Domingo, enero 26, 2025

Rebeliones indígenas

Allá por inicios de siglo, en torno a 2003, estudié un curso de Rebeliones Indígenas Coloniales impartido por mi querida maestra, la Dra. Carmen Valverde para la Maestría en Historia de México que estudié en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. He de decir que esta asignatura fue decisiva para provocar mi interés en los movimientos y conflagraciones que han escenificado muchas comunidades indígenas en contra del orden establecido desde el momento en que los europeos pisaron tierras americanas. De hecho, el recuerdo de este curso vino a mi mente pues encontré recientemente uno de los libros que utilizamos para el desarrollo del curso: “Rebeliones indígenas de la época colonial” (1976), de María Teresa Huerta y Patricia Palacios. De hecho, es cursioso que las cosas nos llegan justo en el momento en que las necesitamos -más allá de algoritmos- y quizá, como producto de los intereses que nos mueven en el día a día. Y sí, recientemente me he topado, como he venido dando cuenta a través de este espacio, de visiones por demás ingenuas y quizá hasta perniciosas, sobre “La Conquista” y el periodo colonial, procesos que están siendo descritos, en pleno siglo XXI, como necesarios para poder traer a la Modernidad a estas tierras “tan alejadas de Dios y de la civilización”. Por supuesto, dicha “hispanofilia” sólo observa una parte del proceso, quizá la que respalda los intereses de grupúsculos que añoran el retorno de las glorias imperiales de España, como lo hacen los seguidores del partido VOX. Empero, lo que encontramos en las páginas del libro, y en muchos otros textos que mencionaré, es una constante resistencia por parte de muchas comunidades originarias al aluvión de cambios que se les vinieron encima. Mario Humberto Ruz, destacado mayista y que lleva años trabajando el tema de la resistencia maya, afirma en su artículo  “La plegaria armada: nuevas religiosidades para un mundo nuevo” (2019), publicado en la  Revista Española de Antropología Americana 49 (número especial) que, como “es sabido, la conquista hispana y sus secuelas de colonización y adoctrinamiento católico representaron un ataque demoledor contra las modalidades mesoamericanas de concebir la existencia y pasar a su través. Ante ello, los pueblos mayas recurrieron a menudo, entre otras estrategias, a la sustitución de ciertos referentes religiosos antiguos por otros de factura cristiana, que les facilitaron desplegar los mecanismos necesarios para ajustar contenidos de pensamiento y actitudes vitales, adaptándolos a la nueva realidad, bien en tiempos de guerra, bien en la cotidianeidad”. Y de hecho, si fijamos bien la mirada en muchas de estas rebeliones, encontraremos expresiones curiosas, prácticas rituales y rescates simbólicos que nada tienen que ver con un presente idílico que vivieran las comunidades frente al dominio colonial. “Popti’s de Jacaltenango -continúa Ruz-, kaqchikeles de Totonicapán, mames de Ixtahuacán y kanjobales de Santa Eulalia seguían pues, a escasos años de concluir el dominio español en América y a casi tres siglos de iniciado su adoctrinamiento cristiano, reverenciando a antiguas deidades cuyas moradas ubicaban en los montes, las grutas y en antiguos asentamientos precolombinos. No eran los únicos; los documentos coloniales dan fe de que el hecho era común en diversas etnias y numerosos pueblos, en muchos de los cuales, según se advierte en la literatura etnográfica, persisten hasta hoy creencias y rituales en los que es posible advertir componentes de origen prehispánico”. Ello, como bien señala Ruz, no sólo respondía a la resistencia frente a los abusos y las carencias que sufrían las comunidades, sino, en muchos casos, a la necesidad de recuperar aquello que se encontraba perdido: identidad, autodeterminación, grandeza.

Como mencionan María Teresa Huerta y Patricia Palacios en la introducción al libro que he citado: “El presente volumen reune una selección de textos históricos sobre las rebeliones indígenas más destacadas del periodo colonial. Ofrece una visión de conjunto y cronológica de sus diversas manifestaciones durante la dominación colonial con el propósito de llamar la atención de los estudiosos sobre un tema harto explotado por la literatura histórica pero pocas veces estudiado con rigor y profundidad. (…) Hemos englobado en la categoría de rebeliones las diversas manifestaciones hostiles de los indios, designadas por los autores con diferentes denominaciones: sublevaciones, alzamientos, depredaciones, etc., términos que dan idea de diferencias, gradaciones y matices entre ellas pero que hasta la fecha no han sido precisadas. De esta gran diversidad de rebeliones sólo excluimos los motines, por ser conflictos de carácter marcadamente global”. Las autoras dividen las rebeliones en dos grandes sectores: las que se dieron en la región centro y sur de la Nueva España y las que se dieron en el norte. Recuerdo que cuando estudié su libro, quedé profundamente sorprendido por la enorme cantidad de movimientos que se suscitaron en el periodo colonial y las peculiares cargas simbólicas que fueron vistiendo los discursos y acciones de los rebeldes. Por ejemplo, la rebelión de los indígenas aledaños a Oaxaca en 1547: “Aproximadamente a principios de junio de 1547, diversos pueblos indígenas situados en las cercanías de Oaxaca se coaligaron y decidieron atacar la ciudad de Antequera, actual capital del estado de Oaxaca. Los rebeldes probablemente pertenecían a los grupos zapotecas y/o mixtecas. La presencia de un nuevo dios, más otras causas socioeconómicas, indujeron a los indígenas a buscar la supresión del dominio de los conquistadores”. O, como se ve en este otro movimiento, también en Oaxaca, pero en 1660: “A lo largo del dominio español fueron constantes los abusos cometidos por los alcaldes mayores. Las reacciones indígenas que ocurrieron en 1660 en Tehuantepec, Nejapa, Ixtepeji y Villa Alta, que tomaron también forma de motín, son un ejemplo notable de los efectos producidos por la causa mencionada. Cabe destacar que en los movimientos de Nejapa y Villa Alta, los indígenas esgrimieron como justificación de su acción, el anuncio del próximo retorno de sus gobernantes prehispánicos”. Concretamente los líderes de la sublevación hablaban del retorno de Condoy, que fue un “cacique o rey mixe a quien ni los mexicas ni los zapotecos pudieron vencer”. E incluso la rebelión de los caxcanes de 1541, muy poco conocida el día de hoy: “La rebelión del Mixtón, acaecida en 1541 en el reino de la Nueva Galicia, al noroeste de Juchipila -hoy estado de Zacatecas-, es uno de los alzamientos indígenas coloniales reputado como de gran magnitud y fue motivado por los abusos de los encomenderos  con los indios caxcanes y la imposición de la nueva religión. Los españoles tuvieron que hacer acopio de todos sus arrestos militares para derrotar a los indígenas, quienes se fortalecieron en la sierra inaccesible del Mixtón. En la batalla que tuvo lugar en ese sitio murió el conquistador Pedro de Alvarado”. Vale decir que en la narración del suceso, se habla de la presencia del Apostol Santiago (matamoros) que sirvió para cegar y quemar a los indios insurrectos y que gracias a él lograron vencerlos. Como se ve, los europeos también tenían sus propios mitos para sustentar sus conquistas y aotrocidades pues murieron, según se menciona en el documento, más de quince mil indios. El castigo fue atroz, por cierto: “Cortaron a unos las narices, a otros las orejas y manos y un pie, y luego les curaban con aceite hirviendo las heridas; ahorcaron y (sic) hicieron esclavos a otros, a los que salieron ciegos y mancos por haber visto la santa visión de Santiago, muy bien hostigados los enviaron a sus tierras, y fue tal el castigo, que hasta el día de hoy jamás volvieron a la ciudad”. De cualquier manera, los caxcanes y otras etnias rebeldes se mantuvieron en pie de guerra, con acciones de “guerrilla” y libres del dominio colonial por espacio de diez años hasta la rendición de su líder Tenamaztle en 1551.

Para el momento en que se publica el libro centro de este texto, muchos de estos movimientos no habían sido trabajados a detalle, pero esto habría de cambiar y con el tiempo se fueron publicando numerosos estudios en diferentes zonas. Mencionaré en este momento los que he trabajado yo, que no son los únicos. Por supuesto, al trabajar con mayas yucatectos e itzaes, estos se centran en la zona maya. Empezaré con el clásico “El Cristo Indígena, Rey Nativo” (1993) de Victoria Reiffler Bricker, estupendo compendio de las rebeliones acaecidas en la zona maya, entre las que destaco algunas de ellas, como la de Cancuc (1712) que fueron soportadas en cultos a reencarnaciones de la virgen María o a piedras parlantes; le sigue también “Del Katún al siglo, tiempos de colonialismo y resistencia entre los mayas” (1992) coordinado por María del Carmen León, Mario Humberto Ruz Sosa y José Alejos; numerosas publicaciones de Juan Pedro Viqueira sobre la rebelión de Cancuc de 1712, disponibles en su página personal; “Utopías Indias, movimientos sociorreligiosos en México” (2000) de Alicia Barabas; “La Conquista Inconclusa de Yucatán. Los mayas de la montaña, 1560-1680.” (2001), “La encarnación de la Profecía. Canek en Cisteil” (2004) y “La perpetua reducción, documentos sobre la huida de los mayas yucatecos durante la Colonia” (2006) de Pedro Bracamonte y Sosa, textos fundamentales para comprender la resistencia en Yucatán y la rebelión de Jacinto Canek en 1761; también en este sentido, las estupendas recopilaciones realizadas por Gabriela Solís Robleda y Paola Peniche “Idolatría y sublevación. Documentos para la historia indígena de Yucatán” (1996) y de Solís con Bracamonte “Rey Canek, documentos sobre la sublevación maya de 1761” (2005); en 2007, “La resistencia en el mundo maya”, coordinado por Carmen Valverde Valdés. “Motines y Rebeliones indígenas en Guatemala, perspectivas historiográficas” (2015), coordinado por Ana Lorena Carrillo Padilla y editado por la BUAP y FLACSO. Y qué decir del número 111 de la revista Arqueología Mexicana intitulado “Rebeliones Indígenas” (septiembre- octubre de 2011) que afirma en su introducción “Esta entrega de Arqueología Mexicana da cuenta de algunos ejemplos de las muchas rebeliones indígenas surgidas a lo largo de nuestra historia, un hecho lógico si se considera el papel francamente desventajoso de los indígenas en la estructura socioeconómica y política, y lo poco capacitada que la sociedad se ha mostrado para incluirlos en mejores condiciones. A diferencia de otras regiones americanas, México se distingue por haber prohijado rebeliones desde la misma época prehispánica – es bien conocida la secular oposición a la dominación mexica-, durante el periodo colonial, en la época independiente, para llegar incluso a las puertas del siglo XXI, con el levantamiento zapatista”. Como se ve, hay numerosas investigaciones que dan cuenta de la complejidad de nuestra historia, que es convulsa y difícil, más para nuestros pueblos originarios que, como bien mostraron los zapatistas en enero de 1994, nunca dejaron de vivir oprimidos y en condiciones terribles y que, aunque no guste, lo siguen haciendo.  

   

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