Miércoles, abril 24, 2024

OEA

Hace ya varios años, en una “reveladora” conversación con un colega de altos niveles (SNI 3) le comenté mis intereses por explorar los espacios académicos de Bolivia pues había conocido a un interesantísimo personaje, Alfonso Gumucio, periodista e investigador de ese país que había realizado trabajos relevantes con las radios comunitarias del Magdalena Medio en Colombia. El colega me sugirió que no valía la pena enfocar los tiros en Bolivia, sino en Europa o Estados Unidos. Lo que argumentó, fue más o menos que de las regiones del norte podríamos obtener algo; en cambio, del sur y concretamente Bolivia, no obtendríamos nada pues, por el contrario, acabaríamos dando todo, es decir, perderíamos más de lo que podríamos obtener. Sin duda, hay razón en el pensamiento de mi colega, si es que pensamos de la misma manera, una que está irremediablemente vinculada al pensamiento colonial del que ese encuentra impregnada América desde la llegada de los europeos y hasta nuestros días, pensamiento que se desarrolla en compañía de la modernidad a su vez. ¿En verdad no podremos recibir nada de los bolivianos? ¿Sólo daremos nosotros? ¿No es tremendamente petulante pensar de esa manera? Por supuesto, mi interés no venía solamente del conocimiento de Gumucio y su trabajo, sino del intercambio con otros latinoamericanos en diferentes circunstancias, tanto a raíz de mis estudios, como de mis investigaciones con mayas de la península de Yucatán y del Petén Guatemalteco. De igual manera, de mis viajes a Colombia, Ecuador, Guatemala y Argentina, lo que me ha brindado la posibilidad de entablar diálogo con personas de esas latitudes e ir poco a poco desmantelando mi propio pensamiento colonizado, proceso que no ha terminado y que se antoja permanente. Mi experiencia académica como estudiante, como docente y como investigador, me han mostrado que, al menos en las áreas en las que me desempeño, no tenemos nada que envidiar a Europa o los Estados Unidos. En América Latina hay nivel y bastante; lo que no hay es reconocimiento y, en contraste, abunda la celebración y admiración por lo “superior” del hemisferio norte, por la “innegable” calidad de su trabajo, tecnología y pensamiento. Una lisonja bien aprendida por siglos y siglos de pensamiento colonial.

El recuerdo de esa conversación con mi colega vino a raíz del discurso pronunciado por nuestro presidente con motivo del 238 aniversario del natalicio de Simón Bolivar, celebrado en un evento en el Castillo de Chapultepec frente a cancilleres y ministros de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Destacaron dos declaraciones en ese evento: la propuesta de sustitución de la OEA (Organización de Estados Americanos) por un organismo que no sea “lacayo” de nadie, obviamente refiriéndose a los Estados Unidos. En segundo lugar, el reconocimiento a Cuba, sin duda a raíz de los actuales conflictos en la isla, afirmando que “el pueblo de Cuba merece el premio de la dignidad y esa isla debe ser considerada como la nueva Numancia por su ejemplo de resistencia”, según recogió una nota publicada por este diario en su edición nacional. A su vez, dijo que “debiera ser declarada patrimonio de la humanidad”. Aplaudió la defensa de la soberanía cubana frente a los embates norteamericanos y sus aliados por décadas desde la Revolución Cubana y reafirmó la postura mexicana que desde hace tiempo – con excepción de los gobiernos de Fox y Calderón- se ha manifestado en contra del bloqueo económico del que es víctima la isla. Por supuesto, como era de esperarse, sus palabras han sido criticadas dentro y fuera de nuestro país y varios gobiernos de América se han manifestado en contra de la reestructura de la OEA. Como sabrá quien lea esto, hay numerosas publicaciones, declaraciones, notas amañadas en diversos medios y multitud de boñiga ignorante en redes sociales sobre el tema cubano y que AMLO defienda a Cuba y su Revolución claramente iba a ser criticado -o aplaudido, como lo hizo Maduro-. Sin embargo, fuera de fanatismos y superficialidades, el tema merece mayor atención.

Coincido plenamente con el presidente tanto en el cambio de la OEA como en el reconocimiento a Cuba, a su pueblo y a su Revolución. La OEA ha sido instrumento por décadas de Washington para avalar cuanta porquería se le ha ocurrido al país del norte. La más reciente, si hacemos memoria, fue el aval al golpe de estado en Bolivia y al gobierno de facto que surgió después. Y Cuba, le guste a quien le guste, ha demostrado ser ejemplo de soberanía y de resistencia, a la par de ser un lugar donde los paradigmas cambiaron de manera radical, independientemente de que hayan funcionado o no, aspecto que habría que preguntar a los cubanos mismos. Empero, pienso que el momento se presta para una reflexión más sustancial sobre lo americano y lo que necesitamos para nosotros, especialmente en lo que se refiere al pensamiento moderno y a la colonialidad. Como lo menciona Walter Mignolo en un texto publicado en su libro Habitar la Frontera (2015) “… la «modernidad» es una narrativa originada en Europa y, por cierto, en una perspectiva europea. No podría ser de otro modo: hablar del resto del mundo no significa que el resto del mundo esté convencido de tu relato. Esta narrativa triunfante que se tituló «modernidad» tiene una cara oculta y menos victoriosa, «la colonialidad». En otras palabras, la colonialidad es constitutiva de la modernidad: sin colonialidad no hay modernidad6. Por consiguiente, hoy la expresión común modernidades globales implica colonialidades globales, en el sentido preciso de que la matriz colonial del poder (la colonialidad, para abreviar) se la están disputando muchos contendientes y tal disputa genera los procesos de desoccidentaización (sobre lo cual volveré más abajo): si la modernidad no puede existir sin la colonialidad, tampoco puede haber modernidades globales sin colonialidades globales. Esa es la lógica del mundo capitalista policéntrico o multipolar, de hoy”. La OEA, como producto de la modernidad, también sufre las mismas consecuencias, solo que se encuentra plegada a la visión colonial de los Estados Unidos y a los intereses de la globalización, que también son coloniales.

Por tanto, constituir otro organismo que sustituya a la OEA, no cambiará realmente la situación, necesitamos construir nuevas relaciones entre las regiones y los países. En el prólogo al libro Luis Alfonso Herrera y Francisco Carballo afirman, siguiendo el pensamiento decolonial de Mignolo, que la “…nuestra es una época de cambio geopolítico. Los estados hasta ahora periféricos van adquiriendo un papel de primerísima importancia. Las viejas estrellas europeas, por su parte, corren el peligro de convertirse en actores de reparto en la escena internacional. Esta transformación racial y cultural del poder tendrá consecuencias de enorme calado. Es evidente que volvemos a un mundo con múltiples centros de poder político, económico y científico. Más aún, vivimos en tiempo marcado por descentramientos religiosos y estéticos. (…) A la pujante desoccidentalización se le opone una reoccidentaliación de nuevo cuño. Nos referimos a un esfuerzo renovado por homogeneizar al planeta a imagen y semejanza del capitalismo neoliberal que actúa en Occidente”. Quizá en este mismo orden de ideas es la propuesta de AMLO de crear una zona económica distinta de la OEA y común para los países de América Latina a imagen y semejanza de la Unión Europea. Bien, tiene lógica que se piense de esa manera, pero hay que tener cuidado de no caer en la reoccidentalización de la que hablan Herrera y Carballo. Es decir, no porque se piense que la “integración global” ha funcionado en Europa, lo mismo sucederá si se constituye un bloque igual en América Latina. De hecho, los acontecimientos recientes, especialmente a raíz de la pandemia, nos han mostrado que la Unión Europea no ha logrado lo que se propuso desde su fundación. Las diferencias entre sus miembros son palpables, aunque no se quiera ver de esa manera. No por nada Gran Bretaña se salió de la Unión con todas las consecuencias que ello ha propiciado.

Lo que necesitamos es un cambio de paradigma que implique en verdad fijar la atención a los asuntos de América Latina, en términos americanos y para los americanos. Y claro, hablo en el sentido amplio de América, no como sinónimo de Estados Unidos. Contrario a lo que argumentaba mi colega, debemos centrar nuestro pensamiento y acción en América Latina, no sólo porque nos hermanan procesos históricos, sino el haber sido colonias europeas y compartir pensamientos coloniales; es necesario identificarlos y modificarlos. De nada sirve analizar y diseñar soluciones a nuestros problemas desde los paradigmas de nuestros colonizadores pues seguiremos entrampados en la misma dinámica colonizador/ colonizado. Debemos, por tanto, realizar un amplio debate latinoamericano que nos permita repensarnos y posteriormente replantearnos lo que necesitamos. ¿Es la integración global lo pertinente?, ¿debemos pensar en los mismos términos occidentales que claramente no han funcionado en el orbe? O, quizá haya que emprender una honesta y firme búsqueda por nuevos paradigmas. ¿Nuestros gobiernos podrán hacerlo? ¿o debemos pensar nuevas maneras de vivir la democracia? Pienso que el modelo cubano no podría aplicarse a nuestro país por múltiples razones geográficas e históricas, pero tampoco el modelo europeo o el norteamericano por las mismas razones. Por tanto, celebro las palabras de AMLO sobre la propuesta de sustitución de la OEA y el reconocimiento a Cuba, y espero que puedan ser aliciente para que tengamos un auténtico debate latinoamericano. ¿Podremos?

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