Jueves, abril 25, 2024

Reflexiones sobre la libertad VII

El ser humano percibe y siente que toma decisiones de forma voluntaria y consciente, sin embargo, hasta el momento no se ha identificado un sustrato neuronal específico al que se le pueda adjudicar tal actividad, por lo que la visión modular-localista del cerebro no nos permite avanzar en este campo. Actualmente existe un grado amplio de convergencia en describir a la actividad mental como la operación de muchos sistemas funcionales diferentes, donde cada uno engrana para representar un domino particular de la realidad. Si añadimos que las representaciones subjetivas, esto que llamamos mente, son el producto de procesos objetivos que tienen lugar en nuestro cerebro, podría parecer obvio la afirmación de que todas nuestras experiencias y conductas, incluidas la libertad, tienen una base orgánica cerebral. Por ejemplo, los niños desarrollan desde la infancia un entendimiento de los procesos físicos y mecánicos, de los números, así como un entendimiento temprano de la animación biológica y del estado mental de otros agentes. Todos estos procesos se basan en principios epigenéticos específicos que inician procesos de aprendizaje en un domino específico. Manteniendo esta misma línea de razonamiento nos permite inferir que en la toma decisiones de forma voluntaria y consciente participan diferentes aspectos del pensamiento y del comportamiento humano que activan diferentes capacidades mentales.

La toma de decisiones de forma voluntaria y consciente no puede ser comprendida si esta no se ubica en el contexto evolutivo. Para decidir voluntariamente y consciente, no de forma mecánica e implícita, se requiere el desarrollo del pensamiento y este a su vez el del habla. Por lo que estamos obligados a reconocer que la capacidad para actuar libremente es un producto biológico, mientras que el ejercicio de la actividad libre del ser humana es un producto cultural como lo es el habla y el pensamiento.

El Homo sapiens llega a nuestra era bípedo, lo que desarrolló un espacio supra-laríngeo que aumentó enormemente la cámara de resonancia formada por la garganta y la boca, permitiendo producir una variedad de sonidos que van mucho más allá de las capacidades de los simios. Además, presentó un aumento del tamaño del encéfalo y una reestructuración cerebral, es decir, una mayor complejidad neurológica que le confirió mayores capacidades cognitivas y una mayor inteligencia. En otras palabras, el ser humano heredó una estructura cerebral determinada con propiedades y potencialidades mentales, aunque éstas no tuvieran esa función originalmente. Estos beneficios evolutivos son considerados como consecuencias colaterales de las mismas y no de su función. En palabras de Stephen Jay Gould, las diferentes potencialidades pueden ser como la enjuta de dos arcos, sin ningún propósito, surgen por el alineamiento de estos.

La identificación de los individuos como unidad de selección es central en el pensamiento de Darwin. Como unidad de selección, su actividad es la lucha por la existencia. Sin embargo, los individuos no evolucionan: tan sólo pueden crecer, reproducirse y morir. El cambio evolutivo se produce en grupos de organismos interactivos, las especies son la unidad de evolución. Como lo explica Gould, haciendo referencia a David Hull, los genes mutan, los individuos son seleccionados, las especies evolucionas[1]. Por lo que son los individuos en el entorno de la especie los que desarrollan las nuevas capacidades adaptativas. La toma de decisiones de forma voluntaria y consciente le permitió al individuo adaptarse mejor que aquellos que nunca pudieron desarrollar el habla, el pensamiento y por consiguiente, la capacidad de actuar libremente.

Los organismos son sistemas integrales y un cambio adaptativo en una de sus partes puede llevar a modificaciones no adaptativas de otros caracteres[2]. Para sobrevivir el Homo sapiens tuvo que utilizar los nuevos recursos que se hallan en su cerebro. En el caso del ser humano, los cambios adaptativos produjeron la cultura, la cual retroalimenta y estimula las redes neuronales promoviendo la reconversión para otro uso las predisposiciones cerebrales preexistentes. Las teorías más plausibles que explican las adquisiciones culturales del ser humano, como la aritmética y la escritura y en nuestro caso, la libertad, descansan en los conceptos darwinista llamados “tinkering-bricoler-chapucero” postulado por Francois Jacob[3] (1977), y por el de “exaptación” presentado por los paleontólogos Stephan Jay Gould y Elizabeth S. Vrba[4]. El primero, la  chapucería, recoge la idea del trabajo de un aficionado en la que en su actividad creativa reutiliza lo preexistente. La evolución, de acuerdo a este principio, combina y reagrupa lo preexiste en todos los sentidos, y el carácter aparentemente desordenado de muchas estructuras biológicas es una consecuencia de la historia evolucionaria del organismo.

Gould y Vrba, al explicar el origen de adaptaciones sumamente complejas a partir de estructuras sencillas postulan el concepto de exaptación, que identifica a aquella estructura de un organismo que evoluciona originalmente sin una función o que juega un papel muy diferente al que finalmente tiene. Un ejemplo conocido son las plumas: se originan por la ramificación de los pelos corporales (protoplumas) de dinosaurios terópodos para mantener la temperatura corporal de forma más eficiente. Su funcionamiento como estructura voladora apareció más tarde tras servir de paracaídas. Lo importante en este proceso es la refuncionalización de las modificaciones no adaptantes llamadas “spandrels” por Gould. Este término arquitectónico, espacios triangulares que no tienen ninguna función y que quedan después de inscribir un arco en un cuadrado (enjuta), representa un tipo de subproducto evolutivo.

Al revisar cuáles serían estas estructuras cerebrales refuncionalizadas que dan pie a las adquisiciones culturales del ser humano, los expertos en el área han encontrado una arquitectura cerebral homologa en otros primates que posee funciones estrechamente relacionadas con las que eventualmente se llevan a cabo en el ser humano. Aún más, muchas de las funciones que hacen altamente eficiente el procesamiento de las herramientas culturales del humano, ya están presente en algunos primates no-humanos. Por consiguiente, Stanislas Dehaene, señala que se requerirían cambios mínimos suficientes para adaptarlos a su nuevo dominio cultural.

Dehaene al exponer su hipótesis de “reorientación (recycling) neuronal” postula que la capacidad humana de aprendizaje cultural descansa en un proceso de reorientación de los circuitos neuronales ya existentes[5]. De acuerdo a este punto de vista, la arquitectura del cerebro humano está limitada y comparte muchos rasgos con otros primates no-humanos. Ésta se establece bajo fuertes restricciones genéticas, aunque con un margen de variabilidad. Por lo que postula que las adquisiciones culturales son solamente posibles  en la medida en que encajen en este margen, al reconvertir para otro uso las predisposiciones cerebrales preexistentes.

Para Dehaence, la dotación genética limita el conjunto de objetos que se pueden aprender y el efecto de este aprendizaje cultural puede traducirse en una reducción en el espacio cortical disponible para habilidades previas. Por lo que, el aprendizaje cultural dependerá de la distancia entre la función inicial y la nueva. Según Dehaence, la expansión de la corteza pre-frontal y las conexiones corticales-corticales en los seres humanos pudieron haber generado nuevas habilidades para movilizar precursores preexistentes de forma arriba-abajo dentro de un espacio de trabajo neuronal consciente. Por lo que, la diferencia entre los primates no-humanos y humanos no recaer en la capacidad de reconvertir circuitos cerebrales a través del aprendizaje, sino en la verdadera habilidad de crear nuevos usos a los viejos circuitos cerebrales evolucionados.

En la especie humana, la selección cultural es amplificada por su carácter intencional[6]. Dehaene, citando a David Premack, señala que el Homo sapiens es el único primate con sentido de pedagogía. Sólo el ser humano atiende el conocimiento y los estados mentales de otros con el fin de enseñarles. No tan sólo transmitimos activamente lo que consideramos más útil, señala Dehaene, sino, como es particularmente evidente con la escritura, intencionalmente la perfeccionamos.

Como decimos comúnmente: una golondrina no hace un verano, ni una mutación hace una especie, tampoco una representación simbólica una cultura. El uso generalizado de la voluntad individual hizo necesaria la identificación de ésta culturalmente, a la cual se le puso freno con la responsabilidad, precisamente, porque el uso indiscriminado de ésta atentaba contra el propio desarrollo del ser humano. La libertad de decidir de forma voluntaria y consciente se equiparó con la libertad política. El no ser ni esclavo ni sirvo de otro ejemplificó la capacidad de tomar decisiones de forma voluntaria y consciente. Desde el punto de vista biológico, ésta se origina como un proceso adaptativo reciclando redes neuronales preexistentes para otros usos, como lo serían las áreas sensoriales-motoras y afines.

 

 

Libetad, deseo y acción
Libertad: deseo y acción

[1] Gould SJ.,  2006, El pulgar del Panda, ed Drakontos Bolsillo, Barcelona, p 94

[2] Ibid,Gould SJ., p 55

[3] Jacob F., (1977), Evolution and Thinkering. Science, 196 (4295), 1161-1166

[4] Gould SJ. And Vrba ES., 1982), Exaptation,: A missing term in the science of form; Paleobiology 8: 4-15

[5] Dehaene S., Duhamel JR., hauser MD., Rizzolatti G., 2005, From Monkey Brain to Human Brain,  MIT Press, Mass

[6] Dehaene S. (2010), Reading in the Brain, The new science of how we read, Pinguin Books, USA

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