La insurrección ciudadana de octubre de 2019 en Chile, y las masivas movilizaciones populares que se sucedieron a lo largo de todo el país, nos hizo pensar que se resquebrajaba la “imagen ejemplar” de Chile en América Latina.
Cuna del neoliberalismo, sus defensores se esforzaban por presentar al mundo muchas muestras de progreso económico y estabilidad política, que logró disimular su original instalación autoritaria y el hecho de que Chile era una de las sociedades más desiguales de América Latina. Los acontecimientos de 2019, así como la acumulación de indicios de una creciente inconformidad social desde principios del siglo, hacían pensar que los chilenos habían revelar el engaño y se liberaban de esa imagen amable de la dictadura y de los gobiernos que la sucedieron, y se disponían a cambiar su sociedad.
En 2019, las movilizaciones masivas en todo el país, evidenciaron el miedo atávico de las oligarquías latinoamericanas a perder el control de las masas y verlas asomarse a las puertas de sus reinos; ese miedo pronto se transformó en pesadilla de las élites políticas, económicas y culturales chilena ensimismadas en su autocomplacencia. A cambio, la movilización popular encontraba su combustible en un reclamo generalizado contra la extrema mercantilización de las condiciones de vida, que se condensó en un grito de dignidad que desbordó al sistema político, y abrió un nuevo rumbo, que entusiasmaba por la inminente posibilidad de que el país donde nació el neoliberalismo pudiera ser también el de su tumba.
En la perspectiva, a tres años de su estallido, la revuelta chilena parecía aproximarse a las coordenadas de un escenario de crisis neoliberal en América Latina y la aparición de gobiernos con proyectos democráticos que rechazan el neoliberalismo y donde se vive una profunda transformación política y económica, como ocurre en México, Venezuela, Cuba, Bolivia y Colombia.
En estas condiciones, el domingo 4 de septiembre los chilenos fueron convocados a un plebiscito para decidir si aprobaban o rechazaban la Constitución Política elaborada por una Convención Constitucional emanada de los acuerdos de 2019 y electa mediante votación popular; si bien parecía que los chilenos estaban decididos a cambiar el rumbo de su país y cerrar, por fin, la etapa pinochetista sustituyendo la Constitución vigente aprobada en 1980 en plena dictadura. De pronto ocurre lo inexplicable, el optimismo quedó hecho añicos. Cuando se conocieron los resultados, la primera sorpresa fue la participación: asistió a las urnas el 82% del padrón (12.4 millones), asistencia histórica; en seguida, el primero y doloroso golpe: el 62% de los chilenos que participaron en el plebiscito del domingo pasado (7.7 millones), votaron por el rechazo a la Constitución propuesta; de manera que, por el “apruebo”, voto apenas el 38% (4.7 millones).
La esperanza se frustró. La derecha lo festejó y desde acá, no salimos de nuestro azoro huérfanos de una explicación de lo sucedido. Ahora, el presidente Gabriel Boric y las fuerzas políticas que lo llevaron a la presidencia habrán de hacer un análisis severo y autocrítico de lo sucedido, porque el camino de su presidencia apenas comienza y la derecha ensoberbecida por los resultados no dejará de actuar y el resultado podría lamentarse.
Finalmente conviene señalar que los chilenos rechazaron ese texto constitucional, habrá de examinarse por qué, pero no se rechazó la necesidad de una nueva Constitución, Habrá que decidir un nuevo camino hacia la Constitución que requiere Chile.