¿Alguna vez se ha sentido espiado a través de su computadora o de su teléfono inteligente? ¿Se ha respondido que no es un ciudadano con actividades dignas de convertirlo en sujeto de espionaje? ¿Ha pensado en guardar el teléfono inteligente en un compartimento a prueba de intervención, como un congelador, por ejemplo? ¿Tiene la cámara de su computadora tapada con un papelito para evitar que lo espíen? ¿Ha utilizado lenguaje cifrado en sus conversaciones más comprometedoras? ¿Estaría dispuesto a dejar de utilizar estos adminículos con tal de preservar su privacidad? ¿Se ha planteado salir a caminar por las calles para evitar ser monitoreado por los espías que pueden estar en un centro de monitoreo? ¿Se ha imaginado que sus seres queridos pueden ser un vehículo para llegar a usted y a la información que contienen sus dispositivos electrónicos? ¿Ha recibido SMS invitándolo a abrir una liga con información que parece verídica? ¿Se siente indignado por las revelaciones del periódico estadounidenseThe New York Times sobre el espionaje a periodistas y defensores de derechos humanos?
Si respondió si a más de alguna pregunta, seguro que es un infoadicto que ha sufrido en carne propia la indignación por el reportaje firmado por el corresponsal en jefe del NYT en México, Asam Ahmed y que provocó una ola de indignación entre los afectados y los miles de seguidores que han constatado el impacto de sus investigaciones.
El lunes por la mañana, inició el intercambio de mensajes para compartir la sorpresa por las revelaciones del periódico estadounidense. Desde luego, el programa de Aristegui a través de su portal electrónico es una referencia para el círculo de medieros al que pertenezco, y eso detonó los análisis compartidos en tiempo real.
Se ha generado tal cantidad de información que por momentos es difícil el monitoreo y seguimiento en tiempo real. Afortunadamente, los soportes de las maneras contemporáneas de comunicación permiten el consumo en demanda y la revisión diferida han permitido que las audiencias intermitentes se puedan poner al corriente.
Este episodio ha permitido constatar lo que ya temíamos: que los mexicanos que hurgan en las áreas opacas de los poderes son blanco de espionaje. No importa de qué tipo de poder se trate: ya sea fáctico o establecido. El reportaje de Asam Ahmed ha convertido a sus colegas mexicanos en algo que les incomoda por principio: convertirse en protagonistas de la historia.
Carmen Aristegui, Carlos Loret, Salvador Camarena, por mencionar solo a tres. Ahora están en el ojo de este huracán mediático como actores centrales de un delito: el espionaje.
Carta sin membrete
Fue muy rápida la reacción de los especialistas que salieron a condenar los hechos. Con la imagen de sus organizaciones, reprobaron la manera en que las víctimas y sus familiares cercanos –hijos, esposas–, recibieron mensajes maliciosos para infectar sus dispositivos y lograr el control de la información contenida en ellos.
En las redes sociales volaron los posicionamientos, todos con membrete, nombre y apellido. Todos, menos el de la presidencia de la república. En un mundo en que la imagen se cuida incluso con especialistas en “reputación de marca”, la respuesta llegó tarde y mal. En una hoja blanca y firmada por un funcionario de nivel secundario. Así contestó el gobierno al que todos señalan.
Los afectados se articularon con tal rapidez que a las 12 del lunes 19 de junio ya estaban fijando su postura. La hoja sin membrete de la presidencia de la República llegó cuando el día se estaba convirtiendo en noche.
La transmisión de facebook live en la que participó Mario Patrón, del Centro Prodh, y Asam Ahmed, corresponsal en jefe del NYT, puso en voz de los actores aquello que ya había alterado a los lectores. La tensión dramática de cada nuevo análisis, de cada pieza que suma a este nuevo escándalo del gobierno de la república, nos hace constatar lo que ya sabíamos.
En un país donde la inseguridad en la vía pública ha alcanzado niveles imparables, donde los periodistas son asesinados, en donde el crimen organizado ha ocupado todo tipo de regiones y poblaciones, las espías telefónicas contra organizaciones ciudadanas y periodistas críticos representan un eslabón más en la descomposición de este país que se cae a pedazos.
Los periodistas y defensores de derechos humanos han mostrado su lado más personal: el de la preocupación e indignación por el acoso a sus seres amados. Pero también han reivindicado su compromiso por no dejarse intimidar y continuar con su compromiso por construir un mejor país. Los espías seguirán embozados haciendo el trabajo de los señores y las señoras del poder. Esos que creen que tienen todos los hilos del tinglado a su disposición. La indignación nacional e internacional indica que este será un tema de largo aliento y que la búsqueda de justicia tendrá que buscarse en los escenarios que escapen al control de los poderes locales.