Jueves, enero 23, 2025

La peor pandemia es la de los feminicidios, exclama el colectivo La Voz de los Desaparecidos en la marcha del 8M

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Los familiares de Paulina Camargo marchan con la imagen de la joven desaparecida en 2015, estampada en sus playeras color morado.

“Si vivas se las llevaron, vivas las queremos”, gritan en medio del contingente que marcha de la Comisión de Derechos Humanos (CDH) a la Fiscalía General del Estado (FGE).

Paulina es una de las miles de menores que han desaparecido desde 2015 a la fecha y cuya búsqueda es la razón de ser del colectivo “La Voz de los Desaparecidos”.

Su cuerpo no ha sido hallado a casi seis años de que vio por última vez a su entonces novio José María Sosa Álvarez, sentenciado por homicidio simple en agravio de la joven que este año cumpliría 25 años.

“La peor pandemia es la de los feminicidios y las desapariciones forzadas”  reclaman a su paso las madres, hermanas, tías y amigas de quienes han sido víctimas de estos delitos.

Esta es la primera de cuatro marchas que se han preparado para conmemorar el #8M, en el marco del Día Internacional de la Mujer en la ciudad de Puebla.

 

Esta vez a los manifestantes nada les detiene el paso  luego que el gobierno del estado decidió retirar las vallas que desviaron la marcha feminista el domingo pasado en las principales calles del Centro Histórico.

En su camino hacia la FGE el contingente es custodiado por dos patrullas, mientras el colectivo proclama: “este #8M no me felicites mejor únete a mi lucha”.

“Que tiemblen los jueces y los judiciales, nos metieron miedo, nos crecieron alas (…)”, la estrofa de Una canción sin miedo, el himno feminista se escucha desde una bocina.

Mientras al fondo las marchistas corean “dónde están, dónde están nuestros hijos dónde están” y aluden a quienes los observan a su paso: “señor señora no sea indiferente, nos matan y desaparecen enfrente de la gente”.

Frente a la Comisión de Búsqueda de Personas hacen pintas en la acera y pegan un mapa del estado de Puebla con los municipios coloreados donde han desaparecido sus cercanos.

En las oficinas de la FGE un guardia de seguridad observa con recelo desde la azotea del edificio como María Luisa Núñez Barojas, presidenta del colectivo pega una pancarta de cartón con las fotografías de los desaparecidos.

La mujer y sus acompañantes han perdido el miedo a cuestionar el trabajo de la autoridad, en especial el de la Fiscalía a la que acusan de simulación y corrupción en la búsqueda.

De sus hijos solo guardan recuerdos e imágnes, cientos y miles de ellas que han pegado en los postes de las avenidas con la esperanza de que algún día alguien les de una razón sobre su paradero.

Y entonces cantan y cargan con ellos sus sombreros, mochilas y el dolor de la ausencia que los ha resuelto a no reparar, pese al cansancio, en cualquier esquina.

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