La reforma judicial ha desatado, entre la opinocracia conservadora, delirantes ataques al gobierno de Claudia Sheinbaum. La derecha, enarbolando recetarios con acusaciones terminales, se enfunda en repetitiva campaña contra el actual gobierno, su partido, y hasta con sus millones de simpatizantes. Los demonios de la destrucción se enfilan contra la transparencia para sumir a la República en absoluta oscuridad, y recurren al reino de la impunidad, para negar derechos básicos obtenidos. Dicen que el pueblo eligió a irresponsables destructores de instituciones. Un terrible bloqueo de avances se ha cernido sobre el entramado de la anterior carrera judicial.
Ahora, se imposibilitará el abandono de conocidas trampas legales. Se bloqueará el finiquito de arraigados vicios colectivos y la continuidad de la violencia. Como conclusión dictada por la oposición: demasiados males acarreados por esta fatídica reforma. No habrá, como complemento obligado, salida alguna para el estancamiento económico en curso. Deducen que el panorama es desolador para los que se empeñan en levantar un segundo piso transformador. Este ha sido, no sólo el diagnóstico, sino la condena “cierta y valedera”. Tal como se ha venido haciendo, reiterada y neciamente, con las sucesivas innovaciones y cambios de la 4T.
La enjundia y clarividencia de soberbios críticos, son un modelo de acumulación desaforada, ensamblado a trompicones descubriendo su presencia malsana. Son las recetas, extraídas de libros y pláticas, que se fueron decidiendo contra la justicia en el transcurso de largas décadas pasadas.
La desproporción con la que el capital se apropiaba del ingreso, les parece normal, necesaria y hasta conveniente. Y la fábrica de pobres y miseria no paraba su producción cotidiana. El doble salario mínimo aseguraba el hambre, aunque eso era lo que vendían como gancho. Las fracturas se sucedían en fila interminable hasta llegar a lo intolerable. Sólo la rebelión en las urnas pudo detener tal sangría. Para los críticos y la derecha, sólo fue un episodio tonto. Hay que retomar dicen, nuevamente, el sendero adecuado y no gobernar para el pueblo. Estas sabias e ilustradas personas que habitan a sus anchas en los medios de comunicación ponen, orgullosos, sus “talentos informados.” Sólo ellos pueden citar nombres de ilustres teóricos neoliberales y laureados profesores de Chicago en cada uno de sus artículos. Hay, según estas historias del horror ya vivido por millones de mexicanos, que dejar los cambios populistas que deshacen logros. Poco, o nada, importa si tales cambios han implicado sacar de la pobreza a 11 millones de seres humanos. Tampoco cuenta el caminar, constante y consistentemente, hacia el control de la violencia. Siendo ésta, bien se sabe ahora, un subproducto de la injusticia, instaurada en ese antiguo régimen en el que estos opositores de hoy fueron como conductores designados.
Aprender, dicen, la dura lección que viene experimentando China. Una nación bajo tiránico dominio que no abre su sociedad ni la conduce un mando democrático sin rendición de cuentas. Así concluyen estos “desinteresados” conservadores: tal como ahora se camina, en México, clausurando aperturas y abrazando dictaduras. Y concluyen: mientras más concentre Claudia Sheinbaum el poder, menos atractivo hará su gobierno y perderá simpatía popular.
Todas estas habladurías, caen por tierra ante la revolución de las urnas.