Se me había olvidado cuánto me vale madres! No porque en algún momento lo que me vale madres, me dejó de valer, o porque estuviera fingiendo o simulando por las buenas consciencias. Sino porque no se había presentado la ocasión.
Ese valerme madres se me nota ¡y lo luzco! Se trasluce en cada gen que vibra en las células de mi ser. Es parte de mi ciencia y de mi espiritualidad. Es tan profundamente mío, tan intrínsecamente mío, tan grotescamente mío ¡que me fascina! Me devuelve lo que soy.
Hoy, por accidente, reencontré ese momento… La vida me dio la oportunidad y la aproveché. Ese sentimiento del auténtico valerme madres es de lo más preciado para mí, y hoy me devolvió el valor de mi libertad.
Cuenta la leyenda que hace años me dediqué a defender los derechos humanos de los grupos vulnerables entre los vulnerables: de los moralmente incorrectos, los socialmente rechazados, los personalmente despreciables. Los otros. De ell@s viví cerca, muy cerca: Hombres, mujeres y niños de todas las preferencias sexuales que se dedicaban, en ese entonces, al sexoservicio, muchos por explotación, que actualmente se llama trata de personas.
Mi vida cerca de ell@s no sólo fue en función de brindarles, de alguna manera, lo que la sociedad y sus circunstancias les habían negado. Sino que además, por decisión personal, me hice su amiga, su confidente… y, a veces, hasta su cómplice por todas las revelaciones que compartimos.
Nuestras reuniones tenían una ubicación oficial… pero salía con ell@s a jugar al parque volibol, basquetbol, a comer al mercado, al centro a comprar cosas… y la gente me veía en su compañía caminar y jugar en las calles de Puebla. Cuando alguien me hizo notar, el qué dirán, franca y llanamente, me valió madres. Siempre fueron, son y serán más importantes ell@s, que el qué dirán de mí. Ell@s lo aprecian, aunque yo no les hago ningún favor. Me nace desde lo más profundo de mí ser porque nunca entendí que pudiera darte pena estar acompañada de personas a quienes aprecias y quieres. Muchas son mis mejores amig@s.
Hoy sucedió. Fui a comer mariscos a un mercado y me senté en una esquina desocupada. Leía la carta cuando a tres lugares vi a Gaby, transexual alto, rubio y voluptuoso, que me saludó efusivamente. Nos levantamos las dos y nos dimos un abrazo afectuoso. Le pedí se sentara a mi lado para conocer cómo le ha ido en la vida. Nuestro encuentro fue cálido, intenso en los pormenores de nuestras mutuas vidas. Al terminar de comer ella se levantó. Los ahí presentes se voltearon a mirarla y en seguida a mirarme. Ahí recuperé mi me vale madres, eso que me ha hecho tan intensamente feliz. Salí del lugar con ella y en la puerta nos despedimos. La miré irse y recordé con todo cariño lo que una vez dije de ell@s: son mis putos. En esa ocasión mi hijo me reprendió y explicó: “Las personas no son de nadie, mamá”. Pero hoy confirmé que sí son míos, y los quiero.
Gracias Gaby, Bety, Reyna, Happy, Jessica y todos l@s demás. No se me olvida…