Colectivo El Zenzontle
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Por PP
Pobres y ricos son el resultado de la desigual distribución de la riqueza social que día con día producen los trabajadores, porque aun los bienes que la naturaleza produce y que son empleados para la sobrevivencia del género humano, no pueden ser aprovechados, a menos qué, a través del trabajo, sean colocados en la posibilidad de ser consumidos.
Por ejemplo, un pez en el mar es un bien que la naturaleza produce, pero para servir de alimento tiene que ser pescado, transportado, adquirido, cocinado y puesto en el plato.
Desde el mar hasta la mesa se dan una serie de trabajos concatenados que van desde la construcción de barcos, de redes, de vehículos, de combustibles, de estufas, de fogones y leña, de sartenes, de mesas, de cuchillos, etc. Es decir qué es, la existencia de una enorme red de trabajo socializado, lo que permite el viaje de los productos de la naturaleza al lugar y momento de su transformación en alimento.
Como puede verse, en toda la cadena de trabajos no aparece ningún rico, de no ser como dueño de los medios de producción. En otras palabras, su papel en la producción social es la de ser dueño, zángano, vampiro que se enriquece con carne, sangre y sudor de los trabajadores. Y su misión es acrecentar hasta el máximo posible sus bienes, su capital. Y para lograrlo, no importa matar de hambre al pueblo, «al cabo que son muchos y ya están acostumbrados a no comer» se dicen cínicamente a sí mismos.
Así la «fabricación de pobres» es una industria que beneficia a los dueños del capital, no sólo porque los desocupados presionan los salarios a la baja, sino porque cuando la gente tiene hambre su principal preocupación es comer y otras necesidades como salud, educación, bienestar, democracia, libertad, etc., pasan a segundo término.
Pero la pobreza tiene muchas caras y no se ceba por igual en toda la población. Uno de los sectores más perjudicado es el de los jóvenes, quienes ven derrumbarse sus ilusiones desde una edad muy temprana. En la escuela se rezagan porque con la panza vacía no quedan muchas energías, ni mucha atención para el aprovechamiento escolar. Más aún, su imaginación se encuentra ocupada en soñar con todo tipo de alimentos, golosinas, juguetes y demás, que la publicidad coloca permanentemente ante sus narices, alimenta sus deseos, deseos que la pobreza impide satisfacer.
Los alumnos pobres también son los que más desertan, abandonan la escuela para tratar de conseguir los medios de satisfacer algunas de sus necesidades y se van a limpiar parabrisas, a actuar como payasitos, malabaristas, a vender fruta, galletas, chicles o cualquier cosa en las esquinas.
Así crecen y llegan a la adolescencia, y luego de sus 14 años a buscar un empleo, pero el mercado de trabajo está saturado. El capitalismo de este país ha sido incapaz de aprovechar «el bono joven», ese millón de nuevos trabajadores potenciales, que en los últimos tiempos, año con año, llegan para incrementar tanto el ejército industrial de reserva como la presión sobre los asalariados en activo, toda vez que, en su mejor momento, el capital ha generado unos 600 mil empleos por año y en los tiempos que corren Peña se ufana por la creación de 300 mil luego de la destrucción de más de 600 mil por el «catarrito» de 2008-2009.
En estas condiciones los jóvenes tiene que buscar salidas. Se enrolan en la economía informal, vagoneros, tianguistas o en el mejor de los casos se convierten en aprendices y futuros artesanos. Pero muchos adoptan las salidas de mayor riesgo, la emigración hacia el norte o la delincuencia, la prostitución.
La insatisfacción acumulada genera puntos calientes en el tejido social, algo que las autoridades no ignoran y por eso las leyes se endurecen, se criminaliza la protesta social. Las fuerzas del orden destacan a sus mejores provocadores o simplemente pescan a los chivos expiatorios quienes serán sometidos a «interrogatorios científicos», golpes, quemaduras de cigarro, ahogo en el excusado, toques en los genitales, violación sexual y tortura sicológica, hasta que el presunto culpable acepta los cargos para aliviar su dolor.
Así las cárceles están llenas de pobres. Al que se roba una gallina los juzgadores lo condenan a varios años de prisión, pero a los grandes delincuentes, los grandes asesinos, los que cometen los grandes fraudes o se enriquecen con el contratismo y el tráfico de influencias, esos se pasean y disfrutan ostentosamente de su riqueza: Ellos son ganadores, triunfadores y los pobres… nacidos para perder. Ejemplos sobran, por ahí andan los entenados de Fox, los de Oceanografía, el Azcárraga de Mexicana de Aviación y los criminales dueños de la guardería ABC, el Peña de Atenco, Calderón con su guerra y los más de cien mil muertos y más de 20 mil desaparecidos. Esos criminales de «cuello blanco» gozan de impunidad, se pasean tranquilamente gastando lo que se arrebata al pueblo, despojando a la mayoría y poniendo en entredicho la vida futura de sus jóvenes.
¿Y los verdugos, los ejecutores? Esos no son ricos, son o eran pobres que han perdido su conciencia, que han sido domesticados como perros de presa para servir a sus amos, son los encargados de secuestrar, desaparecer, asesinar, a los luchadores sociales, a esos a quienes la indignación por los ataques a la madre tierra, por el despojo de sus comunidades, del agua y del territorio, bienes, tradiciones e historia, que el capitalismo insiste en volver mercancías, esos que luchan por su dignidad y sus derechos humanos, esos son por virtud de los medios y la venalidad de jueces e instituciones, esos, los luchadores sociales, son convertidos en delincuentes, encarcelados, secuestrados, asesinados.
Así los pobres cubren el papel de malos para que los ricos vivan y disfruten tranquilamente de su riqueza.
La madre tierra, el agua y el aire no son mercancías. Hay que dar la lucha solidaria con sus defensores.