El primero de enero de 1994 observé, junto con millones de mexicanos, cómo surgía en Chiapas un movimiento armado de claro signo revolucionario e indígena: el EZLN. Mi reacción ante el acontecimiento, he de reconocer fue, como la de muchos otros, negativa. Por supuesto, siendo de la Ciudad de México y de una zona residencial clasemediera, me costaba imaginar aquellos espacios mayas de los Altos y de la Selva Lacandona; a su vez, poco sabía en ese entonces de la historia de la región y era casi nada sensible a las luchas campesinas y mayas; por supuesto, no entendía de su resistencia y constante adaptabilidad, de su eterno vaivén entre negociación y conflicto. A su vez, también era profundamente ignorante del costo en vidas y sangre que ha significado su historia desde la llegada de los europeos a esas tierras. Hoy entiendo que esas vidas, esa sangre, esas injusticias, se hermanan con las de muchas otras regiones, urbanas y rurales, que integran lo que hoy llamamos México. Afortunadamente para mí, estudié y bastante sobre los mayas y sus luchas, sobre su resistencia y su adaptabilidad. Gracias a ello, mi opinión sobre lo que aconteció hace 30 años es muy diferente. No me he especializado en la lucha zapatista, pero tengo la suficiente información y sensibilidad para comprender que su lucha se suma a la de muchos otros pueblos originarios de la región, tzotziles, lacandones, tzeltales, tojolabales, entre muchos otros que, por más de 500 años, han pugnado por conservar lo propio, desde sus costumbres, cultura, tierra y autodeterminación.
Escribo estas líneas motivado por dos razones. La primera, algunas conversaciones que tuve a cuento del 30 aniversario del levantamiento del EZLN con amigos y la segunda, a raíz de la lectura de un breve reportaje llamado “El silencio del capitán Marcos” publicado en el diario El País en donde el corresponsal en México, Alejandro Santos Cid se extraña del poco protagonismo del otrora Subcomandante Marcos, hoy capitán: “El capitán ya no da órdenes. No quiere dejarse ver demasiado. Tampoco hablar en público. Quizá anda un poco mustio porque él, antes, no era capitán. Era subcomandante. El subcomandante Marcos —el sup’, para los amigos. Luego se cambió el apodo de guerra, se puso Galeano, pero seguía siendo subcomandante. Ahora ya no, se ha degradado, o le han degradado. Por lo menos ha podido recuperar su nombre. El caso es que el guerrillero más famoso de la historia —con el permiso del Che— ya no es la cara visible del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). O al menos eso intenta, porque por mucho que insista en que él ya no manda, a la gente le da un poco igual. El tipo del pasamontañas y la pipa humeante sigue acaparando todas las miradas. Es la última estrella del rock viva de la izquierda. Que a estas alturas —la muerte de las ideologías, el capitalismo salvaje y todo eso— quizá no es mucho decir”. De hecho, las conversaciones que sostuve con amistades, también se centraron en Marcos, como figura central del EZLN y no los pueblos originarios que son el foco del movimiento, al menos desde el momento de su emerger público en 1994. Incluso se me preguntó -con cierta incredulidad que denota algo de discriminación- que quién le habría puesto zapatismo al zapatismo, “¿los indígenas?” Pues sí, ¿por qué no? ¿Qué por ser tojolabales, tzeltales, chol o tzotziles son menos capaces de entendimiento, son incapaces de estudio, comprensión, planeación, ejecución o todo lo relacionado con un movimiento? Me recordó aquella guapa muchacha con la que conversé en un bar en España allá por 2004, que afirmaba que Marcos era un nuevo Che, surgido de la selva Lacandona, pero que ni identificaba los nombres de los pueblos originarios de la región, ya no digamos de los líderes del movimiento, los auténticos comandantes.
El asunto está en que, como lo comenté en esas conversaciones y como lo pensé al leer el reportaje de El País, “Nunca fue Marcos solamente”. Recuerdo, eso sí, que desde que se manifestó el EZLN ese primero de enero de 1994, me pareció no solo poco legítimo, sino incluso hasta en demérito del movimiento, que el vocero fuera un hombre no maya. Y siempre me ha parecido el protagonismo de Marcos francamente excesivo. Entiendo que en su momento la dirigencia juzgara pertinente que una persona así fuera el interlocutor frente a un mundo occidentalizado que difícilmente escucharía a hombres y mujeres mayas desde Chiapas. Pero el efecto fue la “romantización” de la figura de Marcos al grado de que, como en con un efecto retórico simbólico, Marcos representó al Zapatismo. Él mismo se reprocha eso en una entrevista concedida a Julio Scherer en 2001 para la revista Proceso y recuperada en el Portal Enlace Zapatista: “El error fundamental de Marcos es no haber cuidado —y yo lo perdono porque soy yo, y si no lo perdono yo, pues quién lo perdona, ¿no?—, no haber previsto esta personalización y protagonismo que muchas veces, si no es que la mayoría de ellas, impide ver qué es lo que está detrás. No nos angustia mucho como organización, porque nosotros sabemos lo que está detrás, y vemos una organización que puede sobrevivir incluso sin guerra…. Esto no lo ha percibido mucha gente; tiene que ver mucho con que Marcos haya ofuscado, obstruido la vista hacia atrás. Que de una u otra forma, Marcos es responsable también en eso, sí, sí puede ser que su dosis de vanidad, de protagonismo o de payasez o como se llame eso, haya contribuido… Pero sobre todo la causa es que la mayoría de la gente —es decir, los jóvenes— no tiene una expectativa dentro del espectro político, y es lógico que se agarre de lo que haya a la mano; por otro lado, está el realce que se ha dado a todo esto en la vida nacional, particularmente en los medios de comunicación, pues éstos no sólo deciden qué actor se convierte en político, sino también qué lugar ocupa ese actor político”. Y, desafortunadamente, el protagonismo quizá involuntario de Marcos, como también la focalización en su figura por parte de los medios de comunicación, sea por comodidad, sea por restarle centralidad a los pueblos mayas, ello ha logrado que se piense que él es la cabeza detrás del movimiento y la realidad es totalmente distinta. En la conformación del movimiento, como evidencia Abelardo Hernández Millán en su artículo “Orígenes y Antecedentes del EZLN” publicado en 2007 en la revista Espacios Públicos de la Universidad Autónoma del Estado de México, “confluyeron diversas vertientes organizativas. Incluso puede decirse –como lo afirma el Subcomandante Marcos– que ‘el EZLN más que ser una organización, es una con–fluencia de organizaciones’ (Zeitschrift der Informationsstelle Lateinamerika, 1994: 48). No obstante, las dos que destacan son el grupo guerrillero urbano de las FLN y el movimiento campesino e indígena chiapaneco, cuya exitosa fusión orgánica logró conformar un ejército popular que, ante los ojos del mundo, apareció alzado en armas el 1 de enero de 1994. Se trata de dos esfuerzos que, durante un tiempo y cada uno por su lado, avanzaron de manera progresiva; y que, en un cierto momento circunstancial, se encontraron. Por eso la organización se asume como ‘producto del encuentro de la sabiduría y la resistencia indígena con la rebeldía y la valentía de la generación de la dignidad que alumbró con su sangre la oscura noche de las décadas de los 60, 70 y 80’ (II:434; ver La Jornada, 13/10/99: 22)”. En efecto, hay en su haber y su historia, movimientos campesinos e indígenas, matizados por la llamada teología de la liberación.
He de decir que, con todo y que pudieran existir influencias diversas para la formación del EZLN, la lucha es muy clara: la defensa de las comunidades, sus tierras y su cultura. Un antecedente interesante se da en los movimientos que se dieron en el año 1974 en San Andrés Larráinzar pues, por un lado, tiene lugar el Primer Congreso Indígena en San Cristóbal de Las Casas, dirigido por Samuel Ruiz García, obispo de Chiapas y por investigadores y militantes, espacio en donde expusieron numerosas ponencias representantes de las comunidades mayenses–choles, tojolabales, tzeltales y tzotziles y lo hacen en sus propias lenguas. De igual manera, ese año se verifica la expulsión de los jkaxlan (personas no mayas) de la población de Larráinzar, momento bien documentado por Lucas Ruiz Ruiz en su libro “El Jchi’iltik y la dominación jkaxlan en Larráinzar, Chiapas” (2006). Y si nos adentramos hondo en la historia de la región, encontramos una serie de conflictos, motines, rebeliones y movimientos diversos de resistencia de los que la lucha zapatista es quizá la representación más notoria de los años recientes. Centrar el movimiento en la figura de Marcos, ahora capitán, es no sólo demeritar su lucha, sino que implica visualizar a la lucha zapatista como una más dentro de la pléyade de movimientos revolucionarios guerrilleros o no en América Latina, olvidando así sus particularidades y reivindicaciones locales. Como dice el zapatista Isaías en testimonio recuperado Hernández en su investigación: “dicen que Marcos se fue a entrenar a Nicaragua hace 12 años. Pero nuestra lucha no empezó hace 12 años, ni hace 15 ó 20. Nosotros tenemos solicitudes de tierra desde hace 40, 60 y 100 años. Tenemos tantas que por lo menos son 100 kilos de archivos. Esa ha sido nuestra lucha por la tierra desde hace muchos años” (La Jornada, 22/02/95: 8). ¿Queda alguna duda? Espero que no.