Por su acervo, por ser una casa-museo, por permanecer como una colección formada a partir de un gusto personal que sin saberlo serviría para afirmar una ciudadanía y una soberanía, y por hacer que el público sea el que irrumpa y pugne por su permanencia, fueron celebrados los 81 años de existencia del Museo José Luis Bello y González.
La noche de este 22 de julio, un día después de cumplirse su fecha de fundación marcada el 21 de julio de 1944, fue conmemorado el aniversario de este inmueble ubicado en la esquina de la 3 Poniente y la 3 sur en el Centro Histórico de Puebla que en su interior conserva alrededor de tres mil 28 piezas que dan cuenta de la historia de su coleccionista y del propio inmueble.
“Nos toca el aniversario número 81 de este maravilloso inmueble que es uno de los más importantes que tenemos en la entidad: por acervo, que viene de América, Asia y Europa; algunas piezas tienen hasta dos mil años y eso es un orgullo para todos los que vivimos en esta entidad”, refirió la directora del Organismo Público Descentralizado Museos Puebla, Josefina Farfán Ortega, al conmemorar el aniversario.
De paso, destacó que Puebla es un estado que posee arte, cultura, tradiciones, ecosistemas y paisajes que deben hacer sentir orgullo a quien vive en él, siendo una muestra el propio Museo Bello cuya colección fue iniciada por José Luis Bello y González, y continuada por el industrial poblano José Mariano Bello y Acedo, en la cual se reúnen piezas de diversos materiales, géneros y maneras como la talavera, el arte plumario, la ebanistería, cristales y metales.
En el acto de aniversario, el artista visual y curador Francisco Guevara y las académicas Elda Covarrubias y Sheng-li Chilián Herrera conversaron sobre los 81 años del museo y las oportunidades que marcan el aniversario para rehabitar e “interrumpir” el recinto desde lo social, lo comunitario y lo ciudadano.
Al participar en el conversatorio Transformado la mirada a través de la memoria, Francisco Guevara, también director y fundador de Arquetopia, señaló que al Museo Bello, el tercer museo establecido en México, habría que entenderlo desde el patrimonio, la identidad nacional y la ciudad.
Habló sobre José Luis Bello y González un veracruzano asentado en Puebla que gracias a la bonanza en sus negocios comenzó a hacer esta colección, que se caracterizó también por su posición política y social, siendo un hombre cercano a Ignacio Zaragoza en la Batalla de Puebla y la ocupación francesa en la ciudad, que con las medidas tomadas por el presidente Benito Juárez aprovechó la desamortización de los bienes de la iglesia católica adquirió 324 pinturas.
Refirió que en su colección de más de 3 mil piezas destacan un Arcón filipino del siglo XVII que en su interior resguarda el mapa más antiguo de Manila, siendo una obra única que fusiona tradiciones; la escultura de San Antonio de Padua realizada en plumaria del siglo XVI que es ejemplo del mestizaje cultural; el Pabellón flotante ubicado en la sala de marfiles; además de obras de reconocidos pintores como José Agustín Arrieta y Cristóbal de Villalpando, con su Virgen del Apocalipsis; así como la colección de talavera poblana, los cristales de Baccarat, Bohema y La Granja, la platería litúrgica colonial, la porcelana china y los muebles con incrustaciones de marfil que permanecen en esta casona del siglo XIX conservando su atmósfera.
Sobre todo, Guevara resalto que en un museo como este habría que reflexionar que ver no es un acto simple ni neutral, sino que forma parte de un proceso activo, una forma de ver e interpretar el mundo, algo que se evidencia de la manera en que los Bello vieron al mundo y al México de su época, influidos por la memoria, la historia, la cultura y el poder.
“La colección del museo revela como el acto de coleccionar en México ha sido una práctica cívica de apropiación simbólica frente a procesos globales y violentos, al albergar objetos de Asia, Europa y América la colección encarna las complejidades de la globalización iniciada en el siglo XVI cuando el comercio trasatlántico y transpacífico impuso nuevas jerarquías materiales y culturales.
“Al mismo tiempo, esta colección refleja influencias de la herencia jesuita, el pensamiento ilustrado, las ideas de libertad y la conformación de lo mestizo, que dieron origen a la identidad nacional”, sostuvo el también académico.
De paso, Francisco Guevara reflexiono que en el siglo XXI los museos tienen el reto de funcionar como espacios de su tiempo, lo mismo que el ver sigue siendo un encuentro entre personas, medios y máquinas, siendo estas estructuras históricas como los propios museos.
En ese sentido, Sheng-li Chilián, fundadora y exdirectora la Escuela de Artes Plásticas y Audiovisuales de la BUAP vinculada ahora a la Universidad para Adultos de la misma institución concibió que los museos invitan a ver distintos asuntos y refrescan la mirada en un ajuste de percepción de pensamiento y conexión.
Comparado que tras lo ocurrido con la contingencia sanitaria provocada por el Covid-19 que llevó a la reclusión y al acercamiento virtual, el recorrer un museo en vivo ofrece algo que la virtualidad no da: la experiencia del espacio, del cuerpo y la pausa que no es la del botón ni la del algoritmo sino aquella que es más antigua y profunda que nace del asombro.
“Es una forma de resistencia. Estamos a unos pasos de un objeto que no se mueve pero nos detiene y nos interpela. Un temblor que ocurre en la retina en la mirada que permite cuestionarse”, aseveró al concluir que los museos más allá de ser lejanos, cerrados e inaccesibles como si el mundo se hubiera detenido a un tiempo ajeno al que el espectador no pertenece, es necesario hacer “vibrar” y hacer preguntas a los espacios de siempre.
“Hoy 81 años después celebramos que esta casa siga pensando, que su colección nacida del gusto privado haya sido compartida. No fue solo coleccionar objetos: fue imaginar que el asombro podía compartirse, formar ciudadanía y afirmar soberanía. Hay que preguntarnos qué miramos, qué dicen de nosotros los objetos o que silencios guardan. Pues quien pregunta ahora no es la misma persona”, refirió Chilián.
Necesario recuperar otros 5 órganos que hay en Puebla
El organista Álvaro Hernán Pérez y Pérez hizo sonar nuevamente el órgano tubular barroco construido en 1720 con maderas de ayacahuite, cedro rojo, pino, oyamel, encino y flautas de aleación de plomo y estaño, que se concibe como un ejemplo de los instrumentos barrocos de su tipo existentes en la región Puebla-Tlaxcala, cuyas cualidades técnicas y constructivas hacen pensar que fue construido por el maestro organero José Miguel Chacón.
Al ofrecer un concierto con piezas de autores holandeses, italianos, franceses y españoles, que dejaron ver las diferentes sonoridades e “imitaciones” capaces de ser logradas por este instrumento según las épocas y los movimientos artísticos, el músico resaltó el estado de conservación y sonido del órgano barroco del Museo Bello.
De paso, señaló que en otras cinco iglesias de Puebla otros órganos “siguen esperando a ser restaurados”. “Esperan primero a que se les haga caso y luego a que se promueva una restauración seria en manos de gente seria”, dijo el maestro organero.
Acompañado por el también organero Ignacio Zapata y por Natali Vargas, organera que le ayudó a hacer los cambios de registro, Álvaro Hernán destacó que si bien el órgano del museo ha tenido la suerte de ser restaurado y mantenido, no ha sido lo mismo para los otros instrumentos que están en iglesias de Puebla siendo “bellezas mudas” que son capaces, como demostrado en el concierto, de ofrecer e imitar sonidos de diversos instrumentos además de otros –como campanitas, cascabeles, tamborcitos. o pajaritos- que se usaban en ciertos momentos de la vida litúrgica novohispana.



