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Bajo la dominación capitalista, para que el capital funcione y sirva para extraer trabajo = valor, se requiere de la existencia de «trabajadores libres», libres de toda posesión, dueños de nada, que para sobrevivir –él-ella y su familia- tiene que vender su fuerza de trabajo. Fuerza de trabajo que es pagada con un fracción, lo más pequeña posible del trabajo realizado, mientras el patrón se queda con la tajada del león. La reproducción, la repetición del ciclo del capital, reproduce al trabajador libre y enriquece al patrón.
La reproducción es posible porque al trabajador lo han educado para que acepte, particularmente en el contrato de trabajo, que existe la igualdad entre empleados y empleadores. Cuestión falaz de la ley, porque el trabajador está obligado a contratarse si quiere comer, mientras el patrón puede no contratar o contratar a cualquier otro desocupado del ejército industrial de reserva.
Para que esta situación prevalezca y la reproducción del capital no sea perturbada se requiere de la «paz social», de cuyo mantenimiento se encarga el Estado, paz que se consigue ya sea por el consenso, la resignación: la aceptación de que las cosas son así, o por la represión.
Si el consenso falla y los trabajadores demuestran su inconformidad «se altera la paz social» el Estado terrorista, que tiene el monopolio de la violencia, reprime a los inconformes: los golpea, los gasea, los encarcela, los desaparece o simplemente los asesina y «restaura la paz social».
Así la paz se mantiene en un clima que oscila entre la represión y el consenso.
En términos estrictos la paz social no es otra cosa que la cara visible de la «dominación», dominación que hace posible que la contradicción entre explotados y explotadores no estalle.
La dominación es la expresión de la hegemonía, de un poder hegemónico, que en la actualidad ejerce el Capital Monopólico, los poderes fácticos, dueños de la vida y de la conciencia de explotados y explotadores.
La religión y educación formal son un campo en el que la ideología dominante se introduce en las mentes y enseña a obedecer, a respetar la ley, a competir, al cuida tu casa y deja la ajena, al aguanta, al sacrifícate. Individualiza, destruye al colectivo y domestica.
La educación informal, particularmente la TV, enseña que tu eres triunfador, tu puedes y que el que puede tiene una casa más grande, un auto más potente, usa la ropa más cara y todos l@s del sexo opuesto te van a ver más bonit@.
La realidad es puesta de cabeza: el ser humano, creador de todas las mercancías, aparece como creado por las cosas que posee. Tanto tienes, tanto vales.
Bajo la dominación el ser humano se enajena, los valores sociales, la igualdad, la fraternidad ceden su lugar a una libertad que se convierte en libertad para consumir, que se expresa en lo que se compra o la mayoría de las veces en lo que se sueña comprar. Ante las expectativas de «progreso» se pierde de vista la explotación cotidiana.
Y este sueño de consumir es alimentado con mentiras: «vamos a mover a México», «el gas, la luz, la gasolina y todo lo que quieras comprar va a bajar de precio». El hambre puntual, puede ser calmada con comedores de la sedesol o tarjetas de soriana. El hambre también enajena, porque primero es comer que ser cristiano dice la conseja popular. Hay mucho trabajo por hacer, pero en el capitalismo se trabaja solo para producir ganancia y si ésta no se vislumbra no hay trabajo.
Ese mundo al revés es lo único que miran los políticos, se agachan, se arrodillan frente al de «más arriba» para conservar y aumentar sus privilegios, aumentar su riqueza y no titubean: si hay que vender a la patria la venden y los costos de la venta, que los pague el pueblo.
Ese es el cuento de la reforma energética: despojar a la nación, a los mexicanos, de los bienes del subsuelo y de la generación de energía eléctrica, para entregarlos a compañías privadas de las que esos tales políticos son socios.
También pretenden vender a Pemex y a la CFE, pero sus deudas («pasivos») son muy grandes, porque sus ingresos, sexenio tras sexenio, son para enriquecer a políticos y líderes venales. Esos pasivos los van a convertir en «deuda pública», para que sea pagada por los trabajadores mexicanos. Los pobres se harán más pobres y los ricos, los explotadores monopólicos y políticos se harán más ricos.
Pero el despertar ha comenzado, los trabajadores de la tierra, los herederos de Zapata resisten y defienden el territorio contra los megaproyectos, a pesar de la represión y más allá del clientelismo de algunos que se creen sus caudillos. El eco de su lucha habrá de despertar a los dominados.