Martes, marzo 18, 2025

Resistir para vivir

Quien haya practicado algún deporte con afán de competición, al nivel del que se trate, sabrá que en buena medida implica probarse a uno mismo y superar límites autoimpuestos, colocados por la competencia misma, o ambos, en una constante que motiva, que impulsa, que brinda objetivos y metas. La mayoría buscamos tener una vida más sana; para otros, correr implica la vida misma. En efecto, para los rarámuri (comúnmente denominados tarahumara), correr implica justo eso: “¡Hay que resistir para vivir!”, “¡quien no aguanta, no vale, se pierde, muere!” Tomo los anteriores testimonios rarámuri del artículo “Correr para vivir: el dilema rarámuri”  de Ángel Acuña Delgado, publicado en la revista Desacatos (2003) del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS). En el artículo, Acuña da cuenta de una etnografía realizada a comunidades rarámuri de Chihuahua en los años anteriores a la publicación y se centró en la famosa carrera que realizan las comunidades y que suele darse en dos vertientes: la masculina (rarajípari) y la femenina (rowera). La primera tiende a ser de entre 15 y 20 horas y recorrer entre 100 y 200 kilómetros; la segunda va entre 8 y 15 horas y recorre de 50 a 100 kilómetros. Los hombres patean en el recorrido una bola (komaka) de madera y las mujeres lanzan y recojen una “ariwueta”, que es un aro elaborado con ramillas vegetales. Según Acuña, “la palabra ‘rarámuri’ significa ‘pie corredor’ o ‘corredor a pie’ (Bennett, W. y Zing, R., 1935; Amador, A., 1997: 17) y es precisamente la carrera una de sus peculiaridades culturales por la que son conocidos internacionalmente, la cual mantiene en la actualidad plena vigencia resistiéndose al cambio”. En efecto, lo más reciente que sabemos de ellos, es que, como nos reporta La Jornada en una nota publicada en abril pasado, “Yulisa Fuentes, Isidora Rodríguez, Lucía Nava, Argelia Orpinel, Rosa Ángela y Verónica Palma lograron el tercer lugar en la competencia The Speed Project, una carrera de relevos de 550 kilómetros que partió de Los Ángeles, California, y culminó en Las Vegas, Nevada. Fue una contienda que se realizó durante tres días, de día y de noche”. Lo interesante del caso es que participaron en sus condiciones, con su vestimenta tradicional, la que ocupan diariamente, y con el calzado que ocupan cotidianamente: sus afamadas sandalias. Hoy, para nosotros, su presencia en ultramaratones y el que ocupen primeros lugares ya no es novedad. Sin embargo, como sucede con todos los pueblos originarios de nuestro país, a lo largo de su historia se han visto influidos por factores externos, algunos positivos, muchos otros no, lo que ha ido modificando sus usos y costumbres; empero, adaptan a su realidad aquellas influencias externas y las transforman para amoldarlas a su cultura. Su resistencia no sólo es en la carrera, sino cultural.

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En esencia, la carrera para los rarámuri implica demostrar que se puede resistir, es una metáfora clara de su adaptación y tenacidad ante el agreste mundo en el que viven que les ofrece condiciones sumamente complicadas: calores y fríos extremos, caminos pedregosos y polvosos, cumbres de hasta tres mil metros y distancias a recorrer entre rancherías, escuelas, clínicas y poblaciones de varias horas de caminata y carrera. La carrera, por tanto, es una mera extensión de su vida cotidiana. Según nos cuenta Acuña, “las carreras de bola y ariweta propician el encuentro y la integración social, convirtiéndose en un tiempo para compartir experiencia, para intercambiar impresiones y salir de la monótona vida independiente. Son muchos los testimonios rarámuris que destacan el valor social de la carrera por encima de todo; lo más importante no es ganar sino encontrarse para mantener la comunicación. (…) Además, supone un evento cargado de estímulos que no sólo refleja sino que también reproduce algunos de los valores más importantes del grupo; con la carrera se recuerda que hay que ser hábil, inteligente, solidario y muy resistente para conseguir los objetivos que se persiguen”. En las carreras hay apuestas ya sea de dinero, de animales o productos; las y los ganadores, son apoyados por su comunidad para ganar, tanto en la preparación de la carrera, como en el momento en que se desarrolla. Sin embargo, contrario a lo que sucede con justas deportivas, no hay fanatismo ni expresiones violentas o extremas. Claro que quien pierde se siente mal y quien gana, bien; pero ello no conlleva la humillación del contrario. Como dice Acuña, hay estímulo, que puede venir de las apuestas, pero que indudablemente viene de la posibilidad de probarse y de lograr tanto cumplir con la distancia como de resistir. Los rarámuri no siguen un entrenamiento específico o una alimentación especializada, sino que “su forma física -según afirma Acuña- se basa en el entrenamiento natural que proporciona la vida diaria, al caminar mucho cuidando rebaños o visitando a gente. Los niños y jóvenes se desplazan con frecuencia corriendo, jugando con la bola o la ariweta, y será la selección natural la que haga de filtro para que con el tiempo los mejores participen en las grandes carreras y el resto lo hagan en las medianas o pequeñas”.

Desde hace décadas, los rarámuri han decidido probarse fuera de sus competencias tradicionales y entrar en las de los otros, las de nosotros los “chabochis”, es decir, blancos o mestizos. Como agudamente señala Acuña, en “estos casos, lo que se desprende de la participación rarámuri en las carreras pedestres no tradicionales es su biculturalismo, su actitud de situarse en el terreno del otro y hablar su lengua a través de la carrera, o incluso dentro de su propio territorio” y, claro, de alguna manera, apropiarse de esos maratones o ultramaratones. Es decir, no correrán detrás de una bola o de un aro, que en principio para ellos no tendría sentido, pero sí lo harán a su manera, con su vestimenta y calzado tradicional, como nos han mostrado en la actualidad. Incluso se ve en un video en lo que expresa la afamada corredora Lorena Ramírez cuando le regalan unas zapatillas de reconocida marca deportiva: “no creo que los voy a usar (los zapatos). La gente que sí los usa siempre va detrás de mí”. Como sea, escuchamos constantemente que se encuentran en podios diversos, ganando competencias, demostrando su resistencia. No están buscando romper records ni la gloria nacional, sino quizá demostrar que pueden resistir igual o mejor que las y los mejores. Quizá el estímulo es distinto, pero la preparación y la necesidad que se cubre es la misma. Hay que decir en este punto que se corre para representar a una colectividad pues es la comunidad la que ayuda al individuo a prepararse. No obstante, aquí vale la pena preguntarnos ¿Cómo es que nosotros observamos este fenómeno fabuloso? Pues dependerá. Yo que me encuentro dando algunos breves pasos en el mundo de la carrera de fondo, me producen un profundo sentido de reverencia. Sé que difícilmente podría enfrentarme a lo que ellos viven y poder correr como ellos lo hacen. Sin embargo, puedo ver que ellos bien pueden enfrentarse a nuestras carreras y hacerlo bien. Pero ¿Cómo lo ven otros? Bueno, quizá ven su participación como una forma de aparentar “inclusión”, pero que resulta solamente una manera de realizar relaciones públicas y ser políticamente correctos. El ejemplo lo vemos en el Maratón Internacional de Juárez.

En su convocatoria para este año que se celebrará en octubre, tienen diversas categorías, como suele suceder. Una de ellas, es la de corredores indígenas (nacionales y extranjeros). Y se anota lo siguiente: “Todos los corredores que participen en la categoría INDÍGENAS, el día del evento deberán participar (correr) OBLIGATORIAMENTE con su traje típico y el calzado deberá ser, sin excepción, huaraches o sandalias (NO TENIS)”. También acotan que para poder participar en la categoría “elite” se deben comprobar tiempos específicos: “Maratón: Varonil: menos de 2 horas 40 minutos / Femenil: menos de 3 horas. Medio maratón: Varonil: menos de 1 hora 20 minutos / Femenil: menos de 1 hora y 30 minutos”.  Habrá un premio de 100 mil pesos para los corredores de elite, hombres y mujeres que ganen el primer sitio; empero, para los corredores indígenas, el premio será de 10 mil pesos. No quedan claras en la convocatoria las razones de las condiciones especiales exigidas para los indígenas. ¿Puede un rarámuri que cumpla y demuestre los tiempos participar como elite? Supongo que no, pues tiene ya una categoría específica. ¿Por qué no puede ser de elite?, ¿Por qué es rarámuri? ¿Por ser rarámuri, usar vestimenta tradicional y correr con sandalias no se hace acreedor a los cien mil pesos independientemente de que gane la competencia? Francamente no acabo de entender la lógica detrás de la convocatoria. Como bien dice alguien en la red, de lo que se trata es de tener “botargas” indígenas en la competencia, tan terrible como suena. Los rarámuri han demostrado en muchísimas ocasiones que son corredores y corredoras de elite, pero quizá el mundo prefiere verlos como una “curiosidad”, como algo “exótico” pues ellos demuestran que, si nosotros tuviéramos otro tipo de vida, si nos preocupáramos menos por “producir”, por tener y nos enfocáramos en nuestras comunidades, nuestro mundo prescindiría de una buena parte de lo que hacemos. Reconocerlos es darnos cuenta de que para resistir no se necesitan las zapatillas más caras, ropa y accesorios de moda, tecnologías alimenticias y bebidas especiales. Se caería buena parte de la industria deportiva. En fin, aunque no lo parezca, pero reconocerlos como iguales, simplemente haría eso: reconocerlos como iguales. Y en nuestro mundo occidental, colonizado, racista, clasista y bien meritocrático, eso no puede ser. Quizá la explicación de la resistencia conlleva otros elementos: “Junto con quienes piensan -comenta Acuña- que llevar una vida ligada a la Naturaleza, con una alimentación sana y actividad física diaria es la clave para conseguir una buena preparación como corredor, se hallan algunos que consideran como clave del éxito tener el alma en paz y llevarse bien con Dios”. No sé si implica estar bien con Dios, pero de que es necesario tener el alma en paz, eso sí me queda claro. Lo dicho, tenemos mucho que aprender de ellos y no solamente de su resistencia al correr, sino de ese “resistir para vivir” y hacerlo sin hipocresías.

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