Martes, mayo 13, 2025

¿Pan antes del pan?

En un más que revelador documental de la DW (Deutsche Welle) denominado  “La dieta de la Edad de Piedra: ¿Qué comían los antepasados del ser humano?”, se derrumba el mito de que la dieta de los habitantes del paleolítico y del neolítico se basaba en carne principalmente. Como lo afirmé en mi columna anterior, “Dieta paleo”, la carne, curiosamente, “es una parte importante de la dieta de las sociedades europeas. ¿El centrar el avance de la humanidad en el consumo de carne no implicará la proyección de las culturas europeas sobre las otras? Lo dejo como una pregunta que debemos hacernos en la actualidad pues, si nos fijamos bien, veremos que una de las industrias que más contamina es la relacionada con la ganadería, los lácteos y el consumo de carne a gran escala”. En el documental, vemos que se han descubierto evidencias en diferentes partes del mundo, que muestran que nuestros antepasados más remotos se alimentaban de forma diversa y que su dieta estaba formada por proteína animal – incluyendo especies marítimas- lo mismo que vegetales, semillas y plantas. De manera que la diversidad alimenticia ha sido más la norma que la excepción y hay que decir que numerosas sociedades en el mundo han sobrevivido perfectamente bien, sin desnutrición aparente, con independencia de que hayan entrado a procesos de agricultura, se hayan industrializado o que tengan los más altos niveles de tecnología. La idea de ver a la historia de la humanidad como un proceso evolutivo lineal, que plantea un antes primitivo y salvaje, marcado por la caza y la recolección y un después, culto y civilizado, marcado por la agricultura y el sedentarismo, nos ha hecho ignorar deliberadamente procesos sociales complejos como los que vivían los cazadores recolectores de épocas remotas. Este documental, que da cuenta de ello, sustentado en diversos estudios que se están llevando a cabo en la actualidad en numerosas partes del globo, hace que veamos al estudio de la historia como un proceso largo, inacabado y profundamente interesante debido al surgimiento de nuevos hallazgos y formas de interpretar las evidencias e imaginar a los pueblos que las dejaron tras de sí. Eso hace que veamos a la historia con humildad y que renunciemos a la seductora idea de acuñar verdades absolutas, por más que tengamos evidencias contundentes. Siempre habrá la posibilidad de la exploración de una nueva cueva, del descubrimiento de un yacimiento oculto por el tiempo, o de la re-exploración y reinterpretación de los vestigios gracias a nuevas y más precisas tecnologías o a metodologías revolucionarias e imaginativas.

Por ejemplo, gracias al documental tuve noticia del interesante trabajo de Amaia Arranz Otaegui, investigadora de la Universidad de Copenhague que analiza los primeros vestigios de pan que se remontan a los 14 mil aE., esto es, 4 mil años antes de que se desarrollaran los primeros indicios de la agricultura en el mundo. En un reportaje publicado en National Geographic, España, se habla de esta investigación y se dice que, aunque “la historia de este alimento se entrelaza con el desarrollo de la agricultura, fue creado mucho antes de esta actividad, según se desprende del escrito de 2018. (…) En la investigación, el equipo analizó restos carbonizados de alimentos provenientes de antiguos hogares en el sitio de Shubayqa 1, ubicado al noreste de Jordania, un lugar que fue habitado por cazadores y recolectores de la cultura natufiense”. Según Arranz, la harina provendría de “cereales silvestres como trigo, la cebada y la avena, así como tubérculos de plantas como la chufa y el papiro”. Todo habría sido molido y mezclado con agua para producir una masa que podría ser colocada sobre piedras calientes o cocida bajo rescoldos y ceniza de alguna hoguera. Entonces, el pan y la agricultura no van de la mano necesariamente o el pan tampoco es una consecuencia de la sedentarización que produjo la agricultura. Y, aunque no hay evidencia de que existiera la fermentación de la masa, es claro que era cocida una vez que estuviera lista. En el artículo “Archaeobotanical evidence reveals the origins of bread 14,400 years ago in northeastern Jordan” publicado en el portal de la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) en 2018, Arranz y sus colaboradores afirman que las “razones que se esconden detrás de la producción de productos similares al pan por parte de los habitantes de Shubayqa 1 son difíciles de evaluar, pero podrían estar vinculadas a motivaciones nutricionales, prácticas o simbólicas (es decir, banquetes). Los procesos de modificación que intervienen en la preparación del pan (es decir, descascarillado de cereales, molienda, secado, cocción y horneado) reducen los componentes nocivos e indigeribles como la cascarilla rica en celulosa, mejoran la accesibilidad del almidón y la digestión de las proteínas, y producen un sabor particular”. Sostienen que el pan elaborado podría haber sido un alimento fácil de transportar una vez cocido y bastante nutritivo, lo que podría haber servido como un alimento que sirviera de sustento para los viajes largos que realizaban; de igual manera, debido al largo proceso de elaboración de estos panes, es posible que su elaboración tuviera una connotación simbólica, es decir, ritual. Por tanto, debemos comprender que estos grupos conservaban posiblemente intrincados procesos sociales entre los que se encontraban las festividades y los rituales, siempre atribuidos a la sedentarización que resultó de la agricultura, pero que aquí podrían tener su origen en esta etapa de caza- recolección. De hecho, si analizamos la historia de sociedades cazadoras recolectoras de carácter seminómada en todo el orbe, nos daremos cuenta de que detentaron sistemas de creencias complejos que fueron concomitantes con aquellos de culturas primordialmente sedentarias, como en Mesoamérica y que, claramente influyeron en culturas como la Tolteca o la Mexica, que se enorgullecían de su pasado cazador recolector y que veían en sus migraciones verdaderos periplos sagrados que les daban identidad y sentido.

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Los autores del artículo concluyen que, en “general, nuestros hallazgos demuestran que se conservan restos de alimentos carbonizados en yacimientos prehistóricos del sudoeste de Asia y su análisis proporciona información de primera mano y detallada sobre los componentes de la dieta humana y la tecnología de cocción, muy difícil de obtener por otros medios. La incorporación de estas líneas de evidencia permitirá una evaluación más crítica y holística del consumo de alimentos entre los cazadores-recolectores y los agricultores-pastores, lo que proporcionará información única para comprender la transición de la recolección de alimentos a la producción de alimentos vegetales”. Considero sumamente importantes los hallazgos de estos investigadores por su aporte a la construcción constante de la historia de la humanidad. Sin embargo, quiero señalar en este punto una precisión que juzgo importante. Pese a que tales sociedades del mundo se plegaron al sistema agrícola y de pastoreo y que ello trajo sistemas de producción diferentes y el establecimiento de aldeas, pueblos y posteriores ciudades, en ningún momento se abandonó del todo la caza, la recolección y la pesca. Las culturas mesoamericanas, en cualquiera de sus periodos, son un ejemplo de lo anterior. Por tanto, pensar que una cosa sustituye a la otra no sólo es inexacta, sino que tiende a ser reduccionista. Estudios como este, además de los otros expuestos en el documental que mencioné al inicio de esta entrega, me permiten reafirmar la idea de que no existe una historia universal, expresada en una línea recta, sino complejos entramados históricos, vidas que se cruzan y procesos sociales diversos que chocan o se intersecan para producir a su vez nuevas sociedades y culturas. La historia de la humanidad vista así, implica retos mucho más interesantes y nos obliga a estar abiertos todo el tiempo a comprenderla desde ángulos varios y con mente ágil e inquieta.

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