Sabido es que los sucesos del futbol mexicano suelen tener muy poco eco en el resto del mundo y que, por lo tanto, han sido contados los jugadores nuestros alguna vez incorporados al futbol inglés. Por eso causó sensación, hace ya una pila de años, la noticia de que sir Alex Ferguson estaba interesado en Javier Hernández, la perla goleadora del Guadalajara en aquel entonces, que poco tardaría en enfundarse en la casaca roja del Manchester United, que en aquellos primeros años de la década del 10 ligaba títulos que era un contento.
Ya la entrega anterior de esta columna pormenorizaba la marca anotadora del Chicharito en la liga Premier, y cómo la suma de 53 pepinos lograda por el tapatío había sido igualada por el queretano Raúl Jiménez con su gol de cabeza al Bournemouth, así como la inminente amenaza que eso suponía para el registro del guisante predilecto de Ferguson. Lo que no sospechábamos es que la marca del Chícharo fuera a pasar tan pronto a la historia. Tan pronto como ayer mismo, al marcar Jiménez los dos tantos del Fulham en la portería del Ipswich Down.
No fue una jornada precisamente feliz para el cuadro de Raúl, que recibía en casa a uno de los coleros de la liga y tuvo que resignar dos de los tres puntos en disputa (2-2), pero a nuestro hombre las cosas le rodaron a pedir de boca. Él mismo recibió la falta del primer penalti que convirtió, engañando al arquero Walton con toque al lado del poste derecho (69´); y para cobrar el segundo, ya en tiempo de compensación y con su equipo en desventaja (1-2), llamó la atención la sangre fría del mexicano para hundir por alto la red, cerca del ángulo contrario y con el portero masticando pasto al lado opuesto (90+1´).
Como se dijo aquí hace siete días, Raúl Alonso Jiménez no habrá jugado en Inglaterra con ninguna escuadra de las que ganan títulos, pero precisamente en ello estriba su mérito. Y acaba de asegurarse una marca que sin duda permanecerá viva durante mucho tiempo, antes de que algún otro ariete emigrado desde nuestro país sea capaz de quebrarla.
Clásico total. Dentro de la misma jornada inglesa, el partido de la fecha era el que cerraba la jornada 20: Liverpool-ManUnited, nada menos. Independientemente de que los reds parecen estar firmemente encaminados hacia la conquista del título y, en cambio, el United atraviesa por una de sus etapas más grises en años, se trata del clásico de clásicos del futbol británico, un duelo con más de un siglo de feroces disputas dentro y fuera de las canchas. Y no defraudó. Y por más que Virgil Van Dijk culpe a su defensa del empate final a dos goles, la verdad es que éste fue el justo resultado de un auténtico partidazo.
Había nevado en Liverpool toda la noche y un equipo de trabajadores que no era de chinos sino de ingleses –aunque se sospecha que debe haber incluido numerosos inmigrantes de países pobres– dejó la cancha en perfectas condiciones para que el encuentro pudiera celebrarse. Luego durante el juego, llovió a cántaros, pero ninguno de los hombres de pantalón corto acusó el menor inconveniente. Y si el primer tiempo concluyó sin goles, en el complementario las dos escuadras agregaron a su incesante entrega las dosis necesarias de fuerza y talento para que el marcador se moviera cuatro veces. Pegó primero la visita gracias a un genial servicio de Bruno Fernandes –jugadorazo– que el che Lizandro Martínez no dudó en encajar en la red fusilando por alto a Alisson Becker (52´). Y aún estaban festejando los del United cuando una penetración por la izquierda del holandés Gapko, a servicio rompedor de McAllister, culminó en quiebre sobre De Ling e implacable derechazo cruzado al vértice lejano de la meta del camerunés Onana, uno de los héroes del épico partido. Tanto que a punto estuvo de desviar el derechazo bajo con que Mo Salah cobró el penalti por mano de De Ligt que daba vuelta a la pizarra (70´). Pero aún había una bala en la cartuchera el equipo de Ruben Amorim, que Amad Dialló hizo efectiva rematando un centro de Alejandro Garnacho –otro argentino, como Lizardo y McAllister– para batir al guardameta brasileño del equipo que “nunca caminará solo” (80´), como reza el estribillo que un coro de decenas de miles de voces acostumbra entonar en Anfield exactamente como sucedió ayer. Y como viene sucediendo, me parece, desde antes de las dos guerras que desgarraron Europa.
Gloria eterna al futbol. A ese que dibujaron ayer sobre el húmedo césped de Anfield los hombres del Liverpool y el Manchester United. Por cierto, casi todos llegados de distintos países, con algún que otro británico entreverado en sus alineaciones, dictadas y dirigidas desde sus respectivos banquillos por el holandés Slot y el portugués Amorim.
De Reinoso a Cristóbal. El deceso de Cristóbal Ortega (CDMX 25.07.56-02.01.25) me ha traído el recuerdo de Carlos Reinoso, su guía y mentor futbolístico. Como es sabido, el chileno llenó toda una época en el equipo de Coapa, que fue precisamente entonces –primeros años 70– cuando adquirió el apodo de águilas tras abandonar el de canarios, inicialmente adoptado para remarcar el cambio de color de la playera americanista de un crema desvaído al amarillo furioso: la nueva tonalidad pretendía intimidar, no transmitir inocencia. Tal como fue, dentro del campo, la rabia que Reinoso le supo inyectar con su liderazgo al cuadro de Televisa, esa rabiosa combatividad que los viejos americanistas aún añoran. Y que el América de hoy parece haber rescatado.
Cristóbal apareció, allá por 1974, como un doble del cacique chileno. Se decía que Reinoso lo había cultivado a su imagen y semejanza aprovechando que a una innata habilidad con el balón el joven aspirante sumaba una llamativa semejanza corporal con Carlitos: físico fuerte y compacto, piernas cortas y rápidas y un centro de gravedad bajo que dotaba a la estructura corporal de una estabilidad poco usual. De modo que aparecer Cristóbal y llenarse la grada adicta de una sensación de mágica continuidad con el chileno fue todo uno. La picardía, el regate, eran los mismos. ¿Dónde, entonces, estribó la diferencia?
Sin desconocer la valiosa aportación histórica de Ortega a su causa, hay que reconocer que nunca tuvo el gen competitivo ni la capacidad de su modelo futbolístico para encabezar a una escuadra con las exigencias del club de Coapa. Además Cristóbal, como tantos buenos caracoleros, era proclive a jugarla de cortita y al pie, en tanto Reinoso sólo empleaba esta fórmula lo estrictamente indispensable, pues su horizonte era mucho más vasto dada su marcada preferencia por el pase largo en busca del pique de los extremos, lo que hablaba también de una potencia que a menudo explotaba en venenosos remates desde fuera del área, incluido un notable surtido de tiros libres que terminaban en gol (en toda su carrera Cristóbal solamente firmó 24). Lógicamente, esos atributos del chileno no eran transmitibles sino exclusivamente suyos. De ahí las razones de su perennidad como líder emblemático del americanismo de siempre y para siempre.
Y sin embargo, estadísticamente, Cristóbal ganó más títulos de Liga que Reinoso (cinco contra dos), y todos con la camiseta del América, la única que vistió en su vida, vestigio de una época en que aún existían jugadores fieles al club que los lanzó al profesionalismo. ¿Razones de un palmarés mucho más exitoso que el de su padrino futbolístico? Pues que, aun siendo probablemente Reinoso el mejor jugador en la historia del club televiso (opinión bastante frecuente entre la afición americanista más veterana), Ortega tuvo la fortuna de jugar en mejor América de todos los tiempos, el de los años 80, que no por nada fue el equipo más ganador de esa década. Y ahí están los números y las alineaciones para comprobarlo. Esa puede ser la razón de que Carlos Enzo Ezequiel Reinoso Valdenegra solamente haya podido levantar dos trofeos de Liga (70-71 y 75-76) y uno de Copa (73-74), en comparación con las cinco ligas de Ortega, más un torneo corto de pilón.
Cristóbal Ortega Martínez debutó profesionalmente en el estadio Azteca el 3 de octubre de 1974 en un encuentro de Copa contra el Ciudad Madero y llegaría a jugar cerca de 700 partidos con su camiseta de toda la vida haciendo valer su técnica individual y buen sentido asociativo desde la posición de medio-enlace, heredada del chileno aunque, como quedó dicho, con una proyección algo distinta. Los títulos que logró corresponden a los torneos de Liga (Liga larga, Liga verdadera) 1975-76 (aunque todavía no como parte de la alineación titular), y ya en plenitud las de 1983-84, 84-85, 87-88, 88-89, además del prode 85, competencia necesariamente corta para evitar que coincidiera con el Mundial México 86. Carlos Reinoso solamente pudo alzar dos trofeos de Liga (70-71 y 75-76) y uno de Copa (73-74).