Hace poco se hicieron virales una serie de videos cortos, en los que se puede ver al Jet Set mostrando la vacuidad de sus comportamientos, en ambientes casi irreales por su suntuosidad, que contrasta con las parodias involuntarias, igualmente insulsas, de sus admiradores que pretenden imitar las mismas rutinas en medio de la pauperización del ciudadano promedio. La desigualdad social se aprecia video a video.
Así como una Coca-Cola puede ser consumida por Carlos Slim, que, por el vagabundo de la esquina, el acceso a las redes sociales tiene como única restricción (que no es poca cosa) el acceso a un dispositivo que la soporte y una conexión a internet, el algoritmo, tal como la receta de la Coca, son los mismos para todos los consumidores. Finalmente son productos destinados a mercados masivos. Suponemos que cualquier persona con una conexión a Internet puede acceder a la información que quiera, como si su disponibilidad fuera ilimitada y universal. Dejando de lado el costo de acceso, llama nuestra atención el tipo de información a que un ciudadano promedio accede y su papel en la llamada sociedad de la información.
Más allá de la utilidad técnica que un algoritmo de este tipo pueda tener para la recopilación de patrones de mecánica corporal y predicción de gestos, podemos tener también una lectura más reflexiva donde la división de clases emerge también en este contexto virtualmente homogéneo. Recientemente plataformas digitales para redes sociales se han visto envueltas en escándalos por mal uso de los datos de los usuarios, el caso de Facebook ha sido emblemático en este sentido. A pesar de ello, los usuarios no han alterado mucho sus patrones de comportamiento en estas plataformas.
Mientras lidiamos con nuestros problemas diarios mediante el uso de tecnologías, un puñado de empresas analizan nuestros patrones de movilidad, dinámica de relaciones sociales, hábitos de manejo y en general, todas esas empresas se apropian del conocimiento social materializado en las soluciones que cotidianamente damos a nuestros problemas. Lo sistematizan, convierten en capital comercial y aún van más allá, tratando de modelar nuestras vidas en función a sus intereses económicos.
Más allá de la obviedad del uso comercial de nuestros datos, se ha abierto la puerta para el estudio sistemático de nuestras filias y fobias como motivantes de conductas. Hoy la ciencia de datos en combinación con la economía y la neurociencia, se han convertido en esa especie de oráculo mítico al que acuden los poderosos.
Análogamente a la mecánica de Tik Tok, las noticias falsas se han convertido en fuentes de desestabilización en un ambiente en que el pueblo se ha acostumbrado a la mentira y tiende, casi automáticamente, a desconfiar de su gobierno. Así, mientras unos combaten heroicamente la pandemia, algunos disfrazan de crítica su nula comprensión de estadística, otros temen perder el líquido de las rodillas. La población está atrapada entre la incredulidad heredada, las deficiencias educativas y un sector de la prensa que además de ser mañosa, derrocha ignorancia. Así nos parodiamos.