Jueves, abril 25, 2024

Rafael Ortega: el adiós de un torero cabal

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La plaza México ha sido escenario de 33 despedidas previamente anunciadas como tales, ni una menos. De ellas, 16 serían efectivas, en ocho casos el diestro en cuestión regresó del retiro aunque sin actuar ya en la capital, y hay otros nueve espadas que, a pesar de haber escuchado Las Golondrinas y haberse despojado del añadido en el embudo de Insurgentes, pasado un tiempo volvieron tan campantes a hacer el paseíllo en su ruedo; inclusive uno de ellos, Eloy Cavazos, anunció con toda formalidad una segunda despedida –sólo de la México, claro– a 16 años de distancia de la primera. Que así de serias suelen ser las cosas entre la gente del toro.

Aunque no toda. Como decía, 16 veces quien dijo adiós nunca más volvió a vestirse de torero. Son los casos de Jesús Solórzano Dávalos, Carlos Arruza, Silverio Pérez, Cagancho, El Ranchero Aguilar, Humberto Moro, José Huerta, Luis Procuna Montes, Jaime Rangel, Manolo Espinosa, Antonio Lomelín Migoni, Miguel Báez Spíndola, Manuel Caballero, Jorge Gutiérrez, Manolo Arruza y Manolo Mejía. Rafael Ortega pertenece al segundo grupo –es decir, que la del domingo no será la última corrida de su vida–, pero había aclarado con anticipación que aún planea despedirse de algunos cosos de los estados, por lo que nadie podrá llamarse a engaño.

 

Apoteósicas despedidas. Saltan al recuerdo sobre todo los nombres de tres toreros que cuajaron en su tarde postrera en la México sendas faenas inolvidables: Fermín Rivera (17.02.57, a “Clavelito III” de Torrecilla), Jorge Aguilar (11.02.68, a “Forjador” de Mimiahuápam) y Luis Procuna (10.03.74, a “Caporal” de Mariano Ramírez). Otras despedidas, sin resultar redondas, tuvieron un intenso contenido emocional (Armillita, Silverio, Calesero, Huerta, Martínez, Jorge…). Y algunas hay que además de conmover al público rozaron la apoteosis (pienso en El Capea y Toño Lomelín).

Capítulo aparte merecería El Pana, que, original hasta en eso, convirtió su “despedida” en plataforma de lanzamiento para una no tan fugaz resurrección.

 

Triunfal adiós. Rafael Ortega tuvo como último adversario en Insurgentes al único que embistió del manso sexteto de Los Cues. Era “Ferruco” un castaño bocinero al que el torero de Apizaco, tras adornarse en quites y con los palos, supo empapar de muleta en todo momento para estructurar una buena faena derechista, rubricada de eficaz volapié y premiada con orejas y rabo por un conmovido Jesús Morales; sólo que Rafael, con los pies bien puestos en la tierra, declinó el apéndice caudal y paseó solamente dos orejas muy bien ganadas, bajo sostenida y cálida ovación. La que merecía su trayectoria de torero poderoso, valiente y sobrio, que en la capital supo prescindir de cierta tendencia al efectismo, útil para sumar trofeos en plazas chicas pero notoriamente fuera de lugar en el coso máximo, por muy degradados que se hallen la afición y los criterios de premiación actuales.

 

Impresionante estadística. La verdad es que el medio y los medios han sido rácanos con el torero de Apizaco, cuya trayectoria en la capital es, si a números vamos, de las más destacadas en la historia moderna. En 43 actuaciones –a contar desde una confirmación de alternativa de perfil bajo, en nocturna de jueves, cuando ya paseó la oreja del primero que le soltaron (“Azuceno” de Mariano Ramírez: 23.09.93)–, Rafael suma nada menos que 50 auriculares, dos Orejas de Oro y un rabo más, anterior al rechazado de “Ferruco” y la verdad es que algo protestado, el del sexto de su mano a mano con El Zotoluco (“Fandango” de Fernando de la Mora, 28.11.04).

Pero eso no es todo, pues Ortega posee la mayor marca de tardes consecutivas cortando apéndices en la gran cazuela, sólo equiparable a la Jorge Gutiérrez entre el 14 de enero de 1990 y el 10 de marzo de 1991. Ambos con 10 triunfos seguidos en la capital.

La larga marcha triunfal del apizaquense se inicia con la oreja cortada a “Monarca”, de Huichapan (07.01.96), y continúa así: 21.01.96: dos orejas de “Concho”, de Fernando de la Mora; 24.03.96: dos de “Martincho”, de Martínez Ancira y primera Oreja de Oro en su haber; 17.11.96: la oreja de “Moro”, de La Soledad (una de las más meritorias, por la catadura del toro y por la maestría y el estoico aguante del torero); 19.01.97: oreja de “Toledano” y las dos de “Azafrán”, de Javier Garfias; 23.02.97: dos orejas de “Herrerito” de De la Mora; 16.03.97: las dos de “Rumboso”, de Huichapan; 23.03.97: un apéndice de “Chiquirrín”, de Armilla Hermanos, y segunda Oreja de Oro; 02.11.97: a oreja por toro, cortadas a “Sospechoso” y “Cariñoso”, de Martínez Ancira; y 21.12.97, oreja de “Paño Fino”, de La Venta del Refugio.

Esa racha de diez triunfos consecutivos con 17 apéndices sumados quedó rota el 25 de enero de 1998 con una actuación irrelevante ante flojo encierro de Vicky de la Mora.

El único que se acerca a la marca de 10 actuaciones consecutivas tocando pelo es el Manolo Martínez colosal de 1971–72, que en ocho tardes en fila cosechó 14 orejas y dos rabos. Gutiérrez acumuló en la suya –dividida en dos por un percance grave (09.12.90)– nada menos que 21 orejas y un rabo. Por algo se les considera los dos favoritos máximos del público capitalino.

 

Once faenas de dos orejas. Si Manolo Martínez desorejó por partida doble a 17 ejemplares a lo largo de sus 91 tardes en la México, y Enrique Ponce, en 41 corridas, lleva cosechados 12 pares de orejas –cuatro de ellos a novillos de regalo–, y 10 El Juli en 25 actuaciones, nada tiene que envidiarles el torero de Apizaco con sus once faenas de dos orejas. Con la particularidad de que, si algunos de los apéndices sueltos que le fueron concedidos suscitaron discusiones, éstas prácticamente desaparecieron cuando los trofeos se le otorgaron a pares.

Su relación de faenas de dos apéndices auriculares es la siguiente: “Concho” de Fernando De la Mora (21.01.96), “Martincho” de Martínez Ancira (24.03.96), “Azafrán” de Garfias (19.01.97), “Herrerito” de De la Mora (23.02.97), “Rumboso” de Huichapan (16.03.97, sin que le arredrara el percance mortal del rejoneador Funtanet en el primero de la tarde), “Titán” de De Santiago (07.03.99), “Cara Sucia” de Barralva, al presentarse este hierro en la capital (03.03.02), “Compay” de Julio Delgado (02.03.03), “Tesoro” de Santa Bárbara (23.11.03), “Cachorrito” de Julio Delgado (05.02.04: único cinco de febrero vespertino en que participó, dándoles, por cierto, una buena enjabonada al Zotoluco y Ponce, pues estuvo Ortega templadísimo y muy asentado y torero con sus dos toros), y “Puro San Juan” de Santa María de Xalpa (10.01.10).

Habrá captado el lector este mérito adicional: entre los bureles desorejados por Rafael Ortega figuran ganaderías (Huichapan, Barralva, Santa María de Xalpa, Javier Garfias, La Soledad, Armilla Hermanos…) que las “figuras” jamás admitirían en un cartel que luzca sus cotizados nombres.

 

Datos fundamentales y juicio definitivo. Rafael Ortega Blancas  nació en Apizaco (10.03.70), recibió la alternativa en Puebla de manos de Manolo Arruza con el toro “Brillantino” de Reyes Huerta (23.12.90), se la confirmó en México Alberto Galindo “El Geno” con “Azuceno” de Mariano Ramírez (23.09.93) y en Madrid Leonardo Benítez con “Escandaloso” de Los Derramaderos (24.06.01). Torero formado en el campo y con recursos de sobra para cubrir lucidamente los tres tercios –con demasiada facilidad quizás–, tocó todos los registros con capa, banderillas y muleta aunque, se dice, sin sobresalir marcadamente en ninguno, ni acusar la expresión personal que convierte a los buenos toreros en imán de taquilla. Nadie discute, en cambio, su extraordinaria seguridad con la espada (sólo dos avisos en la capital, contra 25 de Manolo y 16 de Ponce).

Pero esta crítica global merece sin duda matizarse. Ciertamente, Rafael tendía a bullir en exceso y esto, que los públicos sencillos acogen con júbilo y que le proporcionó abundantes éxitos de escasa trascendencia, restaba calidad a su toreo. Pero cuando se lo proponía, era capaz de parar, templar y mandar como el mejor –su profunda comprensión del toro y sus facultades físicas, reflejo de una dedicación monacal a la profesión, le permitían andar ante los pitones con un desahogo al alcance de muy pocos–: recuerdo perfectamente varias faenas suyas que pueden servir de modelo en ese sentido, por ejemplo el día de la alternativa de Jerónimo (06.02.99, en Puebla), la tarde, también en El Relicario, en que un toro de Mariano Ramírez hirió a “Cagancho”, el célebre cuatralbo azabache de Hermoso de Mendoza, o cuando, en 2004, al fin le dieron oportunidad de meter baza en un cartel de 5 de febrero en la México. Incluso, su última faena de dos orejas en la capital (10.01.10) tuvo un trazo impecable desde cualquier punto de vista.

¿Por qué, entonces, y tomando en cuenta además la estadística aquí mismo expuesta, no se le dio a Rafael Ortega trato de figura, ni cabida suficiente en el tipo de carteles que sin duda habrían disparado sus triunfos y su cotización? La respuesta tendría que abarcar varias consideraciones.

Por principio, el de Apizaco ha sido un torero más de poder que de aroma, y ya se sabe que el post–toro de lidia mexicano no es precisamente el enemigo ideal para imponerle la reciedumbre del mando. Hablamos, por otro lado, del típico alternante incómodo: los ases siempre han preferido medirse con diestros de menores recursos y calado, y quizá por eso el Rafael Ortega de sus años de apogeo generalmente se vio relegado a carteles discretos, y sus triunfos tuvieron un eco inferior al que merecían. Creo que Rafael terminó por resignarse a esa inercia e incluso se volvió un muletero excesivamente derechista cuando en sus principios, a mediados de los años 80 y en la placita D’Coca, rumbo a Valsequillo, lo recuerdo como un formidable cultor del pase natural.

Todo lo anterior subraya la carencia de una orientación adecuada por parte de su entorno, y su alejamiento por varios años de la capital para confinar su actividad en cosos poco exigentes –en España solamente toreó la corrida de su confirmación– terminó por relegarlo a una injusta segunda fila, ante lo cual su triunfal adiós de la México representa un último grito de rebeldía contra un medio y una administración notoriamente inferiores a sus cualidades como torero.

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