Me sugirieron dormirla. “No puedo, respondí, la queremos, tiene 15 años con nosotros y es parte de la familia”.
Persian es una gatita. Se la regalaron a mi hijo cuando él tenía 12 años y la adora. Con ella fue que me di cuenta que a mi hijo le gustaban mucho los gatos y así me empezaron a gustar a mí. No porque no me gustaran antes, sino porque no había tenido oportunidad de tener uno, porque son perros los que me han acompañado desde mi infancia.
Persian está viejita. Hemos sido compañeras de vida y hogar por muchos años; no me atrevo a alterar el curso de su vida y mucho menos cuando veo sus ojos azules mirándome fijamente con ternura y escucho su maullar, que ha cambiado de agresivo a muy dulce, a casi implorar.
Ya no ve, no tiene dientes, hay que prepararle comida especial por sus condiciones; tiene que comer papillas o pedazos muy pequeñitos y darle tiempo para que se los trague y digiera. También hay que esperar a ver si le sientan bien al estómago y limpiar las consecuencias. Era una excelente cazadora y defensora de nuestros espacios, pero ahora nos toca protegerla y cuidarla a ella.
Todo empezó cuando hace tiempo se metió una rata (de cuatro patas) a la casa. Más que cazarla, como era su costumbre, huyó. Ahí me di cuenta que ya no veía bien y que ella misma sabía que no tenía las condiciones para pelear. Matamos a la rata y la vida siguió. Pero ahí fue cuando decidimos traer un gatito nuevo, tanto para que no hubiera ratas o ratones y también para que se acompañaran dadas sus condiciones. No le hizo gracia a la Persian el gatito nuevo, para nada. Pero le dije, ahora nos aguantábamos los tres, porque era necesario y el gatito nuevo ya era parte de la familia.
Un día amaneció con un absceso enorme que pensé perdería el ojo. Me extrañó la docilidad con que se dejó agarrar y llevarla en el auto al veterinario. Me dio mucha ternura que no dejaba verse. Escondía su carita. Era necesario operarla por una muela que estaba rota. A ver si aguantaba la anestesia: la aguantó. Es una gatita fuerte.
Los días pasan y el tiempo no perdona, a nadie. A Persian le empezó a ganar su debilidad para ir a hacer sus necesidades al arenero. No la podía regañar dado que es por sus condiciones físicas que ya no ve, ya se cansa y ya no llega. Pero tenía que resolver.
No podía dejarla afuera. No podía castigarla. No podía… nada más que tratarla con amor y consideración. Fue cuando muchas personas me dijeron que la durmiera. Y no puedo. Yo le debo a ella y es tiempo de retribuir. De hecho el gatito, Pico, la sigue donde va y se solidariza con ella: come, duerme y la acompaña donde esté. Resolvimos dándole un cuartito dentro de la casa donde pueda estar bien acondicionada y calientita, donde limpiamos día a día y todos felices, porque seguimos estando juntos.