rosa. Aquí le seguimos, agarrando el bastidor donde lo dejaste.