Finalmente, la reforma al Poder Judicial es Ley, que más allá preferencias ideológicas, responde a la necesidad urgente en el país de tener una justicia pronta, expedida y honesta, esto es, que no favorezca siempre al poder del dinero, sino que decida en favor de quien tiene razón. Lo anterior, por supuesto, requiere un Poder Judicial que no exprese en sus resoluciones y actitudes, sus preferencias políticas e ideológicas.
Es de recordar cuando en la ceremonia del domingo 5 de febrero de 2023 para conmemorar el 106 Aniversario de la promulgación de la Constitución de 1917, coincidieron, por primera vez, en un acto público el Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador y la recién nombrada (2023/01/02) Presidenta de la Suprema Corte de Justicia, Norma Piña. En ese acto, al subir al estrado el Presidente la ministra Piña no atendió a la cortesía de recibir de pie al Presidente. Cuando se le preguntó a López Obrador qué le había parecido la descortesía de la ministra, con esa perspicacia que lo caracteriza, respondió socarrón: “tiene derecho”. Y agregó, “es un reflejo de los cambios de la relación entre Poder Judicial y Ejecutivo.”
Y, ciertamente tiene derecho si esa es una forma de decir que no le gusta el protocolo, pero no lo tiene si con ese gesto muestra, como posteriormente lo ha ido demostrando, su rechazo a la gestión del Presidente, pues con esto anunció que el Poder Judicial, con ella en la presidencia de la Suprema Corte, se ponía al servicio de la oposición política. A nadie conviene, como no sea a la derecha opositora, donde se ubica la ministra Piña, una Suprema Corte facciosa, que beneficie sistemáticamente e impida el desarrollo expedito de las obras impulsadas por un programa de gobierno para el desarrollo, sobre todo, del sureste del país, programa con el que, en 2018, triunfo en las elecciones AMLO obteniendo más de 35 millones de votos.
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Pero, además, algunos analistas han observado ciertas cuestiones que no dejan de inquietar y que pueden parecer exageradas y, sin embargo, no se pueden perder de vista, tal como fortalecimiento de grupos neofascistas en México, o por lo menos, grupos de derecha o conservadores que en sus expresiones de resistencia y rechazo de la reforma al Poder judicial acudieran, para ingresar a los recintos legislativos, a una violencia y extremismo característicos de los grupos neofascistas. En cambio, sobre todo para contrastar, en las acciones emprendidas para resistir las agresiones del poder estatal y fáctico y una costosa guerra sucia contra el Presidente López Obrador, no se “rompió ni siquiera un vidrio”. La violencia no es nunca el camino, seguirlo como forma de resistencia es no entender la realidad actual del país; es, al final de cuentas, llevar por el tortuoso camino de la desigualdad, la pobreza y el neoliberalismo.
El pueblo, en cambio no se ha equivocado, eligió el camino que lo hace protagonista de su propia historia. Uno adulto, asistente al “Grito” el 15 de septiembre en el Zócalo de la Ciudad de México, al contestar a la pregunta de por qué apoyaba al presidente, respondió sin titubear: “porque nos tomó en cuenta, nos rescató de la oscuridad en que nos tenían los otros partidos, nos dio un lugar importante en la sociedad”. Eso, precisamente eso, es hacer política.
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