Jueves, julio 17, 2025

Desde la vida y el teatro, Reyna Álvarez acepta y celebra su ser muxe y su feminidad

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Por la Tosca, por la Choriqueso, por la Constanza, por la Megua, por la Marconi, por Casimiro, por la tía Marga que no pudo usar la ropa femenina que confeccionó amenazada por su padre, por las antiguas y las pioneras, por las que fueron reinas de la vela muxe cada fiesta, pero sobre todo por ella, Reyna Álvarez alzó la voz: por hacer y reconocer su yo indígena, su color moreno y su feminidad como muxe.

Con Historia de una reina zapoteca, pieza estrenada en el Fringe Festival de Edmonton, Canadá, la artista muxe originaria de Santa Cruz Tagolaba, barrio de Tehuantepec, Oaxaca, avencindada por largos años enTehu Puebla para hacer teatro y ahora con una residencia como estudiante de posgrado en la Universidad Estatal de Alberta, presentó su más reciente apuesta teatral.

En una función que se repetirá el próximo lunes 28 de agosto a las 20:30 horas en Puro Drama –avenida 2 Poniente número 2908, de la colonia Amor-, y el 25 de agosto en Tehuacán, Reyna Álvarez dejó ver el primer resultado de un largo proceso personal y profesional que le llevó a dejar de ser Rubén Reyna (Tehuantepec, Oaxaca, 21 de octubre de 1981) para ser simplemente Reyna, el nombre con el que reconoce su feminidad.

A lo largo de casi una hora, ante un teatro lleno, la actriz presentó la historia de Xhuncu y su descubrimiento y aceptación como muxe, un término de la región zapoteca del Istmo de Tehuantepec que hace referencia al hombre que asume roles femeninos de manera social, sexual y personal.

En este monólogo dramático cabaretero, Reyna presentó pasajes de la infancia, la adolescencia, la juventud y la adultez de quien va descubriendo su ser muxe: a través de la voz de diversas figuras femeninas que le acompañaron en su vida que notaron lo “muxe es que es”; de la fiesta de su pueblo y la presencia de las otras muxes en mayordomías y sociedades; del duro paso adolescente y la búsqueda de la propia sexualidIsad entre la vergüenza y el maltrato; del sueño de ser rubia y “bonita” como actriz de televisión; del racismo y la homofobia presentes en las urbes que logran permear la concepción de uno mismo; de la búsqueda incansable del amor de pareja; así como del proceso de aceptación que suele ser retador y al mismo tiempo festivo.

Con una producción sencilla pero rica en elementos de la cultura zapoteca en la que creció y pertenece, Reyna condujo al espectador al momento final, propuesto como su apuesta del vida: aquella que llama a aceptarse tal cual se es y a tener una única responsabilidad, la de tratar de ser feliz.

“Al final la sorpresa es que la vida no te da nada cuando eres negra, pobre y autóctona, por lo que a la vida hay que arrebatarle las cosas. Por eso, me invento que hay que arrebatar cada día; por eso me dicen que soy una inventada, porque me invento la vida cada día, porque me invento que yo soy bonita, me vendo y me compro que soy bonita, aunque ahora ya no lo necesito, nunca lo he necesitado, tomo una vida de belleza y hago belleza con la vida”, dice el personaje de Xhuncu.

De manera firme, mientras se va aderezando con el traje istmeño consistente en el refajo blanco, la enagua de holán, el huipil bordado a mano, los aretes y la reluciente pechera de monedas de oro, y el manojo de flores que adornan su cabellera rizada y negra, la actriz afirma que es una “reina” que se convierte en “la Vanesa, la que un día en plena pandemia salió por las calles del barrio con su estandarte para evitar que se muriera la fiesta del barrio (…)”, que usa su huipil y se convierte también en “la tía Marga, ese puto viejo que por obedecer a su papá se conformó con costurar la ropa que se le prohibió usar”, al igual que es “la Megua, la Marconi, la Choriqueso y Casimiro que fueron reinas de la vela muxe del barrio”; sobre todo, es “la Tosca, la morena, la negra, la grotesca, la que vende pescados en la esquina, la que se vende en la esquina, la que vende sus boletitos para cada función”.

Sin dejar de lucir su traje, Reyna convertida en Xhuncu afirma fuertemente que es “la autóctona, la pueblerina, la indígena, la prieta, la que además de chaparra, panzona y fea, es bizca la desgraciada”. De manera altiva se da tiempo de cuestionar el racismo y la homofobia:

“¿Me tienes miedo, tienes miedo de que me acerque a tu hijo? No porque tu hijo te salga puto, sino porque solo por pasar delante de él, yo vaya a corromper tu descendencia de raza europea. Me tienes miedo porque yo ya no tengo miedo, porque esta es mi cara, este es mi cuerpo, esta es mi piel morena y esta es mi lengua”, proclama y habla en diidxazá, la “lengua de las nubes”, de la cual es hablante.

Para cerrar, Xhuncu asevera:

“soy zapoteca, soy binnizá, soy xunaxi, soy reina y si yo no soy ejemplo de vida, que por lo menos mis 40 años sean una terrible advertencia”, todo ello entre los sones de las tradicionales calendas.

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