¿Pensar mítico?, ¿pensar científico?, ¿pensar simplemente? Tales preguntas vienen a cuento cuando nos ponemos a reflexionar sobre nuestro pasado prehispánico y los seres humanos que lo habitaron. En este sentido, extiendo la pregunta que realizó Kishore Mahbubani en el libro que tituló de la misma manera “¿Pueden los asiáticos pensar?” (2002) y que, posteriormente extendió Hamid Dabashi como “¿Pueden los no europeos pensar?” (2015) a raíz de una controversia que se suscitó cuando un filósofo español, realizando un balance de la filosofía en el nuevo siglo, declaró que “Hay muchos filósofos importantes y activos en la actualidad: Judith Butler en los Estados Unidos, Simon Critchley en Inglaterra, Victoria Camps en España, Jean-Luc Nancy en Francia, Chantal Mouffe en Bélgica, Gianni Vattimo en Italia, Peter Sloterdijk en Alemania y en Eslovenia, Slavoj Zizek, sin mencionar a otros que trabajan en Brasil, Australia y China”. Ya en un artículo anterior, llamado “AMLO, La ONU y Charlie Hebdo” (2021), analicé el particular, pero solamente citaré en este instante la respuesta de Dabashi ante tal afirmación del español, recogida en el libro “¿Podemos Pensar los no- europeos?” (2018) Editado en Argentina y compilado por Facundo Giuliano: “Lo que sorprende inmediatamente al lector al ver este párrafo inicial es el carácter descaradamente europeo de lo que el autor llama ‘filosofía hoy’, por lo que, afirma que tanto el tema como el tiempo, son peculiares y, de hecho, propiedad exclusiva de Europa. (…) Incluso Judith Butler, que se cita como un ejemplo de los Estados Unidos, es decididamente un producto de la genealogía filosófica europea, que piensa en algún lugar entre Derrida y Foucault, que influye en nuestra comprensión del género y la sexualidad. (…) Sin duda, China y Brasil (y Australia, que también es una extensión europea) se citan como la ubicación de otros filósofos dignos de la designación, pero evidentemente ninguno de ellos merece un nombre específico para estar sentado junto a estos eminentes filósofos europeos”. En efecto, ese pensar que se pretende mundial, está enraizado en el pensamiento europeo, en las líneas trazadas por ellos para determinar cómo se ha de pensar, lo mismo en Europa, que en una escuela de Filosofía en Morelos, que en Cartagena. Pero ¿existen otras formas de pensamiento?, ¿otras epistemologías? Por supuesto. Y aquí subyace otra pregunta: ¿se les puede llamar Filosofía? No considero que sea de esa manera. Me explicaré en las siguientes líneas.
Comparto estas reflexiones en este espacio pues recientemente revisé el Ojarasca correspondiente a noviembre de 2023 dedicado al “Florecimiento de la cosmovisión originaria”, es decir, al reconocimiento del pensamiento de nuestras comunidades originarias. Su revisión me trajo a la memoria trabajos interesantes como los de Carlos Lenkersdorf, filósofo alemán que vivió entre los tojolabales en Chiapas y pudo comprender su forma de pensamiento. De él son ya clásicos los libros “Los Hombres Verdaderos, voces y testimonios tojolabales” (1996) y “El Valor de Escuchar. Enseñanzas mayas–tojolabales” (2008); igualmente la postura de Boaventura de Sousa y lo que él llama las “epistemologías del sur”; y más recientemente el libro “Un mundo ch’ixi es posible. Ensayos desde un presente
en crisis” (2018) de Silvia Rivera Cusicanqui, texto en que la autora hace una construcción/deconstrucción de su pensamiento como mujer, aymara e intelectual frente al reto del mundo actual para las comunidades originarias. Recojo de ella esta reflexión hecha al analizar la crisis de ese momento en Bolivia: “Vale decir, a qué constitución histórica del ser indio -u originario, o indígena- nos referimos. Si se trata de la memoria prehispánica, o de las formas coloniales de reconstitución de ayllus territoriales extensos, o de las articulaciones originales entre letra y lucha por la autonomía y la tierra de fines del siglo XIX, sin duda habrá que repensar todo el texto constitucional boliviano a la luz de una episteme diferente, hecha de memorias enmarcadas en un paisaje ajeno por completo a las instituciones de ese engendro llamado Bolivia. Pero en caso de repensar lo indígena desde las luchas del último cuarto de siglo, quizás elementos liberales e igualitarios genuinos –como la democracia representativa– podrían entrar en juego dialéctico con la demanda de respeto a la alteridad y a las formas propias del poder político -por más ambivalente que resulte esta idea– que encamaron las movilizaciones indígenas, femeninas y populares de los años 1998-2005”. ¿A qué nos referimos con lo indígena o lo originario? ¿En qué tiempo y espacio? Reflexiones interesantes que abordaré más adelante. Me recordó esta edición del Ojarasca también el libro “Nichimal K’op Etnografía del discurso ritual en Los Altos de Chiapas” (2021) de Lucas Ruiz, texto en el que el autor penetra a fondo en los discursos rituales de San Andrés Larráinzar para develar elementos importantes dentro del pensamiento tsotsil y que no se encuentran separados de lo religioso o lo cultural. También volveré a este punto más adelante. En el suplemento se cita la conferencia inaugural que diera Francisco López Bárcenas en el Coloquio El Pensamiento Indígena Contemporáneo que se llevó a cabo en 2016 en el Centro Cultural Tlatelolco de la UNAM donde afirmó que “Nuestro pensamiento, el pensamiento indígena, para que se reclame contemporáneo debe alimentarse de la realidad de los pueblos y contribuir a su transformación. Debe aportar elementos teóricos que sirvan de guía a los pueblos en su lucha por la descolonización y nutrirse de ella, pues resulta un contrasentido un discurso de la descolonización que carezca de una práctica descolonizadora. Pero no puede encerrarse en sí mismo, debe dialogar con otros pensamientos de otras culturas que persigan los mismos fines. Eso es lo que concibo como pensamiento indígena contemporáneo”. Efectivamente, el pensamiento está vivo, se piensa en el presente y dialoga, le guste o no al pensamiento institucionalizado, con otros más. La pregunta que subyace es ¿nuestro pensamiento occidental dialoga con este otro? No, lo siento, pero no.
El asunto al que quiero llegar en este espacio es a la necesidad de repensar aquello que decimos que es pensamiento, a cuestionar incluso si ese pensamiento que está reflejado en este suplemento debiera quedar adosado a lo que concebimos como Filosofía. Dice Miguel Hernández Díaz en su artículo “El pensamiento filosófico de los pueblos originarios en América Latina: maya, náhuatl y quechua–aymara” incluido en el suplemento: “Así, la filosofía de los pueblos es un eje de reflexión para la vida, que aporta una fortaleza moral, que preserva una serenidad en el actuar y ofrece el ánimo para proseguir existiendo, que concede el buen humor para el buen vivir y seguir luchando por medio del trabajo, que genera el bien para las cosechas de maíz y ganar la plata para la compra de subsistencias. Con la fortaleza anímica se convierte en la solución de los problemas morales, que a veces surgen cosas que desagradan para la vida”. En efecto, el pensamiento es vida, es constante, se piensa día a día, se lleva a cabo minuto a minuto, no solamente en discusiones sesudas en academias rancias y anquilosadas, en recintos universitarios de donde nunca sale; mucho menos en las mentes de esos “pensadores” europeos que se auto elogian por seguir pensando en el siglo XXI con todo y los embates de esa modernidad a la que pertenecen, les guste o no. En realidad, en todo el mundo se piensa y se hace constantemente y nuestros grupos originarios también lo hacen. Juzgo no sólo inoperante sino también injusto denominar ese pensamiento Filosofía pues es anclarlo al pensamiento occidental pretendidamente universal, como se vio en la controversia de la que di cuenta al iniciar esta entrega. Entiendo que Hernández habrá de utilizar el término para que la globalidad entienda a qué se refiere.
Pero creo que es necesario llamarlo pensamiento, así, a secas y no añadirle ideas como “mítico” o “mágico” o cualquier otro concepto que lo disminuya. Como dijera Mignolo en el libro “¿Pueden Pensar los no Europeos?”, “Según este marco –el expuesto por Zavala–, los nativos americanos tienen sabiduría y los angloamericanos, ciencia”… Claro, y pueden tener tradiciones y cultura, pero no universidad, no conocimiento científico. Sin embargo, como lo hace ver Fidencio Briceño Chel en su artículo “Gramática Cultural en el Pensamiento Maya”, también en el suplemento, “La vida maya es una construcción constante de saberes, de conocimientos, donde las metáforas son frecuentes no sólo en el discurso sino también en la práctica diaria; así, metáfora y metonimia se entrecruzan en un juego de significados y representaciones. (…) Entonces decir que todo tiene vida, todo tiene dueño, todo tiene lugar y una razón de ser, es algo cotidiano que nos permite, nos obliga, nos enseña a respetar al mundo que nos rodea, pues desde la concepción maya, ‘todo está vivo’, y eso desde el pensamiento maya es más que una metáfora, es una manera de entender y de explicar el mundo, pero también de relacionarse con otros ‘otros’ que no son ‘humanos’, o que se humanizan o son humanizados para estar al mismo nivel que los humanos”. Lo anterior me lleva pensar en el concepto “Cosmovisión”, tan llevado y traído para explicar el pensamiento prehispánico. Sin embargo, todas las culturas, en todos los momentos, han tenido y tienen una forma de concebir al mundo y de ubicarse en relación con el mismo. En su definición sobre la Cosmovisión, Alfredo López Austin la denomina un “Hecho histórico de producción de procesos mentales…” entendido lo anterior como algo que se desarrolla no en el pasado, sino en el presente, de manera constante; son acuerdos colectivos que permiten tal hecho histórico. Sin embargo, yo añadiría que se trata no de que los pueblos originarios piensen la cosa, la definan y luego la aprehendan (asir, agarrar, hacer propia), como podría suponerse, sino que, lo relevante para estos pueblos no es la definición, sino las relaciones que describe semejante palabra, concepto, idea o práctica. Es decir, que las palabras e ideas en el pensamiento originario explican las relaciones que los sujetos establecen entre ellos y su entorno, pero no solo natural o social, sino en el que conviven también con otras entidades, como los animales (que tienen ánima), las plantas, las piedras, el monte y todo lo demás, así como también con las entidades que ellos piensan habitan en diferentes ámbitos y con los que constantmente tienen relaciones. ¿La palabra Filosofía da cuenta de esas relaciones? No me lo parece, no al menos de todas las dimensiones. El pensamiento cifrado en estos términos no separa lo religioso, de lo moral, de lo cotidiano, de lo ritual, del lenguaje, de la vida. Así como no pienso que la idea que tenemos de Literatura pueda abarcar todo lo que pueda significar un documento como el Popol Vuj, de igual manera no creo que la idea de Filosofía que tenemos alcance para explicar el pensamiento de nuestros pueblos originarios, que es mucho, variado, rico y que bien haríamos en aprovecharlo para mejorar ese mundo moderno, capitalista y absurdo en el que nos encontramos. Y sí, nosotros también podemos pensar.