El discurso de la democracia liberal burguesa, vigente en los Estados Unidos, tiene como planteamiento principal la participación ciudadana como fundamento de la paz social. En este contexto, la construcción del ciudadano es de carácter individualista y descansa en la idea de que el bien común se construye con base en la suma de intereses individuales; así, los intereses de los grupos políticos definen la mayor parte de la vida político-partidista en este tipo de democracia.
La semana pasada, tuvo lugar la toma de posesión del cargo de presidente de los Estados Unidos. Joe Biden se convirtió en el 46º presidente en llegar al cargo, en medio de una elección sumamente competida y con señalamientos de fraude por parte del expresidente Donald Trump. La llegada de Biden se da en un contexto de crisis sistémica a escala mundial que ha agudizado las contradicciones dentro de su país, que enfrenta de forma más evidente, al menos tres crisis: sanitaria, económica y social. Estos factores han hecho de la transición, una de las más conflictivas en la historia de aquel país.
El panorama muestra una sociedad donde el establishment, a través de sus voceros en los medios de comunicación masiva, ha configurado un discurso de inclusión y apertura, donde palabras como libertad y democracia han sido vaciadas de todo contenido, dejando en su lugar explicaciones fáciles, y de aparente sentido común, donde el mercado lo justifica todo sin explicar nada.
El problema emerge cuando las barreras de acceso al mercado se hacen evidentes; cuando los pobres no pueden comprar ni lo más básico, cuando el Estado no puede garantizar ni el mínimo bienestar y cuando los ricos muestran abiertamente su desprecio hacia los pobres. Es en ese momento cuando las explicaciones de fácil digestión cobran vigor y fenómenos como el racismo, emergen desde las entrañas de la ideología estadounidense.
El bálsamo mediático actúa nuevamente y anestesia a las masas con promesas igualmente vacías y de fácil digestión. El péndulo electoral retorna al punto de partida y se acelera hasta llegar al punto contrario. Entretenidos por la bola al final del cordón, tendemos a ignorar el soporte del péndulo. Así, en un ir y venir electoral, los intereses de la mano invisible que mueve el péndulo permanecen inmutables. La fuerza motriz del péndulo electoral, tiene nombre y apellidos y mantiene un interés firme en el discurso democrático constreñido al horizonte de posibilidades que están dentro de la trayectoria de mismo péndulo.
¿Qué hay más allá del péndulo? Esperanza en la capacidad transformadora de las masas, del pópulo, del mal ciudadano, aquel que ha sido sistemáticamente excluido y está resuelto a destruir el péndulo, su base y en una de esas, a la propia mano invisible.