Para el siglo XVI en la Puebla de los Ángeles, señaló el historiador Jesús Joel Peña Espinosa, los objetos utilitarios y sobre todo los suntuarios eran más ostentosos que las pinturas o las esculturas, contrario a lo que ocurrido siglos después y actualmente, cuando las obras de arte alcanzan precios muy altos o incluso son incalculables en valor.
“Los objetos eran más costosos que las imágenes; ahora la obra de arte que se cotiza alto en aquel momento no tenía valor de cambio notable”, dijo el investigador del Centro del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en Puebla.
En el marco del primer Coloquio Internacional Virtual La Casa del Deán D. Tomás de la Plaza. Contextos y herencias culturales entre el Viejo y el Nuevo Mundo, siglo XVI, Peña Espinosa ofreció la conferencia Libros y algunos haberes en las casas angelopolitanas del siglo XVI.
En ella, señaló que los objetos usados por las clases acomodadas en la Puebla del siglo XVI obedecían al funcionamiento de los sistemas productivos que involucraban a la pirámide social.
De inicio, apuntó que no hay abundantes documentos como escrituras o apuntes de compraventa que dejen conocer las posesiones que tenían los poblanos de aquel tiempo, hecho que contrasta con una sociedad que creció rápidamente.
Al final del siglo XVI, continuó en su charla, se identifican algunos objetos de mayor demanda, como telas, otros que ayudaban en la labor agrícola, bienes como el ajuar doméstico, así como artículos de casa tales como escritorios y ropa hecha que era de escasa o media manufactura, así como objetos suntuarios -libros, espejos, libros de música y joyas-, entre otros.
Al estudiar un corpus de documentos, el doctor en Ciencias Sociales por el Colegio de Michoacán señaló que es notoria la ausencia de objetos de lujo en múltiples casos.
Acotó que para el siglo XVII, tiempo en que se da la consolidación del poder en la Puebla de los Ángeles, “el poder de los objetos está ausente”, lo que permite leer que los poblanos “parece que poseían menos”.
Asimismo, refirió el investigador del Centro INAH Puebla que la única oportunidad en que las familias podían hacer una ostentación de sus posesiones era alguna ceremonia pública.
El historiador ofreció una comparación de precios entre objetos utilitarios y suntuarios: el comprar un esclavo joven tenía un valor de 250 pesos; el salario anual de un regidor era de 35 pesos; el arroba de aceite costaba seis pesos; una cama de grana de Castilla con cinco paños, su sobrecama y flecadura de seda, 380 pesos; y un espejo de cristal grande tenía el costo de 15 pesos; de estos últimos, anotó que aparecen de manera contada en las escrituras y testamentos.
Continuó que si un rosario de corales con crucifijo de oro ascendía a 15 pesos, dos lienzos grandes valían ocho pesos; o si un collar de 15 piezas de oro valía 100 pesos, dos lienzos de Flandes tan solo costaban 8 pesos, algo que refleja la propuesta inicial de que el arte valía poco respecto a objetos suntuarios y de uso.
Lo anterior, expuso, continuó durante los siglos XVII y XVIII cuando, según documentos, una hija casadera y el yerno agradecían el haber heredado un esclavo o 200 cargas de maíz, sobre un cuadro o una figura estofada en la que no importaba la mano del pintor.
Jesús Joel Peña concluyó que en la lista de pertenencias valían más bienes raíces y el dinero en oro, los esclavos y la plata en objetos, los granos y las especies, la tela y la ropa hecha, el ajuar doméstico y las alhajas, y al final los libros, las pinturas y esculturas.