“Una cosa es ser pobre en una comunidad
de productores con trabajo para todos;
otra totalmente diferente, es serlo en
una sociedad de consumidores.”
Zygmunt Bauman
Estamos en el momento más álgido que ha tenido la historia del país en los últimos años; posiblemente menos grave que si se tratara de una guerra (aunque, prácticamente, la tenemos con la violencia desatada desde hace más de diez años, sin que haya poder humano que la pueda contener ni por más que hayan buenos propósitos de las autoridades de cualquier nivel de gobierno). En tanto, somos testigos de cómo, en el sistema mundial —del que México no se exime—, se va desmoronando la política y, con ella, los propios Estados; pues, poco a poco, han perdido la fuerza que requerían para gobernar en un determinado territorio. Por más que se haga mención de la democracia, a cada momento se observa que es desbordada y rebasada por la tecnocracia, como ha sucedido en estos momentos de contención de la pandemia, cuando vemos que los mismos expertos que dictan recomendaciones en los decretos que se publican no han sabido dar frente a la situación, porque no están acostumbrados a la diacronía y sólo a la sincronía de sus vidas; rebasada también, en tiempos electorales, por la oclocracia, para que la población se sienta participe de lo que nunca lo ha sido: gobernar.
Así, en estos tiempos se ha sostenido por doquier: “primero los pobres”; sin embargo, los ciudadanos de a pie, con el paso del tiempo y sobre todo con el transcurso de este nuevo gobierno que desea denominarse como “cuarta transformación”, no entendemos qué quiere decir “primero los pobres”; pues, en un principio, entenderíamos que se debe tratar de proteger y atender primero a los pobres considerando las necesidades más urgentes y prioritarias. Por ello, cualquiera hubiera asumido que lo que sucedería era, efectivamente, los cambios por los que todos votamos. El primero de los cuales debía ser con la educación, para que de verdad se conformara una educación reflexiva, además de funcional, pero no fue así. Al año y medio, se dictó una nueva ley federal, que solamente los autores de la misma la pueden interpretar, debido al mar de discrecionalidades con que cuenta la autoridad educativa. Por ende, pareciera que se ha perdido la oportunidad de una verdadera transformación que considerara, de esa forma, “primero a los pobres”.
También, asumíamos que la sentencia de “primero los pobres” iba a ser algo así como lo que sucedió en “la comuna de Morelos”, (García Jiménez, Plutarco Emilio, Zapata en el corazón del pueblo. Artículos, ponencias y testimonios sobre zapatismo y movimiento campesino en México y América Latina, México: Editorial Itaca, 2017), tan escondida por la historia oficial (Vergara Nava, Silvino, El Plan de Ayala desde otra mirada, Puebla, Pármenas, 2019), tiempos y lugar del zapatismo en los que lo primero que se dio fue la capacitación de los campesinos para que optimizaran sus técnicas para la siembra de sus campos. Pues, de seguir esa sentencia de “primero los pobres”, lo que hay que hacer no es hacerlos dependientes del sistema ni que vivan de las dádivas electorales, sino que tengan oportunidades capacitándose, instruyéndose para realizar mejor sus trabajos, sus labores; darles herramientas para el trabajo y no apoyos económicos (llámense como se llamen), que, a fin de cuenta, sólo los hacen dependientes del denominado “Estado niñera”.
Pareciera indudable la sentencia del profesor de verdadera tendencia de izquierda Zygmunt Buman, a saber: «Una cosa es ser pobre en una comunidad de productores con trabajo para todos; otra totalmente diferente es serlo en una sociedad de consumidores cuyos proyectos de vida se construyen sobre las opciones de consumo y no sobre el trabajo, “ser pobre” significa estar sin trabajo» (Bauman, Zygmunt. Trabajo, consumismo y nuevos pobres”, Barcelona, Gedisa, 2008). Y de verdad que se está cristalizando en estos tiempos con eso de “primero los pobres”, pues, efectivamente, hay un deseo de que ellos sean los primeros en ser considerados como simples consumidores y no como ciudadanos, es decir, no como sujetos activos que ejercen y exigen sus derechos, sino como zombis del sistema, que deben cumplir pasivamente con requerimientos formales para poder contar con un subsidio y cuyo primero movimiento incorrecto es suficiente para el rechazo o la negación.
Desde luego que la sentencia de “primero los pobres” es la correcta, pero para capacitarlos, para dotarlos de herramientas, no de dádivas. Y, para ello, hay que impulsar lo que queda de la industria nacional, es decir, a los empresarios nacionales, que son los que fomentan los empleos y la actividad económica de casa; en vez de tenerlos esperanzados por las migajas de un nuevo tratado de libre comercio, del cual se tiene muy pocos augurios.
La sentencia de “primero los pobres” es para darles la oportunidad de valerse por sí mismos, de que cuenten con la posibilidad de decidir su futuro, y no de que dependan de los subsidios estatales o del apoyo gubernamental, porque, de ser así, a eso se le llamaría “primero los pobres” para el clientelismo electoral. Por eso es necesario que nos preguntemos respecto de esa sentencia de primero los pobres: ¿para qué?