Viernes, septiembre 13, 2024

Olmecas y Chalcatzingo

En recientes fechas, el INAH dio a conocer la recuperación de una pieza olmeca originaria de Chalcatzingo, Morelos y que se encontraba en una colección privada en Estados Unidos. “Resultado del trabajo coordinado entre las secretarías de Cultura -afirma el boletín del INAH-, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia, y de Relaciones Exteriores, y las autoridades del estado de Nueva York, en Estados Unidos, regresará a nuestro país el Monumento 9 de Chalcatzingo, pieza arqueológica de gran relevancia originaría de esta región del actual estado de Morelos. (…) Lo anterior se da a conocer luego del anuncio hecho por el cónsul general de México en Nueva York, Jorge Islas, luego que la Unidad de Tráfico de Antigüedades de Manhattan le comunicara la recuperación de la relevante pieza arqueológica. (…) La restitución de este relieve permitirá el retorno a nuestro país de una creación olmeca cuya importancia es comparable a la de las icónicas cabezas colosales, toda vez que Chalcatzingo fue el único asentamiento ligado a dicha cultura, que se fundó y prosperó en el Altiplano Central mesoamericano”. La recuperación de este monolito de piedra tiene relevancia por muchos motivos, no sólo por su significado histórico y cultural, sino porque es evidencia de las lacras que se encuentran relacionadas con la exploración arqueológica, el robo y el tráfico de piezas de valor incalculable -al menos en términos históricos- a nivel mundial. En otras entregas me he ocupado sobre el robo disfrazado de exploración arqueológica realizado por investigadores europeos y norteamericanos por todo el orbe y lo centré en la figura de Indiana Jones, el legendario arqueólogo aventurero y héroe gringo de película de Spielberg. De acuerdo con el boletín, no se sabe exactamente cuándo o cómo fue extraído el monolito -tampoco qué otras piezas habrían sido robadas de ese sitio-, pero se sabe de su estancia en una colección privada vía su mención en un artículo de David C. Grove, “Chalcatzingo, Morelos, Mexico: A Reappraisal of the Olmec Rock Carvings”, publicado en 1968 en la revista American Antiquity. Lo anterior me lleva a realizarme algunas preguntas: ¿el investigador debió dar noticia a las autoridades mexicanas de esta y otras piezas de las que probablemente sabía su paradero?, ¿las autoridades mexicanas debieron hacer algo en ese momento?, ¿se enteraron siquiera?

Por supuesto, para aquellos que nos interesamos por el pasado previo a la llegada de los europeos, la recuperación de este tipo de monumentos es primordial pues son piezas que se añaden a un de por sí complejo rompecabezas. Sin embargo, hay que decirlo, faltan muchas más que están perdidas y, por otro lado, hay que reconocer que el INAH no tiene ni los recursos ni la cantidad de especialistas para poder analizar todas las piezas encontradas o recuperadas. Mucho tiene que ver con la falta de contexto en torno a esos vestigios, es decir, el no saber de dónde son o en qué circunstancias fueron encontrados; pero también la falta de presupuestos, con todo y que, dentro de las culturas más traídas y llevadas en discursos nacionalistas de todo tipo, están curiosamente los olmecas. Y digo curiosamente, porque es de las culturas de las que se sabe menos. Es decir, no conocemos ni cómo se llamaban a sí mismos, qué lengua hablaban -aunque hay hipótesis que apuntan a que hablaban una variedad mixe- zoqueana-, si era una sola etnia o se componía de muchas, si lo olmeca era un estilo adoptado por muchas culturas o era una sola. De acuerdo con Rebeca B. González Lauck en su capítulo “La zona del Golfo en el Preclásico: la etapa olmeca”, publicado en el libro “Historia Antigua de México, Vol. I: El México antiguo, sus áreas culturales, los orígenes y el horizonte Preclásico” coordinado por Linda Manzanilla y Leonardo López Luján, la “civilización olmeca es uno de los ejemplos más tempranos y de gran complejidad en la historia del México prehispánico. Dicha civilización ha sido objeto de múltiples clasificaciones, tales como: ‘cultura madre de Mesoamérica’, ‘arcaica’, ‘aldeana’, ‘cacicazgo’, ‘imperio’, ‘estado primitivo’ o ‘civilización prístina’. Sin embargo, con base en los conocimientos que tenemos en la actualidad, dichas clasificaciones son demasiado simplistas para una adecuada caracterización de esta particular manifestación cultural del México antiguo”. En efecto, hoy sabemos que los olmeca convivieron en tiempo y en espacio con otras sociedades complejas tanto de Oaxaca, como del Altiplano Central (cultura Tlatilco); de la cuenca el Mirador en el Petén, al sur de la Península de Yucatán, como de los Mixe- Zoque y la cultura Izapa en Chiapas o Kaminaljuyú en Guatemala, por lo que no podríamos denominarlos “la cultura madre” y ni siquiera “abuela”. Es muy común en nuestro pensamiento eurocentrado de una raigambre evolucionista, la idea de que existen culturas que fueron el origen de las subsecuentes y se ignora deliberadamente que la historia de nuestros territorios es compleja, repleta de culturas que convivieron unas con otras y con diversidad de expresiones y tendencias culturales compartidas, justo como ocurre el día de hoy. 

La recuperación del monumento 9 perteneciente a la ciudad de Chalcatzingo en Morelos, lo reitero, es trascendente pues saca lo olmeca del contexto en que se suele colocar a estas culturas que es en el Golfo de México. Es de señalar su influencia en tierras tan distantes como Morelos, Guerrero o Guatemala, como lo he comentado, aunque hay que decir, que los investigadores coinciden en afirmar que no se trata de una cultura que invadió y pobló todas esas regiones, sino que se piensa que otras poblaciones adoptaron elementos de su cultura, como se dio con el fenómeno teotihuacano en el periodo Clásico o el tolteca en el Postclásico. Encontramos elementos de lo olmeca en Chalcatzingo, pero no necesariamente población olmeca. Algo similar sucedió en Kaminaljuyú, en Chiapa de Corzo y en diversos sitios de Guerrero. Como afirma González Lauck.  los “‘olmecas’ conformaron una expresión cultural en la parte sur de la Costa del Golfo -que comprende la parte central y sur del estado de Veracruz y la parte oeste del estado de Tabasco- y que existió en el primer milenio y medio antes de Cristo. Esto incorpora la definición de lo ‘olmeca’ como un estilo artístico, lo cual es una de sus características más reconocibles dentro y fuera de la Costa del Golfo. (…) Lo primero que se dio a conocer sobre los olmecas fue el arte, específicamente las esculturas monumentales de piedra. La primera cabeza colosal fue descubierta en 1862. Durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX se publican otros hallazgos aislados y piezas de museo pero, aunque se reconoció cierta unidad artística entre los mismos, aún no se les denominaba ‘olmeca’; en algunos casos, se les llegó a confundir con vestigios mayas. Fue Beyer quien bautizó como ‘olmeca’ a este particular estilo artístico, y Saville quien definió varias de sus características externas, y lo asoció a la zona de los Tuxtlas y regiones aledañas hacia el sur. George Vaillant es el primero en notar la similitud con materiales culturales tempranos del centro de México”. 

Pero también es esencial comprender aquello que está representado en el monolito que es el monstruo de la tierra. En la cosmovisión mesoamericana, se identificaba a la tierra como un gran lagarto que flota en un mar primordial y que es partido en dos por los dioses para crear los niveles del cosmos: el cielo, al ámbito terrestre y mundano y el inframundo. Por tanto, como vemos, este mito de creación del mundo se encuentra representado desde épocas tan remotas. Por ejemplo, de acuerdo con Roberto Romero Sandoval en su libro “El Inframundo de los Antiguos Mayas” (2017) en “el arte maya del período Clásico Tardío, el inframundo se representó como un enorme mascarón, el llamado ‘monstruo de la tierra’ o Witz, la Montaña Sagrada. Sus mandíbulas descarnadas fueron imaginadas como la entrada a la cueva, y todo su interior, con el oscuro mundo de los muertos. Pero esta imagen tiene su antecedente en los llamados ‘dragones olmecas’, identificados por Joralemon (1976) como cocodrilos de rasgos fantásticos; un ejemplo de ello es el Monumento 6 de La Venta, un gran sarcófago de piedra arenisca con forma de dragón, que simboliza el plano terrestre, flotando sobre las aguas primordiales de la creación, y sobre sus espaldas observamos que crece cierto tipo de vegetación (Fields y Reents Budet, 2005: 32). (…) Esta idea se va a extender a las culturas que se desarrollaron en el período Preclásico, como Izapa, sitio que se ubica en la costa del Pacífico, al sur del estado de Chiapas, en la frontera entre México y Guatemala. En la Estela 25, por ejemplo, observamos que el inframundo simbólicamente se representó como la cabeza de un cocodrilo, probablemente porque ese animal vive y se desarrolla en el agua, porque es de hábitos nocturnos, y porque vive en cuevas que excava a las orillas del agua (Arias Ortiz, 2007: 55)”. En Chalcatzingo encontramos al menos otras dos referencias a esta entidad. Primero, en el petroglifo denominado “El Rey” vemos a un personaje que se encuentra sentado al interior de una cueva que se encuentra representada como las fauces de un enorme ser que se puede vincular con el cerro y que tiene cierta vegetación que los especialistas han identificado con “ramales de bromelias, una planta propia del Cerro de Chalcatzingo y que también aparece representada en los Monumentos 1, 2 y 13 de la zona arqueológica, lo que corrobora su procedencia”, tal como se afirma en el boletín del INAH y que el monstruo representado en el monumento 9 tiene cerca de la boca. También vemos en otro petroglifo que se representa a un personaje emerge o es devorado por un gran monstruo marino. Podemos pensar que la relevancia que tiene el monstruo de la tierra en esta ciudad del Preclásico tiene que ver con un corpus mítico- iconográfico que relaciona al monstruo de la tierra con los cerros y a las cuevas y cenotes con la entrada al inframundo y con las fauces del monstruo. Como ejemplo de lo anterior, invito a quien lea esto que vea el enorme retablo del monstruo de la tierra en Ek Balam, Yucatán, donde claramente vemos fauces que dan entrada a un templo dentro de la estructura principal. Finalmente, es justo otorgar reconocimiento a las autoridades estadounidenses que dieron con la pieza y a las mexicanas que han gestionado su repatriación. Sin embargo, hay que decir que ello no debe caer en un discurso nacionalista ramplón de “recuperación de lo nuestro”, tan típico de nuestros gobiernos desde que tengo memoria -por ejemplo, la historia del afamado Penacho de Moctezuma-. Es necesario que este hallazgo se sume ya a una divulgación sin estereotipos ni salidas fáciles de nuestra historia, pero debe ser integrado también a una nueva visión que no esté anclada en paradigmas occidentales tanto de tiempo como de espacio.  Se antoja difícil, pero terriblemente necesario.   

 

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