Año nuevo, gobierno nuevo. El triunfo en balotaje por más de once puntos porcentuales, otorgó a Javier Milei legitimidad democrática incuestionable, un enorme capital político para arribar a la presidencia de Argentina, y también una enfermiza soberbia personal en el trato hacia quienes no comparten su visión del mundo. La enorme trascendencia de su triunfo estriba, esencialmente, en acreditar que la derecha de cualquier intensidad política incluyendo la radical puede llegar al gobierno de cualquier país por vía electoral pacífica. Para América Latina, Argentina está mostrando in situ la ideología ofrecida, el discurso electoral planteado, y los efectos prácticos del primer mes de gobierno de esa derecha. Deriva de ello la posibilidad que tienen ahora los pueblos de comparar, de cerca, los regímenes políticos y económicos que impulsan la derecha “libertaria” y la izquierda progresista. En otros países del área -Ecuador, Uruguay- la derecha accedió al poder derrotando electoralmente a la izquierda gobernante; pero sus triunfos, aunque llamaron la atención, fueron discretos. Las estridencias de Milei, su mirada torva, y lo escandaloso y radical de su propuesta económica para combatir la inflación, han puesto a Argentina en el centro del debate político sobre la formación económica y el modelo de sociedad que deben construirse en esta etapa histórica del mundo.
Asumiendo el cargo el pasado 10 de diciembre, de inmediato decretó medidas de política económica, de gobierno, y tomó actitudes políticas frente a la oposición y pueblo inconforme, que muestran insensibilidad política, falta de empatía, y talante dictatorial congruentes con su autoclasificación y discurso de “libertario” que, pronto, cuestionarán el verdadero significado de esta expresión, así como el auténtico objetivo político y económico perseguido por el partido La Libertad Avanza que lo llevó al poder. En vísperas de Navidad y año nuevo, exactamente cuando el salario de los trabajadores ha perdido gran parte de su poder adquisitivo debido a la galopante inflación -desatada por el empresariado e incontrolada por el gobierno- que somete a la mayoría de la población a la exasperante sensación de impotencia económica para pasar las fiestas decembrinas, al señor Milei se le ocurrió devaluar la moneda nacional y autorizar el alza de precio de los productos básicos para la subsistencia familiar. Un duro golpe para sus adeptos que creyeron que dolarizar la economía implicaba que su salario en pesos les sería pagado, en automático, con igual número de dólares; y los que pensaron que, bajo su gobierno, no podría irles peor de lo que estaban.
Para el gobierno de Milei esas medidas son parte de la receta de su plan económico. En el discurso de toma de posesión advirtió que <<corregir los graves problemas de la economía argentina requeriría “supremos esfuerzos y dolorosos sacrificios” de parte de la población>>. Con el optimismo que le dio remontar la derrota sufrida en la primera vuelta electoral, frente a un público enardecido que lo aplaudía, reafirmó: <<Sabemos que a corto plazo la situación empeorará, pero luego veremos los frutos de nuestro esfuerzo, habiendo creado las bases de un crecimiento sólido y sostenible en el tiempo>>. Advertencias duras, hechas ya con la investidura presidencial.
Por si hubiera duda, el ministro de Economía Luis Caputo dio a conocer las diez primeras “medidas de urgencia” tomadas por el gobierno con la intención de sanear la economía: <<Vamos a estar durante unos meses peor que antes, particularmente, en términos de inflación. Sin embargo, estamos seguros de que este es el camino correcto>>. La “población” no tuvo que esperar mucho para sentir el apretón de lo peor como camino correcto. Caputo anunció la devaluación del peso en un 50%, las petroleras incrementaron sus precios casi en un 40%, los supermercados, comercios, y estaciones de servicio (gasolineras) remarcaron sus precios que, de por sí, habían aumentado cerca del 30% en días previos a la asunción de Milei.
Esta receta de acelerar la inflación cuando el objetivo debiera ser reducirla obedece, según Caputo, a que la inflación y los problemas de crisis de deuda crónicos que tiene Argentina, son síntomas de una enfermedad de fondo que se llama “déficit fiscal”: <<Bien simple: el déficit es cuando se gasta más de lo que se recauda a nivel de país>>. Según su explicación <<Lo que se manifiesta como los problemas -inflación, deuda y constante apreciación del dólar- son en realidad las consecuencias de cómo se ha financiado ese déficit. Es decir, pidiendo dinero prestado o imprimiendo más billetes>>. Sorprendió una afirmación del ministro: <<Argentina ha tenido déficit fiscal en 113 de los últimos 123 años>>. Más de 100 años no han servido para que la clase política de ese país entendiera de economía y encontrara otras alternativas para aliviar el déficit, ni para que Milei tuviera memoria de que ensayos de política económica neoliberal similares al suyo se aplicaron en la década de 1990; y, que, si bien redujeron drásticamente la inflación y dio al gobierno de entonces un apoyo social que permitió modificar la Constitución para incorporar la reelección presidencial, después, empezó a aumentar el desempleo que llevó al colapso de la economía con el tristemente célebre “corralito”; que terminó de quitarle apoyo a los presidentes Carlos Menem (1989-1999) y Fernando de la Rúa (1999-2001), dando lugar a la elección de Néstor Kirchner en 2003. Esa misma receta ortodoxa fue implementada durante la dictadura militar de 1976 a 1983, periodo en que se agudizó la pobreza.
Cuando Milei, gráficamente, dice haber tomado la decisión de eliminar ministerios de Estado que a su juicio no son necesarios para el funcionamiento de éste, lo que está destrozando son los presupuestos lógicos que sostienen su existencia, pues, dice pretender <<devolverle la libertad y la autonomía a los individuos, sacándoles el Estado de encima>>. Esta concepción define a su autor como desconocedor del papel del Estado, pregonero de filosofía falsa -libertaria- y promotor de una concepción económica del mercado basada en la violencia y el despojo: el anarcocapitalismo, impulsor de la concentración del capital en pocas manos mediante el saqueo de los bienes públicos para beneficio de minorías adineradas y, precarizante del trabajo asalariado para la moderna esclavitud de los trabajadores bajo el eufemismo de la “flexibilización del mercado laboral”.
El Estado, estructura burocrática -también organización humana- encargada de ordenar a la población de un país, presupone el trabajo colectivo para detectar y dar satisfacción a las necesidades organizativas que se tengan en la producción de los bienes y servicios necesarios para la subsistencia de aquella, a través de la acción de las instituciones públicas en armonía con los aportes que hagan los entes privados y los individuos. Su tamaño, directamente relacionado con el de la población, determina los montos del gasto público. El sentido del orden organizativo social, la labor de las instituciones, y la forma y términos de la recaudación de impuestos para cubrir el gasto público, los establece y hace efectivos el gobierno del Estado a través de las instituciones legislativas y fiscales. En este sentido, la recaudación insuficiente de impuestos nunca deriva de una sola causa, es multifactorial, y las decisiones de gobierno inciden en ella de modo determinante. Fundamental es la decisión política que establece qué sectores de la población tienen beneficios fiscales y cuáles no.
Los gobiernos de derecha fincan las fuentes de recaudación en los “supremos esfuerzos y dolorosos sacrificios de la población”, en la venta de las empresas públicas con sus activos drásticamente subvaluados, y consintiendo al gran capital, interno y externo, con la condonación de grandes cantidades de impuestos; mecanismos que propician la concentración de capital en pocas manos. Los de izquierda, priorizan el mantenimiento de la empresa pública como reguladora y equilibradora de la economía social frente a la ambición y avaricia de la empresa privada; y el cumplimiento de las obligaciones fiscales a cargo de todos los contribuyentes, como paliativo sustituto de los dolorosos sacrificios de la población empobrecida y mecanismo de distribución de la riqueza social. Tales medidas de gobierno, de uno y otro signo ideológico, son posibles con el Estado.
Parafraseando a Viviane Forrester (Una extraña dictadura, México, FCE, 2000) podríamos decir que, para el régimen que desea imponer Milei, no se trata de organizar una sociedad sino de aplicar una idea fija, diríase maniática: la obsesión de allanar el terreno para el juego sin obstáculos de la rentabilidad. La obsesión de ver a Argentina convertida en terreno entregado a un deseo muy humano, pero que nadie imaginaba convertido en elemento único, soberano, en el objetivo final de la aventura electoral: el gusto de acumular, la neurosis del lucro, el afán de la ganancia, del beneficio en estado puro, dispuesto a provocar todos los estragos al grueso de su población con tal de conseguirlo. El arranque del gobierno de Milei ha dado cuerpo a todo el discurso político de la ultraderecha. En un contexto de alza del costo de vida, bajos ingresos y recesión económica, deberá hacer frente al escalamiento de la conflictividad social.
La comparación de los modelos económicos de país no puede basarse ya en la descalificación simple de que el modelo que ofrecen los gobiernos de izquierda progresista “empobrece a todos”. Es una descalificación banal, puesto que el modelo impuesto por los gobiernos de derecha se finca, de por sí, en las guerras, en la violencia organizada, en el despojo, y en el empobrecimiento de la gran mayoría de la población; y, es irreal, considerando que China, oficialmente país comunista, posee una enorme población empresarial dueña de cuantiosas fortunas. Debe cuestionarse entonces, ¿cuál es el sentido humano, la utilidad social, práctica, conveniente, de mantener a una élite de mega ricos que controle la economía de cada país, sea dueña de los grandes medios de información, propietaria de las grandes empresas privadas que antes fueron de propiedad estatal y jueguen a su antojo con la inflación en el costo de la vida? ¿Para que Argentina no tenga déficit fiscal, es necesario encarecer la vida a los trabajadores y sus familias, y desaparecer la educación y salud públicas? Argentina – Wikipedia, la enciclopedia libre ofrece una semblanza de la historia de este país, que ayudará a entender su agitado y angustioso presente.
Cuando la oposición en México paladea el triunfo electoral de Milei, se regodea, y sueña con una catarsis colectiva para que los mexicanos voten por ella en la elección del 2 de junio próximo, mientras califican y acusan al presidente López Obrador de “dictador”; bien harían en voltear a ver lo que está haciendo su nuevo héroe y líder moral: acelerar la inflación, reprimir la protesta social con la fuerza pública, intentar cobrar a los manifestantes el costo de movilizar a la fuerza pública en su contra; proponer quitar facultades al Legislativo en favor del Ejecutivo hasta fines de 2025 con posibilidad de continuar hasta el fin de su mandato; privatizar 41 empresas estatales, y poder pedir la intervención de fuerzas extranjeras “cuando sea necesario”. (La Jornada: Plantea Milei al Congreso derogar 664 artículos de la Constitución argentina). Argentina es el botón de muestra que sirve para descifrar, en los hechos, el discurso, ideología, visión del mundo, y la práctica del ejercicio de gobierno que ofrece la derecha. Deberían reconocer que, el de Milei, es el proyecto de gobierno que pretenden para México. Libre mercado salvaje, estado mínimo dictatorial, despojo privado de la propiedad pública. ¿Qué plazo de tolerancia darán los argentinos al plan de ajuste económico de Milei? Será la gran interrogante del año que comienza.
México y América Latina poseen suficientes elementos para comparar los modelos políticos de gobierno de derecha e izquierda. Los pueblos decidirán democráticamente cuál eligen para su organización social.
Heroica Puebla de Zaragoza, a 15 de enero de 2024.
JOSÉ SAMUEL PORRAS RUGERIO