“Tratar de caminar para aguantar el recorrido. Es una manda que doy, la mayoría –de hombres que van en la procesión– van por manda. Todos tenemos distintas ideas, pero formamos parte de esta tradición. El dolor es bueno: eso de ir caminando en el asfalto, con espinas y cargando cadenas sí está difícil para uno que no está acostumbrado”.
Así describe uno de los más de 50 hombres engrillados que el pasado viernes 30 de marzo, tras una preparación de tres o cuatro meses, participaron de la procesión de viernes santo en el municipio de Atlixco.
En este lugar, con los todavía visibles daños que dejó el sismo del pasado 19 de septiembre en más de mil inmuebles, incluidos el ex convento del Carmen y la parroquia de La Natividad, ubicada al lado del Palacio Municipal, los hombres y sus acompañantes recorrieron más de un kilómetro de calles en el centro de este municipio ubicado unos 20 minutos de la ciudad de Puebla.
La preparación de este inusual contingente, dijo este hombre que habla en el anonimato, pues les está prohibido decir su nombre al participar en esta marcha, comienza desde hace meses e implica el aspecto físico y el espiritual.
El viernes, desde temprano y pese a la amenaza de que “no hay espinas” como dijeron los organizadores, los engrillados de Atlixco se dieron cita en el templo de la Tercer Orden para comenzar con su preparación.
En el patio interior de este inmueble afectado también por el terremoto, sentados o de pie, fueron asistidos por sus familiares: los vistieron con paños rojos que les cubrieron su cadera y con otros de color negro les taparon su cara, además de que les colgaron su trenza de cadenas que en algunos casos rebasaron los 100 kilogramos.
Al final, los untaron de alcohol para preparar la piel en la que colgaron los pedazos de huizaches, los cactus que son traídos del municipio vecino de Tepeojuma y se colocan en diversas partes del cuerpo como el pecho, los brazos, los antebrazos y las piernas.
“(Es) por un hermano que se enfermó hace años. Es vivir la pasión de Cristo para lo que se necesita fe y dedicación”, dijo otro hombre entrevistado también de manera anónima mientras un compadre le impregnaba de alcohol los brazos y la espalda.
Luego, ya con las espinas colgadas en su cuerpo, explicó que en esta faena tiene tres meses de preparación y que este era su tercer año de participar en el contingente.
Tras unos minutos, el conjunto de engrillados –que esta vez tuvieron un poco de suerte pues el cielo estuvo nublado– salieron del templo para comenzar con la procesión. Con ello, el dolor, la ceguera y la sed fueron una forma de pagar y cumplir con sus mandas, mismas que llevan y cargan en silencio y anonimato.
En el grupo de engrillados hubo hombres jóvenes, de mediana edad y algunos viejos que, de manera diferente, expresaron su espiritualidad. Lo hicieron a través de la penitencia, el dolor, el silencio, el pago de esa “manda” o de un favor otorgado por algún santo, por alguna virgen o por dios.
En la procesión los engrillados se detuvieron en las 14 estaciones del viacrucis. A pesar de su carga y su cansancio, solo se les permitió mojar sus labios con los limones, ya que “si toman agua, los poros de su piel se les abren y las espinas les penetrarán, les lastimarán más”, como indicó otro penitente con experiencia.
Luego de su recorrido, esta vez acompañado por un número menor de personas, el grupo terminó su procesión en el templo de San Francisco donde fueron atendidos por sus acompañantes: si minutos antes los ayudaron a colgarse las espinas y las cadenas, fueron ellos mismos quienes les ayudaron a retirarse estos objetos.
Para los engrillados, la penitencia terminó con momentos de oración en la capilla, lugar de donde salieron convertidos en “hombres nuevos, que ya pueden dar la cara”.
Esta tradición, iniciada hace medio siglo por José Muñoz Pedraza, se comenzó a practicar dentro del ex convento franciscano a puerta cerrada y solo por algunos cuantos, entre ellos Jaime Garcés, ahora encargado de invitar y preparar a los participantes tanto “espiritual como físicamente” desde el mes de enero.
Según lo que se cuenta de manera local, el primer engrillado de Atlixco data de hace más de 100 años y refiere a un señor que era “azotado por el muerto” en la calle 9 Sur, antes calle de las Calaveras, y para que el ánima lo dejara en libertad tuvo que autocastigarse provocándose dolor.